La halterofilia es la manera culta de llamar al deporte conocido también como «levantamiento de pesas»; consiste, efectivamente, en eso. Sencillo. Cuando se realiza como competición, la cosa va de ver quién levanta más peso (dentro de las normas de cada casa); y cuando se realiza como entrenamiento se suelen poner cosas no tan bestias pero que se levantan muchas veces, con la idea de ponerse cachas. De hecho, las pesas son el complemento estándar (antes de que se inventaran las máquinas de musculación) de eso que hace la gente en los gimnasios y que no es gimnasia sensu stricto.

La halterofilia es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. En especial, la bruta, la de levantar pesas (o piedras), a ver quién consigue elevar la más gorda. Es lo mejor si te quieres destrozar la espalda y cosas adyacentes. Es posible que tus músculos sean capaces de soportar el peso, pero esas cositas que tenemos entre vértebra y vértebra irán anotando cada achuchón que les das, para pasarte la correspondiente factura cuando menos te lo esperes.

La otra versión del deporte no viene mal mientras no se convierta en vicio. Todos tenemos que cargar pesos en nuestra vida diaria, y conviene estar preparado; además, en algunos trabajos es necesario levantar bastante peso. Probablemente, la primera imagen que nos viene a la mente es la de «un tío cachas»: el albañil, los operarios de almacenes, etc; pero pocos onvres suelen pensar que las personas que cuidan a enfermos y ancianos son casi siempre mujeres; constantemente tienen que mover a pacientes que pesan el doble que ellas, y tratándolos con más cuidao que al saco de cemento o a la caja de frutas. Conviene tener fuerza y maña; pues no sólo se trata del peso, sino de la postura. También es importante cuando el peso no es tan grande pero se sostiene mucho tiempo y mientras haces otras cosas; es una de las tareas más cargantes de la paternidad (y yo no me puedo quejar mucho porque Hija no llegaba ni a la raya de abajo del percentil de peso y -obvio- la parte del embarazo le tocó a Sra).

El problema, como hemos dicho, es cuando lo de levantar peso se convierte en un objetivo en sí mismo. Tenemos en mente al culturista con los músculos hipertrofiados, ¿no? Es una de las imágenes más lamentables del deporte en general, y mira que llevamos unas cuantas en este bló. Quizá por eso le pusieron un nombre griego; para que pareciera algo intelectual y disimular la brutalidad. Debería haber sido halteromanía o halteropatía.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

Hay muchos deportes que implican meterse en el agua en algo que flota y que se desplaza por la mera fuerza bruta de los allí presentes, pero no por supervivencia (como cuando lo del Titanic) o para pescar; sino con la intención de ganar a otro que vaya en una embarcación similar. Diversas modalidades esiten, según la pinta de la embarcación, el número de remeros y la presencia o no de un (gran) timonel. El lugar donde se practica (mares, lagos o ríos) también influye en llamarlo así o asá. Piragüismo, canoa, kayak, traineras, skiff, descenso… hay gente pa tó.

El remo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Baste como prueba un dato histórico: en la antigüedad, el remo estaba reservado a los esclavos, los enemigos capturados y a los delincuentes. La condena «a galeras» era como una muerte lenta (a veces rápida, si tu barco era hundido en el combate). Lo de remar por gusto es como que te crucifiquen por gusto. Ah, que eso también lo hace gente. Al menos no es un deporte. Creo.

Por lo demás, incluso cuando no te dan latigazos, es una paliza -sobre todo para los brazos- y machaca desigualmente el cuerpo. Tener que remar y respirar (agónicamente) mientras esprintas camino de la meta es una experiencia de lo más desagradable. Algunas máquinas de los gimnasios simulan ser aparatos de remo, y eso sólo puede significar cosas terribles.

Existe modalidades de remo aún más extremas, donde además de la paliza física es jodido sobrevivir; como esa que consiste en echarse a un torrente caudaloso tratando no sólo de que la piragua se mantenga a flote mirando parriba; sino es que encima tienes que ir haciendo cabriolas por el río (artificial o natural), como en el juego de la rayuela pero rodeado de remolinos y cascadas. Eso espero no tener que desaconsejárselo a ninguno de vds.

