El tenis de mesa, pinpon, etc (muchas ortografías esiten) es un deporte que consiste en jugar al tenis con raquetas* de juguete y una delicada pelotilla (compuesta de aire al 99%) sobre una mesa como para que cenen 12 o 14 personas. Es un deporte muy extendido en el lejano oriente, países donde una cancha reglamentaria es un despilfarro de espacio y hubo que jibarizar el tenis para poder aumentar el ratio de jugadores/superficie.

El ping-pong es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Más que deporte es un entretenimiento de bar, algo así como el futbolín del tenis. Como juego, sólo requiere un poco más de esfuerzo que la rayuela o el twister; y menos que la comba. Anda ahí-ahí con el hulahop. Aparte, como en este último, los movimientos son repetitivos pero bruscos. Se suele jugar bajo techo, en sótanos, bodegas y antros diversos, ya que como la pelota no pesa una mierda y se desvía a poco airecillo que haya, no es recomendable jugarlo en el exterior. En su favor, diremos que el accidente más frecuente es cuando pisas sin querer la pelota y se espachurra.

Otro problema que afortunadamente ya no existe es que en mi mocedad se solía jugar en salones recreativos donde estaba permitido fumar; al que yo iba estaba en los bajos de una iglesia, junto con futbolines y billares, y la concentración de humo era tal que a veces dificultaba la visión de la pelota. Y si tenías que ir a buscar al gorrilla o encargao (el jefe, en la jerga propia de esos sitios) al bar anexo a los parroquiales salones, ya salías preparado para entrar en la atmósfera de Venus sin traje espacial ni escafandra. Y aquello nos parecía normal, y cuando se prohibió parecía que se iba a acabar el mundo, y al sonar la tercera trompeta los hosteleros serían ahorcados con las tripas de los estanqueros.

Por otra parte, está… el ruido. A ver, EL NOMBRE DEL JUEGO ES UNA PUTA ONOMATOPEYA POR ALGO. Si al pinpón se juega en inframundos es porque estar cerca es fastidioso, con ese tiqui-toc, tiqui-toc, tiqui-toc constante, terminado en el pang-pong-ping…pingping de la pelota cuando cae de la mesa y rebota por el suelo para esconderse, la muy ladina, debajo del mueble más pesado. Ahí si que te puedes lesionar seriamente, al mover el aparador viejo del sótano para sacar la pelotilla que ni con el mango de la escoba.

Por último, el tenis de mesa es el deporte nacional chino. Eso debería bastar como desaconsejación; el pinpón es al deporte lo que la acupuntura es a la medicina; entretiene un rato pero no tiene efectos positivos. De hecho, el tai-chi lo inventaron los chinos que estaban haciendo cola para que les tocase jugar (no hay mesa pa tanto chino) como una manera de desestresarse del ruidillo sin distraer a los jugadores. ¿Y a quién convencieron para jugar? A Forrest Gump.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) También llamadas palas de píngpong, aunque no sé si pasa como en el pádel, que si dices «raqueta de pádel» te miran mal.

La gimnasia, en sus diferentes modalidades (rítmica, deportiva, etc) consiste en realizar diversos ejercicios de fuerza y habilidad, de manera pretendidamente estética, solo o en compañía de otros, incluyendo -opcionalmente- aparatos de tortura para ayudar a aumentar el sufrimiento o perder el equilibrio. Casi todos lo hemos practicado, por algo «clase de gimnasia» siempre ha sido el sobrenombre de esa asignatura denominada antiguamente «educación física», que supongo que en la programación actual será algo del estilo de «Desarrollo competencial de habilidades psicomotrices no sexistas, individuales o en colectividad armonizada«, en la educación pública; o «El deporte te acerca a Jesús, y el chándal son otros 200 €» en la concertada.

La gimnasia es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Ya sé que no hace falta. Ahora saldrá el máquina, monstruo, crack, fiera, que diga «pues a mí gimnasia era la asignatura que más me gustaba». Claro, a los del sonderkommando se os daba bien saltar el potro o hacer el pino puente; pero los gordos, los torpes y los escuchimizaos sufríamos malamente y nos metíamos unos piñazos de aúpa; encima -en mi caso- en lúgubres sótanos que llamábamos gimnasios porque tenían espalderas en las paredes, y apiñada al fondo estaba toda la parafernalia de las acrobacias gimnásticas. Pero vayamos por partes, porque una cosa es el deporte competitivo, y otra, su aplicación escolar. Y todo esto tiene un principio…

La gimnasia procede de la antigüedad pretérita, formando parte del entrenamiento de los guerreros. Era una actividad para fortalecer el cuerpo que, si atendemos a la etimología de la palabra, debía hacerse en pelotas. Esto derivó en la construcción de gimnasios, lugares en los que ir a ligar con otras personas sudorosas (¿te gustan las pelis de gladiadores?). También derivó (esto es segunda derivada, que sirve para encontrar máximos y mínimos) en la creación de una asignatura para los escolares, la citada clase de gimnasia. Como es lógico, esto implicaba disponer de ese personaje denominado «profe de gimnasia».

