Era evidente, después de la bici de montaña, el siguiente deporte que desaconsejamos es la montaña sin bici. Se le denomina con varios otros nombres, ya que existen varias modalidades montañescas (incluso para practicar dentro de casa), pero básicamente, el montañismo consiste en subir a cualquier sitio desde el que te puedas esnafrar desde una buena altura, de las de poder decir «pabernos matao» cuando bajas. En caso contrario, estás más cerca del trekking o senderismo de montaña. El «por donde cortamos» depende de lo tiquismiquis que sea el escuchante. Por ejemplo, ascender a la montaña más alta de la provincia de Valladolid, probablemente no sea considerado montañismo, y es porque el mayor riesgo es pasar de largo del montón de piedras que marca el lugar, si hay niebla, y terminar en la provincia de Segovia.

El montañismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Casi no tendríamos ni que escribir el post, vamos, pero por si queda algún romántico empedernido que considera que arriesgar tu vida en un los riscos es algo sano, vaya aquí nuestra advertencia. Por algo la gente mayor de los pueblos alrededor de Gredos, que mira que lo tienen al lao, nunca subía a lo alto de la sierra: «allí no se me ha perdido nada». No, tuvieron que ser los forasteros los que se empeñaron en trepar por paredes de piedra verticales*. Y recordamos una vez más la frase de Terry Pratchett: lo que te mata no es la altura, es el suelo.

El riesgo es evidente. A ver, es que raya el delito, que hasta la Guardia Civil ha creado grupos especiales cuya única finalidad es ir a rescatarnos (o lo que quede de nosotros), gente mu prepará que se juega la vida para que podamos presumir de que hemos subido por un sitio chungo. Porque esa es otra: hay montañas con un lado por el que se sube paseando (o en teleférico, incluso), que ya ves las vistas y te haces el selfie; pero no, tiene que ser difícil. Los propios montañeros de élite califican la dificultad de las trepadas con unos códigos especiales de números o letras, en plan rating de Standard & Poor’s, que Te Hacen Sentir Especial. «He subido una pared TD 7a+ IV cum laude«.

A veces la dificultad no radica en la verticalidad y ausencia de agarres, sino en el clima; y ya en sitios muy bestias, en la falta de oxígeno. Y si no, pues hay que inventarse el riesgo. Que si yo voy sin oxígeno. Que si yo voy en invierno. Que si yo voy sin sherpas. Como si quieres ir con tu suegra a cuestas, majete, a mí que más me da. Claro, pero luego hay que ir a buscarte si la buena mujer se lía a paraguazos contigo porque te has perdido.

Una gracia que tenemos los montañeros es protestar contra la masificación o la mercantilización de las montañas. Esto es: nos jode que EL RESTO DE GENTE SUBA A LAS MONTAÑAS. Nosotros tenemos derecho, claro. Desde luego, no me parece bien que haya atascos en las cimas de los Himalayas, ni que se llene de basura; pero la masificación bien entendida empieza por uno mismo.

Hoy en día, si tienes un poco de preparación física y MUCHO dinero, puedes subir incluso al Everest, contratando a los que saben. Pero claro, si hay un cambio de tiempo y la cosa se complica… shit little parrot. Más de una vez he visto a montañeros de élite quejarse «les ofrecimos a los sherpas nosecuantosmil euros, pero no quisieron subir a por Fulanito». A ver, majete, ya es la leche el riesgo que corren por su trabajo en condiciones normales, para que encima les pongas en la disyuntiva de «joer, con ese dinero, en mi país, tengo pa vivir un par de años… yo o mi viuda». Si no quieren subir, es lo que hay. Íbais al filo de lo imposible.

Por último, reseñar que el montañismo comenzó siendo un deporte elitista, de nobles y gente adinerada, que se iba a los Apeninos o a los Andes, para poco a poco irse transformando en afición estrella de hippies y perroflautas… con pasta, eso sí, que el material es caro y no conviene racanear en la cuerda o los anclajes de los que pende tu vida, o en la ropa que te protege de la congelación. También estamos algunos nostálgicos de los pasar un buen rato con amigos y comerte unos alcagüeses en la cima de alguna montaña, mientras te quejas de que los jóvenes son jóvenes y nosotros ya no.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Como yo no soy sino hijo adoptivo de la sierra, tuve mi punto montañero. En mi primera ascensión al Almanzor, con un amigo cabra loca, nos quedamos enriscaos** , pero conseguimos llegar a la cumbre (de hecho, sólo podíamos seguir parriba, esa es la gracia de estar enriscao), y desde allí vimos un grupete que ascendía por una vía mucho más fácil (la que queríamos haber cogido). Menos mal, pensé que de allí no bajaba… En cualquier caso, el mayor peligro de ese pico -en verano- no es tanto caerse, sino que en las zonas de piedras sueltas provoques un pequeño derrumbe que te afecte a tí o a los que van debajo. Ahora, si te quieres caer, tienes lugares que antes de 200 metros no has parao de dar rebotes (en invierno, por la cara sur, probablemente más del doble, si hay hielo en buenas condiciones).