Mi bautismo de remo fue, como tantas cosas, al aprovechar que el río Pisuerga pasa por Valladolid; lo cual probablemente influya en mi percepción de este mal llamado deporte. Lo cierto es que mi compañero de embarcación, al que yo suponía cierta pericia naval, pues era de Asturias (el mar, el descenso del Sella, yatusabeh) tenía menos idea que yo (y poca intución sobre las leyes de la física; acción y reacción, etc), y siendo mucho más fuerte (eso es fácil), aplicaba su fuerza sin un asomo de destreza, lo que constantemente comprometía nuestra trayectoria y amenazaba con hacernos naufragar, embarrancar o colisionar con otras embarcaciones. Hasta los patos de la playa de Poniente se reían de nosotros.

Deportes de vela no voy a tratar en esta bitácora porque en mi condición de abulense talasofóbico jamás he osado montarme en un artefacto de propulsión eólica; ya lo hice en una pedalona en Torremolinos con tres compañeros de 3º de BUP y nos tocó pagar el exceso de tiempo, porque la corriente nos arrastraba hacia la Isla de Alborán, a uno le dio un calambre y a los dos que quedábamos nos costó aquello más que subir al Tourmalet; como para fiar mi rumbo, además, a algo que sea mobile cual piuma al vento.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

La calva, mencionada en el post anterior, es un deporte autóctono abulense (y de alguna otra provincia del antiguo territorio preautonómico carpetovetón) que consiste en tratar de atinar a un palo obtusángulo (denominado calva*) colocado como diana, lanzando un chisme con forma de pequeño cilindro algo más pequeño que una lata de pringles. La calva suele ser de madera de encina o roble, pero vale cualquier otra que sea resistente; tiene una forma de V muy abierta (2 rad, aprox; aunque cada zona tiene su estilo calvero más abierto o cerrado). El cilindro se denomina «morrillo», «borrillo», «gorrillo», «gorrón», «piedra» y cosas peores, se suele lanzar con cierto spin para ayudar a mantener la horizontalidad durante el vuelo. Antiguamente eran de piedra, ahora suelen ser metálicos; no macizos, pero sí rellenos con cosas, para tener momento inercial (a más peso, menos se desvía; pero también cuesta más lanzar). El impacto con la calva tiene que producirse antes de que el morrillo toque el suelo, y es válido aunque no derribe la calva.

La calva es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Por muy autóctono que sea, o quizá por eso. Y veremos por qué. Para comenzar las descalificaciones, digamos que existen dos tipos de jugadores de calva: los pofezionales y los ocasionales. Estos últimos son los que únicamente juegan en las fiestas del pueblo (que, por cierto, son las únicas partidas en las que se suele ver categoria femenina). En muchas localidades se incluye un torneo de calva como parte del programa de festejos, y suele llevar aparejado algún premio donado por patrocinadores.

Sucede que a estos saraos se apuntan casi todos los mozos (y buena parte de las mozas) de la localidad entre los 13 y los 93 años. El torneo, lógicamente, se alarga; y los jugadores que esperan van consumiendo botellines para amenizar la espera. Con tanto alcohol la puntería se resiente, aumenta la entropía y las trayectorias de los morrillos cumplen el principio de incertidumbre; el torneo termina siendo peligroso de presenciar (siendo especialmente arriesgado el puesto de «calvero», el que coloca la calva cuando es derribada). Pero el peligro es aun mayor si un forastero realiza un buen concurso y la población local no acepta de buen grado que se lleve el jamón (un «casus belli» de libro).