¿De dónde salen estos seres? Pues de los sitios más insospechados. Po ehemplo, en la época franqueña hubo una asignatura denominada «Formación del Espíritu Nacional», esto es, Educación para la Ciudadanía Facha. Llegado el fin del régimen, todos esos profes con plaza se quedaron sin asignatura que impartir, y alguien decidió reconvertirlos en profesores de gimnasia. Sin tener ni puta idea de ejercicios, lesiones o calentamientos. Y aquí se abrieron dos vías:

Vía 1, andén 1) Los que se plantearon la gimnasia como una continuación de FEN, y la clase se convirtió en el entrenamiento de futuros caballeros legionarios, onvres que pudieran dar su vida por Dios y por España, al estilo de los griegos que dieron origen al palabro. La formación era paramilitar y primaba la disciplina.

Vía 2, andén 2) Los que decidieron pasar de todo (en cierta manera, fueron los más sensatos), y dejaban a la chavalería trotar o practicar deportes al azahar (fúmbol, básicamente, los niños, y baloncesto o voley las niñas). En Ávila, algunos hasta tuvieron tiempo de volver a la política local.

A ver, la transición fue un poco así, todo el tiempo y en todas partes.

Aparte, claro, te podía tocar un profe de gimnasia de verdad. Esta INÉFica gente solía tener cierta tirria al Deporte Nacional, por lo que además de otras rarezas, cuando la clase se desarrollaba en el interior del gimnasio (bien por las inclemencias meteorológicas, bien por su programación), te ponían a tratar emular a Joaquín Blume o Nadia Comaneci, provocando el pavor entre el alumnado. Llegabas a clase y el o la profe, en función de cómo hubiera dormido, miraba al fondo del gimnasio y elegía la tortura del día: TRAED PACÁ EL TRAMPOLÍN, EL PLINTO Y CUATRO COLCHONETAS, MWAHAHAHAA. Y todo era llanto y crujir de dientes.

Aparte de la asignatura, están los deportes gimnásticos; la gente que decide sacrificar su juventud para practicar alguna modalidad competitiva de gimnasia. Yo no estoy en este caso (bien se ve), pero por avatares de la vida, una temporada conviví en una residencia con chavales que hacían un cursillo de entrenadores de gimnasia deportiva; entablé cierta amistad con ellos y -aparte de llevarles de copas* por Pucela- pude enterarme de varias de sus vicisitudes. Casi todos eran exatletas que acababan de dejar la competición y trataban de continuar ligados a la gimnasia como entrenadores. La mayoría, con secuelas postcompetitivas: lesiones crónicas, desarreglos hormonales, y ese vacío existencial de que de un día para otro no tienes que machacarte como un monje shaolín, puedes comer lo que quieras ¡¡¡BOMBONES!!! y hasta salir con los amigos a desbarrar… lo que se suele traducir en aumento de peso y muchas ganas de recuperar rápidamente el sexo, la droja y el colacao que te habías perdido hasta ese momento.

Pensad en un deporte en el que -ahora eso estaría prohibido- Nadia Comaneci sacó el primer 10 olímpico de las olimpiadas con 14 años. CATORCE. O sea, que con 12 ya sería de la élite en Rumanía, y para eso imaginad cómo le tuvieron que machacar desde muy niña**. Sí, en todos los deportes los chavales empiezan de críos, hay liga alevín y tó eso, pero no es comparable al nivel de exigencia de los gimnastas. Total, pa salir por la tele un rato cada cuatro años y que te ganen las de siempre.

Entonces, los que lo petaban eran -como Nadia- los gimnastas del telón de acero (sin asterisquillo, los millenials, lo buscáis). Yo siempre había pensado que la puntuación de la gimnasia era subjetiva, como lo de Eurovisión; y resulta que no pero luego que sí. Mexplico: una de las asignaturas que tenían los entrenadorandos era la de ser jueces, aprender a puntuar. Alguna vez tuve ocasión de presenciar cómo era la parte práctica. Les ponían en el salón de TV de la resi un campeonato, mostraban el ejercicio de un gimnasta, paraban el vídeo, y tenían que valorar. Y para mi sorpresa, todos los alumnos daban casi la misma puntuación, con un margen de error mínimo. Y me lo explicaban: «A ver, el salto es un Chimichurri con triple mortal carpado y doble de queso, nota de partida 9.85, se le han saltado dos muelas al caer, que penalizan 0.20 cada una, así que máximo 9.45; ha terminado dolorida pero con una sonrisa… Venga, 9.40«. Algún 9.35.

Y entonces daban palante el vídeo, salían las notas, y tenía un 9.90. Y la ticher explicaba la cosa:

-A ver, lo vuestro está bien, pero ésta era Katerina Esmitokaya, la campeona rusa…

-¡Pero si la búlgara Vayaloba lo ha hecho mejor y le han dado un 9.80!

-Sí, pero estamos en Budapest, el tío abuelo de Esmitokaya (el coronel Boris), es el agregado cultural de la delegación soviética en Hungría… you know.

