Holi!

Para quienes me recuerden, solía hacerme llamar Ender, primero, Teniente Kaffee, después. Fue hace casi una vida, entre 2006 y 2007, en la primera etapa de ésta, su casa disparada. De entonces para acá, han pasado muchas cosas, y si no se las cuento, no creo que vayan a seguir con la lectura.

Primero, presentémonos. Mi nombre es Jorge Bermúdez, y cuando empecé a darle a la tecla por aquí, en un birrioso portátil Packard Bell (esto tiene su historia), allá por enero de 2006, era un triste opositor a la carrera judicial/fiscal, a punto de tirar la toalla tras años de infructuoso estudio, y que necesitaba desahogar bilis en forma de risas, mi última línea de defensa. Empecé a leer algunos blogs, los canónicos, y a través de uno de ellos, conocí una casa de juerga y desparrame llamada «Halón Disparado». Comencé a leer y comentar asiduamente, y hasta escribir por privado al timonel de aquella nave del desvarío, el Camarada Bakunin.

En estas, ante mi evidente logorrea y necesidad de casito, el susodicho me dio las llaves y me dijo: «Ponte cómodo». Y eso hice. Por aquel entonces, como no había influencers, pero si ego, había una clasificación de blogs más leídos en España. Fue una cosa de mucha risa cuando, en plena competición entre Microsiervos y Enrique Dans, con Ignacio Escolar asomando por el reflejo del retrovisor, se les coló por la derecha un entonces desconocido Marcelino Madrigal. La cosa fue tan digna de verse que dio hasta para aparecer en un sesudo paper universitario (aquí, página 42). El caso es que, en aquel 40 Principales de la época dorada de la blogocosa, ésta página de ustedes llegó a estar la número 60. Casi nada.

Pero hablábamos de mi libro. En aquellas fechas, desprovisto de toda esperanza, me presenté a la última convocatoria que había firmado y, contra todo pronóstico, aprobé. Así que me tuve que encargar una toga a medida, con escudo en la pechera, porque pasé a formar parte del Ministerio Fiscal. A pesar de ello, impenitente, continué escribiendo, y después de alguna que otra enganchada, con cruce de posts agresivos, y un aviso en la empresa de que aquí hemos venido a defender el Estado de Derecho, no a practicarlo, me di de baja.

Pasaron los años, me seguían picando los dedos y desahogué mi pasión por darle a la tecla escribiendo «de verdad», que diría el maestro Andrés Trasado. O al menos, esa es mi opinión.

Publiqué capítulos en un par de libros técnicos, un relato en un libro con Pérez-Reverte (sí, ése, también tiene su historia)… y entonces apareció Eldiario.es. Pongámonos en contexto: un joven fiscal con ínfulas literatas y un pasado en un blog, un arriesgado periodista/bloguero que lanza una nueva cabecera digital… Un breve intercambio de DM’s en Twitter, y servidor de ustedes empezó a colaborar en «Zona Crítica», el nuevo blog que, andando el tiempo, llegaría a convertirse en el periódico digital nativo líder en audiencia, Eldiario.es.

Reconozcámoslo, hoy en día, Eldiario.es está muy lejos de ser el proyecto que conocí. Hay un paywall permanente, donde antes los contenidos eran libres, y una línea editorial marcada, muy marcada. Pero en 2012, que un jurista dejase de usar el «no es más cierto que…» y los latinajos, y les explicase a los ciudadanos de a pie cómo funciona lo de la Justicia por dentro, pues era revolucionario.

Ahora, resulta que todo quisqui ha inventado la pólvora, con jueces que comienzan en Twitter, bajo seudónimo pero con el escudo y la toga en el avatar (cosa que yo evité deliberadamente siempre), que luego se quitan la careta virtual y escriben libros, dan conferencias y reciben loas y alabanzas. 250 artículos igual dan para un libro, aunque quizás hoy no firmase todos los que rubriqué en su día. Pero ese fue mi legado, desde 2012. Hasta que también lo dejé.

Pero eso, parafraseando a Michael Ende, es otra historia, y debe contarse… en el próximo capítulo.

Portada de «Qué difícil es ser dios»
Portada de la edición española de Editorial Gigamesh

Aunque los hermanos Strugatski son más conocidos por su novela «Pícnic extraterrestre» —en la que se basó, bastante libremente, Tarkovsky para filmar su «Stalker»—, siempre me ha parecido mucho más interesante su obra «Qué difícil es ser (un) dios».

La verdad es que mi primer contacto con esta historia fue la adaptación cinematográfica rodada en 1989, que en alemán se tituló «Es ist nicht leicht, ein Gott zu sein» —«No es fácil ser un dios»— y que nos llegó a España con el título «El poder de un dios», una peculiar coproducción entre la RFA, la URSS y Francia y con un polaco —Edward Żentara— como protagonista.

Póster ochentero con título en alemán. No se puede pedir más

Un adolescente Bakunin y sus drugos estaban todavía muy flipados con el visionado de «Los inmortales», que se había estrenado en 1986, y un buen día se toparon en el videoclub con «El poder de un dios». Buah, colega, ciencia-ficción, tíos con espadas y premios a mejor guión y mejor banda sonora en el Festival de Sitges. Esto tiene que ser la polla en vinagre. Y la alquilamos, claro.