Luego están los jugadores habituales de calva, gente que se reúne habitualmente en sitios apartados (en los pueblos) y en parques y otras zonas de esparcimiento (en las ciudades) para dar rienda suelta a su afición con cierta periodicidad, jugando partidas amistosas y campeonatos no tan amistosos. Algunos no están ni jubilados. Pocos. Aunque parece una especie de secta homogénea, las rivalidades son grandes, y se produce un curioso fenómeno, pues se establecen categorías (algo así como el hándicap del golf) que suelen ser polémicas; porque si ganas un par de torneos de tu nivel seguidos, se reúne el consejo de ancianos y te dicen que subas al nivel superior (donde serás de los peores y dejarás de ganar torneos, hasta que mejores o consigas volver a descender de categoría).

Este tipo de decisiones no tienen un reglamento claro y frecuentemente son motivo de discusiones y enfrentamientos, lo que dada la edad de los jugadores puede tener consecuencias fatales, sobre todo si tienen mal regulao el simtrom. Por otra parte, esta gente experta cuando va a las fiestas de su pueblo arrasa, lo que provoca envidias** del tipo «éstos que jueguen en su p__a liga». Si además es forastero, es preferible que intervengan los cascos azules.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Algunas teorías indican que el nombre de la calva realmente proviene de la zona sin obstáculos, esto es, «calva de vegetación» (el calvero), donde se coloca la madera-diana, sobre un pequeño montoncillo de arena (el «pate») para que se quede de pie.

(**) Del tipo de envidia fermentada de un mozo de 20 años cargao de botellines, que se puso primero en las tandas iniciales tras acertar 12 calvas, pero es superado por un abuelete que atina 17 ó 18.

El juego de los bolos (boliche, en algunos lugares) es un deporte de puntería que consiste en derribar objetos fálicos dispuestos verticalmente al final de un pasillo de parquet, con una bola gorda con tres agujeros agarratorios; para lo que es necesaria una parafernalia indecente que se coloca, junto con un bar, en los lugares denominados «boleras». Si recuerdan la desaconsejación del billar, es un poco lo mismo, pero el ambiente aquí trata de ser lo más años-50-tupés-pin-up-girls-esco posible, como pa que vayan los muchachos después de arreglar el Grease Lightning; aunque frecuentemente se queda en algo más rústico, como la bolera de Los Picapiedra.

El juego de los bolos es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Vale todo lo del billar, como hemos dicho, cambiando la vestimenta y eliminando (algo) la parte del machismo (aquí las chicas ya podían jugar, incluso en los 50); pero a cambio las bolas pesan como un muerto y como tengas mala suerte o te hayan aconsejado mal, te puedes hacer daño en los deditos* y/o en la chepa. Ah, y el whisky o la coñá se cambia por la mucha cerveza.

Aparte, los bolos tienen un ritual un poco molesto y caro. Para empezar, vas a la bolera, alquilas una pista y (dando por hecho que no eres habitual) tienes que alquilar también unos zapatos** de chúpame la punta, que te entregan tras echarles un fliz con ambientador (esto es igual de importante que de inservible). Te diriges al módulo base de la pista, contoneándote como Tony Manero, y allí llegas y te encuentras que los de las pistas de al lado tienen Camisetas de Equipación; están jugando los los Villaverde Timberbowlers contra los Caño Roto Sound Machine, en el campeonato que organiza la bolera. Te miran con desdén.

En las pantallas puedes ver la puntuación de todos los demás. Ellos también ven la tuya, claro. Es evidente que no puedes competir contra los Timberbowlers, que empiezan a encadenar pleno tras pleno, y decides que (mode Braveheart on) puede que te derroten en puntuación, pero no te quitarán la libertad… de beber cerveza, y os pasáis la partida yendo y viniendo a la barra a por tercios o pintas (NADIE juega a los bolos con cañas normales o botellines de quinto; si no lo creéis, comprobadlo). Claro, porque estamos haciendo deporte y eso deshidrata.

Una cosa curiosa del juego es que, en contra de la intuición, no es bueno que la bola vaya recta hacia el bolo del centro; si lanzas así lo más fácil es que dejes bolos de los extremos sin derribar. Es mejor que le impacte frontolateralmente; por eso los jugadores deverdaz lanzan con un extraño efecto giroscópico que se tarda mucho en aprender. Eso ayuda a que te quedes mirando a los otros con cara de WTF?, trates de imitarles, te hagas daño y la bola se te vaya a los carrilillos de desagüe que tiene la pista a los lados.