Aparte de la tortura del potro, las paralelas o las anillas, existe otra variedad de gimnasia, la de los aros, pelotitas y cintas; que es un poco menos exigente en cuanto a fuerza física pero, a cambio, el asunto del malabarismo incrementa la dificultad y -sobre todo en las competiciones por equipos, que hay que coordinarse- termina siendo tan machacante como la otra. Mi sobrina fue de éstas, quedaron campeonas de CyL, y justo antes de ir con su equipo al campeonato de España se lesionó, y lo dejó. Porque luego en estos deportes se te pasa el arroz en seguida y ya tenía la espalda hecha un ocho y no tenía ganas de seguir con el machaque, la pobre.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Lo de ir a una disconeta con este grupo, por otra parte, era divertido, porque claro, bailaban de cine, y con un par de copas, se animaban a recordar sus habilidades. Recuerdo una chica que estaba bailando sola y medio zombie e hizo un salto mortal en el sitio, con un sólo paso a modo de carrerilla, de tal manera que pasó rozando la coleta por el suelo; volvió a caer de pie y siguió bailando como si tal cosa.

(**) En la época del telón de acero, lo de las niñas gimnastas tuvo que ser horrible. Aparte de abusos sexuales, les metían todo tipo de doping y hormonas para limitar la menstruación y el crecimiento; y algunas han denunciado embarazos y abortos forzados.

NOTA POST-ASTERISQUILLOS: En general, si en este blog desaconsejamos el deporte competitivo y advertimos de que el deporte profesional es malísmio para la salud, lo del machacar a los críos con el deporte (fuera de lo que es aprender y divertirse) debería ser delito.

El esquí comenzó por la necesidad de desplazarse por lugares nevados. Probablemente, a algún pastor de renos se le ocurrió atarse un par de tablas a las botas para poder caminar sobre la nieve sin hundirse hasta los cohones. Pronto se descubriría que era posible deslizarse sobre la nieve; y de ahí a decirle a otro «a que te gano bajando por esta ladera» sólo había un paso. Nunca sabremos quién fue el primero que se esnafró esquiando, pero está seguro que tuvo su gracia (los piñazos de esquiadores son una tragicomedia breve), y a la gente le dio por continuar con la idea, mejorando la tecnología para poder calzarse unas ostias como panes.

El esquí es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Cuando no sabes, lo anti-intuitivo de mantener el equilibrio sobre las tablas (tiendes a erguirte y echarte patrás; y justo es al contrario) hace que te caigas de las maneras más tontas (malo es que se te crucen las tablas; peor, que se separen). Pero cuando sabes es peor, porque te confías; te pones a bajar por laderas más empinadas, aumentas la velocidad de descenso y tarde o temprano te estampas.

A todos nos gustan los toboganes y la sensación de velocidad, pero tenemos que entender que bajar por la pendiente de una montaña calzado con esos chismes no es seguro. Y cuando eres un crío tiene un pase porque pesas poco y eres de goma; pero alcanzada cierta edad los piñazos son de los de ir directamente a hacerte una resonancia. Y lo sabéis; en cuanto aprendemos, el problema es que siempre hay que intentar ir por las pistas que están un poquito por encima de nuestro nivel*. Puta manía, cuando podrías disfrutar bajando por una ladera suave. Y claro, llega el piñazo.

Aparte, el esquí es -como el golf- un deporte pijo e invasivo para el medio ambiente; se desarrolla convirtiendo las cumbres de las montañas en una especie de centro comercial con cintas transportadoras; porque claro, la parte trabajosa (subir la ladera) te la ahorran montándote en (o siendo arrastrado por) chismes. Y si no hay suficiente nieve, pues gastamos agua y energía para fabricar más. Una cosa buena -dentro de lo malo que es el cambio climático- es que en España, si la cosa sigue así, el esquí tiene los días contados; pronto la falta de nieve hará inviable la práctica de este chorrideporte.

Existen otras variedades de esquí, algunas consisten en caminar por la nieve como si fueras a hacer un recao (esquí de fondo o de travesía), y luego para los más locos está lo de tirarse por «fuera de pistas», contrisquemás peligroso mejor; que ya sabéis que todos los deportes (hasta el mus) tienen una variedad «extrema» pa que los más tontos puedan ganar un premio Darwin. Ah, y eso que veíamos por la tele el día uno de enero con la resaca, lo de saltar por un trampolín a ver quién llega más lejos… Ésta ni os la desaconsejo porque con asomaros a lo alto de esa rampa y mirar pabajo sería suficiente para preferir meterse a portero de hockey.

Por todo lo dicho, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Las pistas de esquí tienen un sistema de codificación de la peligrosidad basado en colorinchis, como los cinturones de karate, la bandera LGTBI y todo eso.

El surf es un deporte que consiste en tratar de deslizarse (mode La Más Grande ON) COMOOOO UNA OLA subido a una especie de tabla de planchar sin patas. Para ello es necesario estar en el mar (ya vamos mal) y que haya oleaje de mar rizada o incluso marejadilla o marejada (peor). Como sucede con otras americanadas, las películas y series de tv yanquis lo han popularizado, explotando la imagen del/a surfero/a cachas y guapetón/a que vive unas eternas vacaciones de sol/a y playa/o. No se dejen engañar… y recuerden nuestra opinión: los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música.