Cartel español de «El poder de un dios»
«El film de ciencia-ficción más importante de las últimas décadas.» A ver quién es el guapo que se resiste a semejante reclamo.

La verdad es que nos quedamos un poco noqueados con la experiencia. Aquello estaba mal montado, mal dirigido, mal interpretado y rodado con cuatro perras. Y no se parecía en nada a «Los inmortales». Y, sin embargo, tenía algo… ¡Ya lo creo que lo tenía! Una historia potentísima y un desenlace que te dejaba con el culo torcío.

El protagonista, Anton, es un historiador terrícola infiltrado en un planeta poblado por seres humanos con una sociedad muy parecida a nuestra Edad Media. Haciéndose pasar por un noble extranjero —Don Rumata de Estoria—, se mueve por la corte de Arkanar sin poder intervenir en ningún momento —algo que le resulta cada vez más difícil— y limitándose a observar y documentar la evolución de dicha sociedad. Anton y sus colegas esperan la llegada de algún tipo de Renacimiento y una evolución de aquellas gentes «para mejor». Y lo que se encuentran es el ascenso de un déspota, Reba, que utiliza la religión y la represión más brutal para aplastar cualquier atisbo de cultura, filosofía y ciencia que se produzca. Tras discutir con un filósofo local sobre el papel que debería desempeñar un dios en la vida de los hombres y asqueado por la violencia y la barbarie de aquellas gentes, Anton se decide finalmente a intervenir. Se lía pardísima y se produce un giro final que no comentaré por si queréis ver la película o leer la novela.

Al final se lía parda
Los dioses se manifiestan y se lía parda. Suele pasar cuando se manifiestan los dioses.

Aquella peli regulera me llevó a buscar y disfrutar la novela, que se convirtió en una de mis obras favoritas de ciencia-ficción. Y a descubrir otras obras interesantes de los Strugatski.

Así que cuando me enteré de que en 2013 se había realizado una nueva adaptación, con mucha más pasta y medios, ya podéis imaginar que me ilusioné un montón. La crítica especializada la ponía por las nubes y se habían tirado una década para rodarla y montarla. Esto tenía que ser la polla en vinagre.

Cartel español de «Qué difícil es ser un dios»
Presupuesto, premios, estupenda fotografía, gran historia… ¿Qué podría salir mal?

Tras buscarla sin éxito en las plataformas digitales habituales, no me quedó más remedio que recurrir a la vieja fórmula de la «descarga ilegal». Y me dispuse a disfrutar de tres horas de diversión. La verdad es que me quedé completamente noqueado por la experiencia. Aquello estaba sublimemente rodado, magníficamente montado, correctamente interpretado… y me parecía una reverenda mierda. La fotografía es excelente. Los largos planos secuencia están magníficamente montados. Técnicamente es una jodida obra maestra. Y ya. De la historia original no queda apenas nada. Vemos una sucesión impresionante de personajes sucios, zafios y enloquecidos interactuar sin ton ni son. Mucha mugre, escupitajos y mierda. Muchas miradas enloquecidas. Y ni una sola explicación de qué cojones está pasando.

Fotograma de «Qué difícil es ser un dios»
¿Qué cojones acabo de ver?

Si no conoces la novela, o viste la primera adaptación, no te vas a enterar de nada. Bueno, es que ni con esas te vas a enterar de nada. Vamos, que me la bufa lo que digan los señores críticos. Me quedo con la cutre adaptación de 1989. Y con la novela, sobre todo con la novela.

Banda sonora recomendada

«El fin del mundo, en incómodos plazos.» De esta forma se presentaba en 2016 la edición española de esta novela de Will McIntosh, que pude leer hace unos meses.

Me gustó mucho la premisa, principal aliciente para hincarle el diente, y aunque el resultado acaba siendo irregular, en general me ha gustado. ¿Y cuál es el punto de partida? Pues un «fin del mundo» suave, a cámara lenta, sin cataclismos ni sucesos apocalípticos. No hay un punto de inflexión a partir del cual puedas decir que comienza la decadencia de la civilización. Simplemente asistes a la misma a través de capítulos separados, temporalmente, por días, meses o años. En cada capítulo, la sociedad actual funciona un poco menos que en el anterior. Y todo ello constituye el telón de fondo de la vida del protagonista, mucho más preocupado por su situación sentimental —¿hay sitio para el amor en un escenario postapocalíptico?— que por el declive de la sociedad en la que le ha tocado vivir. Esto mismo, que otras críticas presentan como un defecto, me parece todo un acierto. El mundo de Jasper es así y él lo va aceptando, al igual que los restantes miembros de su tribu, con total naturalidad. No hay ninguna explicación de lo que sucede en el resto del mundo, ni siquiera en otras regiones de EEUU, y de esta forma vemos el mundo a través de la misma mirilla que Jasper.

Otro acierto es la organización tribal que acabo de mencionar. El protagonista y sus acompañantes han adoptado una organización comunal en la que cada uno aporta lo que puede y todos tratan de alcanzar consensos a la hora de tomar decisiones —aunque esto acabe llevando en ocasiones a la escisión de la tribu—. Y esta forma de comuna es, precisamente, la mayor fortaleza del grupo.

No quiero comentar mucho más para no chafaros la historia por si os decidís a leerlo. Tiene sus fallos, partes poco verosímiles y un poco —pero no muy grave— de deux ex machina. Y aun con todo os lo recomiendo.

Banda sonora recomendada