La bolera no sólo tiene pinta de bolera, asientos semicirculares de bolera, american way of life y toa la pesca; tiene Ruido de Bolera (escandaloso y adictivo). Pasarás un tiempo queriendo ir a la bolera sólo por escuchar el sonido ambiente ¡las bolas reventando los bolos, la maquinaria que recoge y recoloca todo! que de alguna manera te hace sentir bolero y que, por un condicionamiento como el de los perros de Pavlov, inmediatamente te impulsa a beber cerveza. Eso es lo que sacarás de ese mal llamado deporte.

La bolera, por si fuera poco, compite con nuestros deportes autóctonos de puntería (en Ávila, la calva, en otros lugares hay diversas modalidades de bolos tradicionales); no es que sea crítico, pero de alguna manera convierte a éstos en deportes para jubilados y/o nostálgicos del antiguo régimen. Peeeero para jugar a la calva vale un pequeño terreno despejado, mientras que las boleras son muy caras de mantener; en poblaciones pequeñas no hay «masa crítica» de jugadores, y en las grandes, como requieren locales enormes, las especulación urbanística juega en su contra. Por tanto, tras aparecer (en España) con cierta fuerza en los años 60 y 70, el juego languidece merecidamente.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Enzerio, aunque lo hayáis jugao en el Wii Sports, no lancéis a los bolos si alguien no os explica cómo va. Parece fácil pero es igualmente fácil que te escoñes los dedos o sueltes la bola desde una altura improcedente y te mire mal toda la gente del local.

(**) Para lanzar a los botos da igual que lleves chirucas, deportivas o náuticos; sólo están homologados los zapatos de tirar a los bolos, que se caracterizan por ser un híbrido entre el zapato de rejilla y las J’hayber, pero con colorinchis y suela de piel de gamusino.

El billar es un deporte que consiste en atizar con la punta de un palo a una bolita para que choque armoniosamente con otras bolas, sobre una mesa grande con tapete y bordes dispuestos para que las bolas no se salgan de la mesa (lo que no siempre se consigue). Varias modalidades esiten, pero en todas ellas es importante frotar la punta de la varita impulsora con una tiza azul, aunque no sepas para qué sirve ese gesto.

El billar es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Bueno, lo de deporte ya es discutible; te cansas menos que en el ajedrez; si bien, como sucede con este último, las posibilidades de lesionarse son bastante bajas. Lo malo es el entorno, el billar va indisolublemente unido a vida sedentaria, tabaco y alcohol de alta graduación en un entorno muy masculino. Cuando te imaginas a un campeón de billar, en tu mente aparece un señor mayor con barriga vestido como para ir al casino o a la boda de un pijo.

Comenzó a jugarse en los países donde no conocen la siesta; en el XIX lo practicaban nobles y burgueses después de comer; lo hemos visto en mil películas o series. Flashback: ese momento en el que los varones invitados por lord McGuffin se retiran a la sala de billar con el habano y la copa de güisqui o coñá, cerrando la puerta para intoxicarse mejor y así poder charlar sobre Temas Importantes; la cámara se desplaza al salón de billar mientras sus ladies se dedican a hacer lo que haga la nieve en verano, entre ellas o con el mayordomo.

Lo de que el billar fuese un juego de hombres puede tener que ver con el hecho de que a los McGuffins nunca les gustó ver a sus señoras manejando con soltura el fálico instrumento de atizar a las bolas, haciendo chistes y comparaciones; y mucho menos les habría gustado ser derrotados por ellas y tener que confesar que todo ese tiempo lo de jugar al billar sólo fue una excusa para estar con otros hombres, drojas y colacao en una habitación oscura.