El surf es un deporte que desde esta bitácora desaconsejamos. Más que deporte, es una secta de pseudohippies (con dinero, eso sí) que coloniza determinados litorales nacionales y extranjeros; formando comunidades de individuos que hacen ostentación de su modo de vida hedonista y pretendidamente ecologista: la furgoneta de Scooby Doo, make love not war, música californiana, chill out, puestas de sol, que rule… Ah, y al resto de bañistas (los muggles o como nos llamen) nos desprecian. Los ataques de tiburones -sienten predilección por ellos- son demasiado escasos para lo que se merece esta gente.

El surf puede considerarse deporte pero por los pelos, lo he podido comprobar en persona. Lo trabajoso, realmente, es coger la tabla y alejarte de la orilla, soportando el oleaje y las corrientes y esquivando a los demás surferos. Ahí ya esperas la ola. Luego ya viene la parte menos trabajosa pero más difícil, que es ponerte de pie sobre la tabla. He visto perretes que lo hacen mejor que yo. De hecho, mi estilo es parecido al de cuando fui a ayudar a mi cuñao a poner pladur en el techo de su casa, sólo que aquí vas con el tablón debajo. A partir de ahí, revolcones, tragar agua, chocarte con gente, se te escapa la tabla, te embarrancas… un sindiós.

Los surferos repetitivos llevan -sobre todo en aguas frescas- un disfraz de marsopa que les permite reconocerse entre el resto del gentío. También se reconocen haciendo determinadas señas con las manitas. Y luego, por la noche, se reúnen para aparearse en los locales de su ambiente y toman cosas de surferos hablando en idioma de surferos.

Aunque claro, en todo hay clases. Los surferos de alta surfeación se caracterizan por intentar cabalgar olas de mar gruesa, muy gruesa o arbolada. Creo que todo viene del día en el que un hawaiano se libró de un tsunami haciendo surf, y de que los humanos siempre queremos tener la más grande de lo que sea. Para complacer a esta gente hay lugares especiales en el mundo, donde la orografía del mar y las corrientes forman olas enormes y la gente se mata por competir, pero en el sentido literal; el deporte extremo tiene estas cosas.

Luego, existen variantes del surf (esas sí que no las he practicao, ni siquera la más moñas, esa del paddle-surf*). Poniéndole una vela a la tabla, o una especie de parapente-cometa, o a saber qué otra cosa pueden haber inventao estos jipis cuando les sube el canuto…

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) He jugao al pádel y he hecho intentado hacer surf, pero creo que no cuenta.

El béisbol o baseball, un deporte born in the USA, es una especie de juego infantil (estilo el bote bolero o el aturgao), en el que el equipo que defiende lanza una pelota (a mala leche ma non troppo), mientras que el atizador que ataca tiene que golpearla con un palo, y -si atina- salir corriendo por un circuito cuadrado donde hay varias «casas» (creo que los chavales de ahora dicen «uve») que sirven de refugio para que no te pillen los del equipo contrario que han de recoger la pelota impactada.

El béisbol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Cuando lo ves en las películas parece un desenfreno, pero en realidad, los jugadores están casi todo el rato parados (en el sentido español del término) esperando que les toque hacer algo. De vez en cuando vas a lo de atizar con el bate a la pelota; y esto -aparte de ser malísmio pa la espalda- no es fácil, si lo quieres atizar con la contundencia requerida. Luego te toca correr un poquín, y hale, parado otra vez. Se acaba tu entrada y al rincón de pensar.

Es un poco lo del golf, el poquísimo ejercicio que haces es insano. Aparte de que, como cabe esperar en un deporte con palos y pelotas, te puedes llevar más de un golpe. Y luego están los traumas infantiles, de todos esos niños que jugaban el partido en el cole y el padre no pudo ir a ver cómo bateaba porque ese día tenía que salvar América de los extraterrestres comunistas mutantes, y al niño le hacía tanta ilusión que se le aparece Santa Claus y le convence de que lo importante es ser tú mismo.

Este juego procede de otro parecido, de origen británico, el críquet (aún más parecido al bote bolero) que nunca he practicado y que afortunadamente es casi desconocido en España. Y es casi desconocido a pesar de tener muchos más seguidores e el mundo que el béisbol… porque es una especie de deporte nacional en sitios como India y Pakistán. ¿Por qué a todos nos suena el béisbol? Porque en los USA es uno de los deportes más importantes, y como vimos en el párrafo anterior, nos lo meten hasta en la sopa en las películas. Así, los niños de hoy saben los que es un jonrán pero no quiénes fueron Blas de Lezo o Marcial Dorado. Como diría Unamuno, que jueguen ellos.

Y lo peor de todo, enigüei, es que uno de sus elementos, el bate de béisbol, se ha convertido en el arma del macarra por antonomasia, para hacerse el machote y agredir a los que piensan o sienten diferente, junto con eso que llaman «puño americano». Inmortalizado en películas como «La naranja mecánica», es el preferido por los amantes de la ultraviolencia ultra.