En el XX el billar fue poco a poco democratizándose, se abrieron salones antros públicos donde personas de bajo poder adquisitivo podían ir a hacer lo ya explicado, sin perder ese aura de «blue oyster bar», paulatinamente más cutre según avanzaba el siglo. En España no se extendió tanto, sobre todo desde la invención del futbolín. Tuvo un pequeño momento hype hace unos años (bueno, bastantes, que yo era joven) y en algunos bares colocaron mesas de billar de esas de echar veinte duros* para echar una partida. Afortunadamente, se ha ido perdiendo esta nefasta costumbre; pues en estos entornos era origen de discusiones, sobre todo, al golpear a alguien que pasaba por detrás mientras manejabas impunemente el taco.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Para los millenials: un duro=tres céntimos.

Ya desde tiempos de los griegos (y probablemente antes) la humanidad sintió la necesidad de elegir al deportista más completo, como si semejante imbecilidad tuviera sentido (para mí, un deportista completo es aquel que conserva todos sus miembros). Los helenos inventaron el pentatlón*; ya que entonces había pocas variedades de deporte. Y a partir de eso se han inventado un montón de deportes terminados en «atlón». Ahora mismo tendríamos que usar, como poco, el hekatonatlón (hekaton=cien; por cierto, de ahí proviene la palabra hecatombe=pronunciar cien veces «bebebebebe…»).

En la actualidad, además del pentatlón moderno, en las olimpiadas se incluye el decatlón** que para las mujeres se rebaja a heptatlon, luego se inventaron el duatlon QUE ES DISTINTO DEL BIATLON***, ole sus prefijos; el triatlon, y muchas otras estupideces. Afortunadamente, y en contra de lo que se pretendía en Grecia, el vencedor de estas disciplinas suele ser mucho más desconocido que los vencedores individuales de los deportes por separado.

Los cócteles deportivos son algo que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A ver, si desaconsejamos los deportes que lo componen, por separado, ¿cómo ibamos a quedarnos callados ante semejantes engendros? La gracia es que además hay deportes que son poco compatibles entre sí, por lo que la posibilidad de tener lesiones aumenta. Os lo dice alguien que ha practicado (al menos una vez) todos los que llevo aquí relacionados desde el inicio de los tiempos. Por ejemplo, el frontón y el pádel; después de jugar al frontón te vas al pádel y revientas todas las pelotas contra los cristales.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Pentatlon antiguo: correr, saltar, luchar y lanzar jabalina y disco. Pentatlon moderno: esgrima, natación, saltos a caballo, tiro con pistola y carrera. Para mí, si le pones el tute y cazar pokemon, ya estaría.

(**) El decatlón consiste en varios deportes pero sólo del atletismo, es un cóctel limitado. Incluye saltos variados, carreras de muchas distancias y lanzamientos de lo primero que tengas a mano. Si lo pones con h intercalada (Decathlon), además, tienes ropa, raquetas y tiendas de campaña. Y efectivamente, las mujeres no tienen decatlon, sólo tienen heptatlon. El deporte es machista desde sus orígenes y nos gusta recordarlo.

(***) El duatlon es, normalmente, bici y carrera; el biatlon es esquiar y disparar (evitando dar a los contrincantes, lo otro es la batalla de Carelia y entonces debería incluir el deporte-cóctel más famoso del mundo: el lanzamiento de cóctel Molotov****). El triatlon suele incluir bici, nadar y correr. Cuando lo haces en plan como si no hubiera un mañana, se llama ironman. Hay gente pa to.

(****) El cóctel molotov fue la respuesta finlandesa para luchar contra los tanques soviéticos que invadieron su país; como el estalinista ministro Molotov justificó la invasión diciendo que en realidad estaban llevando alimentos, le respondieron que ellos les mandarían «algo de beber» para acompañar la comida. Por tanto, a pesar del nombre, no es un invento ruso (y de todas formas se había usado ya en conflictos anteriores, como en nuestra guerra incivil).

Hay muchos deportes que consisten en pegarse; ya los griegos incluían el pugilato en las olimpiadas* de Olimpia. Luego se han ido añadiendo modalidades (lucha libre, grecorromana, karate, judo, kung fu, krav maga, etc) en los que se incluyen reglas de diferente pelaje y condición para justificar y tratar de contener semejante bestialidad. En algunos casos se evita la violencia organizando campeonatos de cosplay mamporrero como las katas (esto es, muestras cómo darías los golpes, de tener a tu enemigo delante). Es bastante más humano pero ridículo, prefiero incluso el air guitar.