Como muestra de lo malo que es, una breve anécdota (mode Abuelo Cebolleta ON). En un partido informal de beisbol (jugado con los de mi clase en el parque/bosque de El Soto* con una pelota de tenis y una rama de fresno), me tocaba batear. A pesar de mi inutilidad, antes del 3º strike conseguí atizar a la pelota, por lo que solté el improvisado bate y salí corriendo hacia la primera base. Como no veía que cogieran la pelota, continué a la 2ª, y al pasarla y volver a girar ya más de cara hacia el punto de bateo vi que el partido estaba interrumpido y se estaba atendiendo a un jugador tendido en el suelo. Era uno de mi equipo que se había sentado -insensato- un par de metros detrás de mí, mientras yo fallaba los dos primeros lanzamientos, y al que había alcanzado en toa la cresta al lanzar el bate hacia atrás para salir corriendo, con el efecto acción-reacción que ello supone. No se presentaron cargos contra mí, puesto que se admitió mi alegación de que antes de atizarla había avisado que no se pusiera nadie detrás**. Lo siento mucho, Rafa, no volverá a ocurrir.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Sí, el día de fin de curso, con lo que ello conlleva.

(**) Por la cosa de la informalidad y la ausencia de elementos protectores, habíamos prescindido de la figura del catcher, ese señor agachao que se pone detrás del que lanza y le hace señas como en el mus.

El hockey es un deporte inventao juntando cachos de otros, como los pokemon nuevos. Fútbol, golf, patinaje, hípica, bdsm… Se trata de meter goles atizando a una pelotita (o pastilla) con un palo. Existe una modalidad de correr sobre HIERBA (el campo es el más grande), y se inventó otra que se juega en interior, sobre PATINES con ruedas. Luego está la más bestia, la que se juega sobre HIELO, con patines de cuchillas; en esta última modalidad, las leyes de Newton (inercia, aceleración, acción y reacción) forman parte de la diversión. Y finalmente, hay otra en la que se sustituyen los patines POR UN CABALLO. Esta versión es muy pija y como doy por hecho que los lectores de este bló no pertenecen a la nobleza, sólo la comentamos de pasada*. Yo solo he echao una pachanga en interior pero sin patines (ni caballo), incluso así es un deporte nefasto.

El hockey es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A ver, es que toma lo peor de cada juego: tienes que ir medio agachao todo el rato, mientras corres o patinas, una postura malísmia pa la chepa y las articulaciones; te puedes esnafrar (en especial, si vas subido a algo) y te puedes llevar pelotazos y golpes dolorosos; sobre todo los porteros, que realmente -ojo al dato- superan a los del balonmano en cuanto a insensatez.

La indumentaria del portero de hockey es todo un logro de la poliorcética: te tienes que disfrazar de barbacana; y juegas agachado o medio tumbao todo el rato. Tú que ibas a hacer deporte, y se te ve como al enano Gimli vestido con la armadura vieja de Aragorn frente a los trolls. Como pasa en balonmano, ya sería chungo estar ahí tratando de esquivar, pero es que te tienes que poner pa que te aticen sí o sí; y como las porterías son de gnomo, suele ser lo que pasa en el 99% de los casos. Que metan gol es casi un milagro que deberías agradecer.

Por supuesto, los jugadores de campo también sufren, eso de jugar atizando golpes con un palo se presta a accidentes (intencionados o no) de todo tipo. Y en el caso de la versión sobre hielo, además del portero, los bordes del campo también están fortificados, para resistir las embestidas de los jugadores. Ahí no sé muy bien qué es lo que se considera falta, pero tengo claro que el reglamento permite mucho más de lo que recomendaría un experto en prevención de riesgos laborales. Incluso el nombrado por la empresa.

Finalmente, cuando hay una bronca, ya es el acabóse; recordad que los jugadores van armados con un stick contundente. En los partidos de de hockey hielo pofezioná, si no está cerca la 82nd Airborne Division, los árbitros suelen esperar a que termine la pelea para retirar los cuerpos y limpiar la pista de cachos de dientes y pulpa sanguinolenta.

Por todo esto, y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) No se llama «hockey sobre caballo», se llama polo**. Fue el refugio de la aristocracia cuando el tenis se popularizó. Por eso existe toda una línea de ropa pija dedicada a este juego, aunque sólo lo juegan cuatro gatos con apellidos compuestos y abolengo rancio. La federación tiene más camareros que socios.

(**) Proviene de «pulu», palabra de origen tibetano, pero creo que la mejor selección de la historia fue la de los mongoles***, que lo practicaban en las estepas de Asia con la cabeza de los enemigos de su horda. Pa lo que ha quedao…

(***) El campo tenía casi 10.000 kms de largo, llegaron a poner una portería en Polonia.

Me encasqueta Supermon el marrón de desaconsejar el fútbol. Lo cual no sé si es bueno o malo. Porque lo entiendo poco. Pero las partes que entiendo creo que serán suficientes. Sepan ustedes que el fútbol o balompié —¿alguien dice todavía «balompié»?— es otro deporte inventado en Inglaterra. Qué perra la de los perfidoalbioneses con inventar maneras de sudar, jadear y restregarse con otra gente que no sean follar…

El fútbol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Veamos por qué. Para empezar hay que juntar a mucha gente. Dos equipos de once más, los más que recomendables, muñecos de recambio. Pero si no me hablo con tantas personas, ¿cómo monto una pachanga dominguera? Y encima han de ser personas con cierto fondo físico. Porque esa es otra. Un campo de fútbol —ah, no, no voy a picar— es una cosa jodidamente grande. Aguantar un partido entero —luego hablamos de lo que dura, que también tiene tela— corriendo pa’rriba y pa’bajo puede dejar al más pintado hecho un guiñapo babeante. Y eso sólo con las carreras que te pegas. No hablemos ya del cordial intercambio de patadas, codazos y tirones en el que acabas más perjudicado que un villano de película de Van Damme.

Entrada legítima de un defensa a un delantero.

Todo lo anteriormente mencionado hay que soportarlo durante, por lo menos, noventa minutos. ¡Noventa minutos! Se os va la pinza. Y espera, que aún es peor, se juega al aire libre. Noventa minutos trotando y recibiendo hostias en condiciones climáticas hostiles. Porque con calor es mala idea, pero con frío… Todavía recuerdo con rencor a mis profesores de «educación física» —«hostigamiento al flojo» habría sido un nombre más honesto— cuando nos hacían correr por el patio a 4 grados bajo cero hasta que la boca te sabía a sangre —probablemente porque estabas sufriendo una hemorragia pulmonar—.

Y no es solución ponerte de portero. ¿Habéis visto el tamaño de la portería? He tenido soluciones habitacionales más pequeñas. Vale, no tienes que correr tanto. Pero tus alternativas no son tampoco estupendas. Si no paras el balón, te corren a gorrazos los compañeros. Y si lo paras… ¿Sabéis la energía cinética que os puede transmitir un buen balonazo? Que eso es un cacho cuero duro inflado a alta presión y lanzado a cerca de 200 km/h.

Por todo esto, y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

Banda sonora recomendada

El voleibol, voley a secas, voley-ball o balón-volea es como jugar al tenis pero sin raquetas y con una red a mucha más altura. No tanto como la canasta de baloncesto, pero cuando lo jugamos señores bajitos el desarrollo del juego es como una cosa tontaina, de echarla paquí y pallí haciendo subir y bajar la pelota como cuando tiran globos gigantes al público de un concierto. Por contra, cuando hay gente alta, la cosa se pone violenta.

El voleibol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. En este caso, es muy sencillo: está pensado específicamente para HACERTE DAÑO EN LOS DEDOS. NO SIRVE PA OTRA P**A COSA. Bueno, también te puedes esmorrar, si te lo tomas en serio, o recibir algún balonazo; pero lo fundamental es lo dicho. Los profes de gimnasia de mi generación gozaban haciéndonos sufrir, que luego volvías a clase de historia con los dedos hinchaos y te tocaba tomar apuntes agarrando el boli como los palillos chinos de comer.

Claro, tenía algo que lo hacía adictivo, y es que solíamos jugar chicos y chicas mezclados; algo que pasaba raramente en otros deportes de equipo. Era una trampa, sin duda. Las chicas que jugaban mal se dedicaban -sensatamente- a esquivar choques con el balón (y con nosotros), pero las que jugaban bien se tomaban cumplida venganza de los pelotazos que se llevaban de nuestros partidos de fúbol, atizando voleas con mala intención para que te machacases los dedos al intentar devolverla igual de fuerte, para quedar como un machote. Sin ser yo eso.

En muchos deportes ser alto viene bien, pero en el voley es fundamental; como he dicho, llegar a atizarla por encima de la red (y que vaya pabajo y con contundencia) es básico para la victoria; lo que implica que si eres bajito te vendría bien ponerte atrás, para recibir y centrar a los de delante. Pero el cabrón que lo inventó ya se olía la tostada, y diseñó un sistema de rotación obligatoria para que te tocase jugar hacer el ridículo en todas las posiciones.

El voley, además, de entre todos los deportes con spin-off playero, es el que ha tenido más éxito: EL VOLEY-PLAYA ES DEPORTE OLÍMPICO, MANDA HUEVOS. Que no es sólo por eso que dijimos en su día, de que los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música (QUE TAMBIÉN). Es que en este caso el juego es lo de menos. Los espectadores voyeurs van al voley-playa a ver gente alta y guapa enseñando cacha, saltando y revolcándose sobre la arena, porque además las reglas obligan a jugar con camiseta sin mangas, a ellos, y con bikini-tanga a ellas. Todo está orientado a evocar surferos de Malíbú o garotas de Ipanema; de hecho, fijaos que en las retransmisiones se centran en sacar primeros planos de mozos y mozas. Es como ver «Los vigilantes de la playa» o cualquier realitichou de esos de ir medio en pelotas por una isla desierta.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