Desde esta bitácora, como no podría ser de otra manera, desaconsejamos los deportes de combate. Liarse a golpes con alguien por deporte es suficiente estupidez como para que no haga falta razonarlo mucho. Incluso los «light», los que son más de técnica que de contacto, tienden al golpismo a la que te descuidas, como los militares en la reserva. Los que son de impacto, como el boxeo o estos con nombres raros que se van poniendo de moda, van dejando víctimas por el camino.

Tengo que decir que nunca he practicado los deportes citados, aunque sí que apunté a Hija a kárate durante un tiempo (es una fase que pasas en la paternidad). Estuvo allí hasta que vio que no se aprendía los movimientos y no pasaría de cinturón blanco en la vida, aunque se lo pasó bien y el profe era un crack (hasta tiene un monumento); no es fácil llevar por la recta vía a tanto churumbel.

La banda sonora de todo esto podría ser «The boxer», de Simon & Garfunkel. Películas hay muchas, pero la mejor es «El tigre de Chamberí», sin duda, muy del espíritu de este bló.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Si te viene a la cabeza «O limpiada con bayeta, o limpiada con estropajo, brillará más su cazuela con detergente Cascajo» ya tienes edad de ir abandonando deportes sin que yo te lo desaconseje.

La hípica, en sus diferentes modalidades, es un deporte que consiste en putear a un caballo para que haga el deporte por tí: correr, saltar, hacer cabriolas, marcar goles… Como mantener el material deportivo nunca fue barato, la cabalgación siempre ha estado asociada a las élites (Cayetano, de profesión jinete, you know).

La hípica es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Desde el punto de vista humano, los accidentes pueden ser graves; subido a un caballo estás mu arriba; hay muchas maneras de bajarse rápidamente y casi todas son malas. Incluso pasear en una ruta ecuestre es peligroso; los caballos saben si el que va arriba es un inútil y te van a intentar putear a la mínima. Las carreras, los saltos y demás torneos ya tienen un plus de peligrosidad que no es necesario explicar. Salen hasta en Ben Hur.

Pero desde el punto de vista animal es todavía peor; el caballo suele sufrir en el proceso y es castigado para que aprenda y cuando su rendimiento no es el esperado. Es explotación laboral de la peor, y todo por y para nuestra diversión (bueno, la de Cayetano; yo cuando he ido a caballo he pasado bastante miedo*). Y le pagan en alfalfa. Como punto positivo, cuanto más ligero eres también es más fácil para el caballo; así que es de los pocos deportes en el que -si supiera montar- me iría mejor que al típico Chuarcheneguer musculado de más de seis pies de altura (como se decía en las novelas de Marcial Lafuente Estefanía).

Pero como bola extra desaconsejatoria, las apuestas a las carreras de caballos son algo así como el elemento fundador de la ludopatía. Por una cabeza podría ser su himno**. Expresiones como «se paga seis a uno», «doble gemela» o «elcabrónvaytiraenelúltimoobstáculo» son anteriores a «una de catorce» o «cinco y el complementario».

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) He cabalgado pocas veces, pero mi único accidente ecuestre fue… con un pony. Un amigo del pueblo tenía uno, y se presentaron en el cumple de mi hija (6 ó 7 años tendría), para que se diera una vuelta. Ella tenía algo miedo, y para demostrar que no pasaba nada, me subí yo. Galindo, que así se llamaba, rápidamente me hizo saber que (punto 1) en su contrato figuraba claramente que sólo podían subir niños y (punto 2) me iba a enterar de lo que valía un peine. El animal pasó de 0 a 100 en décimas de segundo en dirección al peral y a la pared de la casa. Me tuve que lanzar en marcha -una costalada bastante aceptable- para no dejarme los piños. Galindo frenó inmediatamente en cuanto se vio libre de mi peso, sin arrollar a nadie ni esnafrarse contra nada. De más está decir que fue el momento más celebrado del cumple*** y que mi hija no se quiso montar.