El rugby es otra variante del fúmbol inventada por estudiantes pijos británicos (ese tipo de pedantes despeinaos que se creen por encima de las leyes y algunos terminan de primer ministro). Echando un partido, les hizo gracia meter un gol corriendo con la pelota agarrada con la mano, por la cosa de transgredir. Posiblemente, en las reglas iniciales figurase correr con la chorra fuera y cantando el Rule Britannia; pero lamentablemente se eliminó esa norma. Como sucede con el badminton, lleva el nombre del lugar donde se inventó. Vds. saben ma o meno lo que es, se juega con un balón con forma de melón de Villaconejos y todo eso. No haría ni falta explicarlo, pero vamo a ello…

El rugby es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es todavía más bruto que el balonmano, recientemente citado; con la única mejoría de que aquí no te pueden poner de portero (la portería llega desde lo alto de un palo hasta el cielo). Pero todo lo demás es peor, rayando en la delincuencia: los empujones, agarrones y placajes (eso de jugar “a ropa que hay poca” *) son suficientemente violentos como para asustar a los pardillos. Además, existe un lance propio de este deporte, las melés, que consisten en hacer el cabestro acuernando a los rivales, a ver quién es más bruto. De lo más edificante.

Para compensar la agresividad, los rugbistas han desarrollao una especie de religión pacifista (una puta secta, vamos). Ellos recitan sus mantras “el rugby es un deporte de brutos jugado por caballeros” y se ríen bebiendo cerveza -juntos los dos equipos, viva el tercer tiempo– cuando terminan el partido, molidos a golpes, y comentando -mientras se ponen el brazo en cabestrillo y hielo en los chichones- que estas cosas no pasan con el fútbol, qué deporte más noble y qué buen rollo hay. Les falta gritar “penitenciágite, hermanos» o «Jonah Lomu es mi Señor y con el nada me falta” mientras se flagelan con un látigo de siete puntas puestos hasta las trancas de Guinness.

Si el balonmano es un deporte germánico, el rugby es -obvio- muy británico. Luego, liaron a los gabachos para montar un torneo (pas d’œufs pa ganarnos, eh) y también exportaron este deporte a sus colonias, sobre todo del hemisferio sur (incluyendo Argentina). En la India no cuajó, ahí no son tontos y prefirieron el cricket. Pronto se convirtió en el deporte favorito de las islas del Pacífico, esa gente con cara de pachorra y pinta de muñeco Michelín que -por ello- se aficionaron al rugby (y al sumo japonés) de tal manera que parece parte de su folklore. A veces hasta hacen un line dance antes de empezar a jugar.

Y claro, esto sólo podía empeorar. Cuando los estudiantes de Harvard, EEUU, en su gap year, se pasaron por Oxford y Cambridge, se encontraron con un deporte que -con ese complejo de nuevos ricos sin tradición nobiliaria que tienen los yankis frente a los británicos- les deslumbró y decidieron adoptar para la Ivy League. Como suele pasar, no se enteraron bien de las reglas (ni se molestaron en pedirlas; pa qué, si semos el país más poderoso del mundo). Y aquello dio lugar al segundo deporte de este post: el FÚTBOL AMERICANO.

Nótese que lo llamaron fútbol, a secas (lo de “americano” lo ponemos nosotros pa distinguirlo). ES QUE NI SIQUIERA SE ACORDABAN DEL NOMBRE CORRECTO DEL DEPORTE. El hecho de no recordar -tampoco- una norma tan básica del rugby como que no se puede pasar la pelota palante con la mano, y que le da cierta gracia al desarrollo del juego, les obligó a retorcer el resto de reglas pa que aquello tuviese interés y no fuese un correcalles. Como consecuencia de ello, para sobrevivir a los partidos lo tienen que jugar vestidos de motorista con protecciones (estética de «los Ángeles del Infierno van al highschool», sólo les faltó jugarlo montados en la chopper y metiendo alguna regla del polo).

Aquí no hace falta que me justifique más, busquen ustedes “fútbol americano” y “lesiones cerebrales” a ver qué les sale. A pesar de la similitud (en el tipo de balón/melón) ese ligero cambio de reglas hace que este juego sea una batalla campal; el único jugador que se salva un poco es el jefecillo que distribuye el balón, llamado quarterback, que se libra de los golpes por la protección de su ejército de brutos… a no ser que fallen y se dé (no suele pasar) el lance conocido como sack, en el que un mostrenco hiperhormonado, capaz de mover sus más de 100 kgs a bastante velocidad, impacta contra él con la sana intención de lesionarlo de por vida.

Conste que el fútbol americano no tiene una sección propia porque es, de los mencionados hasta ahora, el único que nunca he practicado como tal. Sí, al rugby he llegao a echar alguna pachanga, pero eso es porque (a diferencia del americano) aquí sólo se puede placar al que lleva el melón, y si juegas como en «la patata caliente» y lo relanzas -lejos, a ser posible- en cuanto te llega, te libras de ser embestido.

Por último, y sólo como nota exótica, en Australia apareció otro spin-off llamado «fútbol australiano». Digamos que se elimina ese «aura universitaria» del rugby en favor de IR HACIENDO EL MACARRA. Es como si las reglas del rugby las reescribieran para el chou de Rasca y Pica de los Simpson, sólo por la cosa de que lo jugasen exconvictos, como parte de su condena. Baste decir que en tiempos nos ponían en la tele, pero en plan risas, junto con «humor amarillo». A esto, ni que decir tiene, tampoco he jugado nunca.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación. Hoy innecesaria, si no se creen eso del deporte de caballeros.

(*) Lo explico porque creo que no se llama así en todas partes, consistía en -después de que alguien lo gritase- echarse todos encima de uno que estuviera despistao, formando un montón de niños, con el único objetivo de provocar la asfixia al de debajo del todo.

El tiro con arco más que un deporte es un cosplay postmedieval, pero como hay competiciones de ello, aquí lo traemos. A ver, ya os hacéis una idea, ¿no? Consiste en ver quien tiene más puntería lanzando flechas a una diana, aunque existen otras modalidades más peliculeras. Como lo practican cuatro gatos, al menos hemos de reconocer que no son tiquismiquis con los novatos (como pasa en otros deportes ya descritos en este bló). Y te suelen advertir de que cuidadín con estos chismes que son peligrosos. Justo después de que te inviten a lanzar una flecha. Y mientras se ponen a cubierto.

El tiro con arco es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Cualquiera podría pensar en el riesgo evidente: dejar a alguien que pase por allí como a San Sebastián, pero no sólo es eso. Es que también es peligroso para el lanzador. Los arcos caros tienen sistemas de poleas, tensores y vectores, ojo, que no cualquiera los tensa, pero tienen MUCHA FUERZA, sueltan un latigazo bastante considerable al liberar la flecha y si lo haces mal te estropicias los deditos o el antebrazo; incluso los ejpertos usan un guantelete para protegerse.

Y luego hay una cosa mu tonta pero que también te advierten rápidamente. Ojo al sacar las flechas de la diana (en el supuesto de que hayas acertado alguna). La manera normal, la que usamos para soltar los dardos de la diana del bar, puestos frente a ella, no es conveniente si no quieres clavarte la parte posterior de la flecha en el mesmo ojo o en las fauces o en la garganta (según tu altura); es mejor sacarlas puestos de lado, en plan toqueteo de flauta travesera.

Obviamente, también es peligroso para el resto de personas alrededor del lanzador. Mucho más. De niños, en el pueblo, jugábamos a hacernos arcos con alguna rama flexible y una cuerda de las alpacas, y usando como flechas las varillas de los cuetes del día de las fiestas patronales. Si los de la pandilla conservamos la visión binocular sólo es consecuencia de la baja calidad del material y de la mala puntería; los accidentes -que los hubo- fueron más en el proceso del juego propiamente dicho, que -dado que en aquellos tiempos se estilaban las películas de indios y vaqueros– incluía trepar a los árboles y saltar como Caballo Loco con el tomahawk*. De haber tenido material mejor -incluso el de primer precio técnico barato for beginners de las cadenas de deportes de ahora- alguno habría sufrido perforaciones de estómago, con orificio de entrada y salida.

Como dato curioso, en este deporte existe un doping muy raro; si en otros deportes se usan anabolizantes para estar más cachas, EPO para resistir durante más tiempo el esfuerzo, o estimulantes para estar frenético y no sentir el cansancio, aquí es al revés; alguna vez han pillao a arqueros usando sustancias que te dejan apajolao y paralizao (betabloqueantes, etc), con la idea de que seas una estatua al lanzar la flecha. Eso pa que te hagas una idea de en qué mundo se mueven. Por algo el papa Inocencio II prohibió el uso de los arcos en la guerra. Ya lo veía venir. Spoiler: no le hicieron caso**.

Al ser un deporte minoritario, los campeonatos no tienen mucha relevancia salvo entre los miembros de la secta; el último campeón conocido, así en plan firmar autógrafos, fue un tal Guillermo Tell***, y de eso hace ya casi un milenio; con lo que además de los riesgos descritos, incluso siendo un crack, tus posibilidades de medrar (o de ligar como los galácticos) son muy limitadas. Bueno, al menos, en Ávila tienen el mercado postmedieval, que es una oportunidad única para practicar este deporte sin parecer un friki recreando Crécy, ya que estarás rodeado de caballeros con o sin armadura, frailes, princesas Disney, pícaros, titiriteras, concejales, mesoneras, madrileños y buhoneros. Tu gente.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Entonces no conocíamos a Legolas ni soltaríamos rollos en plan «este arco fue fabricado por el enano Fútbolin y el elfo Éldelbar con madera del árbol Otannenbaum; las flechas fueron afiladas en la fragua Forgesporánea, y las cuerdas de las alpacas me las ha dado mi tío«. Lo nuestro era ponernos plumas en la cabeza y cortar cabelleras.

(**) La evolución del arco fue la ballesta, con más potencia pero con el inconveniente de tener peor cadencia de disparo.

(***) Es un deporte que hoy en día sigue contando con Guillermos entre sus practicantes mas recalcitrantes. Aunque es posible que el Willy original ni siquiera existiese, o al menos, que la historia de la flecha y la manzana fuese bastante diferente. ¿Tendrá algo que ver este nombre? Si (como afirma el griego en el Crátilo) el nombre es el arquetipo de la cosa,,,