(**) Por una cabeza de un noble potrillo / que justo en la raya afloja al llegar / y que al regresar, parece decir / «no olvides, hermano, vos sabes, no hay que jugar».

(***) Mi suegro, gran aficionado a los westerns, dijo que yo no valía para cuatrero.

Arrejuntamos hoy en un sólo post todos esos -mal llamados- deportes que consisten en echar carreras subidos a algún artilugio motorizado: coches, motos, camiones, retroexcavadoras, etc. Incluye también las carreras con cosas que naveguen o vuelen o yellowsubmarineen, así como cualquier engendro que aparezca en el futuro. Sobre todo, si Elon Musk toma parte activa en ello. Aparte del peligro, lo evidente es que el deporte realmente lo hace el motor, la persona solamente acciona los resortes. Y, opcionalmente, un comentarista calvo se desgañita por la tele.

El motorismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Y no me negarán que es de esos que no hace ni puta falta. Echar carreras subido a un ingenio mecánico es una manera de comprar muchos boletos pa matarte; de hecho sucede constantemente. Es un claro ejemplo de estulticia basado en un simple «no hay huevos pa…»; prueba de ello es que la participación femenina siempre fue -sensatamente- minoritaria. Sin embargo, cuando empezó a expandirse ese mantra machista de que las mujeres conducen peor, algunas se sintieron obligadas a desmentirlo participando en carreras*, y ahora ellas también reclaman su derecho igualitario a esnafrarse mortalmente.

Sin embargo, el peor problema derivado de estos antideportes es que se expanden culturalmente a la sociedad. Jóvenes y no tan jóvenes tratan de emular a sus ídolos apurando la velocidad en las carreteras convencionales, por más prohibido que esté**. Y somos mu tontos; que los coches y amotos «normales» salgan de fábrica pudiendo sobrepasar en MUCHO la velocidad máxima autorizada es algo inconcebible, pero que se mantiene por presiones de la industria. Sería difícil vender chismes sport gt turbo de merecientos caballos (sorry, que ahora pofin ya se va indicando en el sistema métrico) si sólo pudieran ir a 120, y con un dispositivo que limite a 50 al entrar en una ciudad, por ejemplo.

Como dato personal, mi única participación pseudocompetitiva ha sido montarme en un kart en una despedida de soltero. Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. Salí el último, pensando en ir a mi bola, pero en cuanto dan la salida y rugen los motores (bueno, ronronean, que eran karts) la adrenalina te domina; notas cómo Gollum le pide acelerar a Smeagol. En la segunda curva ya adelanté a un amigo por el interior, pasando por encima de dos de sus ruedas… Pues no pretendía dejarme sin sitio, ¡HOOBBIT MAAAALO! Afortunadamente, es difícil volcar con un cacharro de esos. Aunque van relativamente despacio, la sensación de velocidad es jrande, porque vas con el culo pegao al suelo; lo malo es que los baches y choqueteos le pasan factura a tus 33 vértebras (como pude certificar). Merecido me lo tuví.

Una de las canciones favoritas de mi madre siempre fue «Amigo conductor«, sobre todo desde que mi padre se esnafró -sobreviviendo al siniestro total- con un Renault Gordini, llamado «el coche de las viudas» porque tenía el motor detrás, y era más fácil tener un accidente cuando ibas solo y con el maletero (delante) vacío; tenía tendencia a que las ruedas delanteras, con poca carga, «flotasen» y perdieras el control en las curvas, QED.

En las motos el peligro es todavía mayor; estás en franca desventaja en la mayoría de los impactos. Que te juegues la vida para repartir pedidos a destajo y currando de falso autónomo es uno de tantos males del libeggalismo; que lo hagas por gusto, yendo a «curvear» por una carretera de montaña, es mu triste.

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(*) Basta con esgrimir las estadísticas de los seguros de auto, pero la estulticia no es privativa de ningún sexo.

(**) En algunos países, las multas llevan un coeficiente de incremento basado en la declaración de la renta o en algún otro elemento de progresividad; eso aquí por ahora tampoco se plantea.

El atletismo es un deporte… No, su nombre es Legión; el atletismo son muchos deportes (correr, saltar, lanzar…) englobados bajo una denominación con el sufijo «ismo», que indica tendencia o sistema. De alguna manera, el atletismo ES el deporte original, donde comenzó el pecado: algo tan simple como ver quién corre más o quién tira una piedra más lejos. Atlos (αθλος) en griego significa «competición» o «premio» (y ya veremos que ahí está el problema). Los griegos basaron sus primitivos juegos olímpicos en la práctica del atletismo, y luego eso ya se fue complicando hasta llegar a los juegos del 2024, que tendrán engendros como el Flag Fútbol.

El atletismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. No me malinterpreten; trotar un rato es sano (sobre lo de lanzar cosas o saltar ya voy teniendo mis dudas), el problema del atletismo es que su propia simplicidad técnica hace que para competir tengas que llegar al extremo tu fuerza y -sobre todo- tu resistencia. Ya era malo en tiempos de los griegos, recuerden que Filípides murió al terminar la primera maratón de la historia. ¿Y qué hacemos nosotros? Pues ponernos a repetir esa insensatez, pagando 80 € a cambio de un dorsal y una camiseta. Ahora, que sarna con gusto… sarna es.

Salir a corretear un poco -sin pasarse- está bien, para estar en forma; pero competir es malo. Apuntarte a la media maratón o a la sansilvestre de tu pueblo es mu dañino; sobre todo si eres de los que se lo toma en serio, marcando la salida y la llegada en tu reloj-pulsómetro-rutómetro justo al empezar (para ver si esta vez bajas de 3.21 el kilómetro). A veces no hace ni falta ese chisme; resulta que minoyes de personas decían que las vacunas eran malas porque te insertaban un chip, y esa misma gente se inscribe en las carreras populares donde realmente te colocan un chip para controlarte. Estás condenado a sufrir y todo lo que te pase lo tienes merecido. Luego mirarás la clasificación para ver que estás detrás de un porrón de gente, pero delante del chulillo ese de tu vecino que presume de entrenar con ropa compresiva de marca y haciendo series cortas al tresbolillo. Hasta el Führer os lo puede decir.

Lo de practicar el atletismo en serio ya es horrible. Al igual que pasa con el ciclismo, la alta competición está plagada de entrenamientos obsesivos y de ayudas médicas (guiño, guiño) para llevar más allá del límite el cuerpo humano. Y ni con esas los europeos podremos ganar a unos chavales para los que lo más difícil fue ganar las pruebas de selección de su pueblo, corriendo -por cambiar su vida- en el altiplano cuernoafricano. Una vez que llegan al equipo nacional y les dan zapatillas, ganar la medalla en las olimpiadas es mucho más fácil.

Se podría pensar que las carreras cortas son menos malas, pero qué va. Cualquiera que haya participado en los 400 m os lo puede confirmar: es una puta agonía. Llegan a la meta y se despatarran vivos. Luego ya está lo de ponerse obstáculos; que no era suficiente con lo de ir al borde del infarto; encima te dan la posibilidad de esnafrarte. Los saltadores, qué os voy a contar; los impulsos son tan agresivos para los tendones que cuando no están lesionados están a punto de lesionarse. Y lo de los lanzamientos, una vez que prescindes del tema de la puntería, tres cuartos de lo mismo. Recordad qué berridos pegan cuando arrojan el chisme que sea, tratando de llegar más lejos sin pisar la rayita.

Que luego esa es otra, en otros deportes te sacan por la tele día sí, día también (y no sólo en el fúmbol). Pero imagina que dedicas tu vida a lanzar una bola de esas de varios kilos… Dejarte los cuernos, entrenando mil veces más enzerio que un fumbolista, para que cada cuatro años te dejen tres intentos de tirar la piedra, y pa casa con el recao hasta dentro de otros cuatro años. Os lo tenéis merecido.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.