(**) Enriscarse es subir por un sitio por el que luego, cuando te toca bajar, ves que destrepar es mucho más complicado, te empiezan a temblar las piernas, y te quedas allí arriba bloqueado. Pasa mucho. Preguntádselo a los del GREIM.

La secuela de la entrada anterior no podía ser otra que ésta su secuela: lo de la bici de montaña, también conocida como mountanbai, MTB, y cosas peores. Básicamente, es lo mismo que el ciclismo de carretera -ir en bicicleta- pero con una máquina adaptada para ir por terrenos más escabrosos. La bici de montaña tiene ruedas más gordas (y con «tacos»), manillar más sencillo en forma de T, y vas sentao en una postura algo más elevada, amén de otras adaptaciones para la vida en el monte.

El bicimontañismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Dado que se circula por terrenos más irregulares, los riesgos de caída son aún mayores que en el ciclismo de carretera, si bien decrece sensiblemente la posibilidad de ser atropellado por otro vehículo. Paralelamente, baches y pedruscos incrementan las vibraciones a las que se ve sometido el deportista, que repercuten en nuestra osamenta. Para mitigarlo un poco, al poco de nacer, se dotó a las bicis de amortiguadores; pero ya os digo yo que milagros tampoco hacen y su mantenimiento es complejo.

Los riesgos son evidentes. Además de esnafrarse, el ciclista de montaña corre el peligro -frecuentemente infravalorado- de que le suceda algún incidente o avería en mitad del campo, a veces en sitios sin cobertura, lo que convierte el más mínimo problema en algo más serio, sobre todo si entrena en solitario. A esto añadiremos la hostilidad de los mastines que cuidan las fincas, de los propietarios de los terrenos que atravesamos*, de la meteorología, de la naturaleza en general y del ganado suelto en particular.

Por supuesto, en esto del MTB hay grados. Desde el que prefiere circular -a cher pochible- por caminos rurales transitables, incluso asfaltados, al que trata de ir siempre por fuera de pista (a lo sumo, veredas estrechas y pedregosas) buscando entornos de máxima dificultad técnica. Hay gente pa tó. Lo que nos une es la rivalidad con los de carretera, que nos miran con aristocrático desdén «a los de los tractores» cuando nos cruzamos; se creen Induráin. Panda pringaos…

A pesar de estas diferencias, el mundo del mountainbai tampoco escapa a la tontería de gastarse dinero para tener una bici mejor. A diferencia de los de carretera, aquí la aerodinámica importa poco, y más que rebajar gramos lo que se pone de moda son, sobre todo, marcas y soluciones técnicas (a veces un tanto chorras, todo hay que decirlo). Que si ruedas hipergordas o de más diámetro. Que si tres platos; no, ahora un solo plato. Que si el amortiguador nosequé o la horquilla nosecuá. Bueno, algunos, como los frenos de disco, los han terminado heredando los de carretera (tan listillos como eran) no sin polémica**.

Para terminar con los riesgos, los ciclomontañistas tendemos a sobreestimar nuestras capacidades. Para cruzar un vado o un arroyo («yo creo que no cubre»), para transitar por una zona empinada y pedregosa sin bajarse de la bici («yo creo que se pasa bien»), para atravesar por medio de vacas ¡y terneras! pastando («yo creo que son muy mansas»)… o para afrontar un cambio en la ruta («yo creo que por este camino seguro que vamos a dar a tal sitio, que desde allí ya conocemos la vuelta»)… Es algo que se cura con la edad, aunque no en todos los casos.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) El tema de los caminos públicos que cruzan fincas privadas, y de las porteras de las fincas (que si se cierran mal, se escapa el ganado) es frecuente fuente de conflicto.

(**) Al principio no gustaban, han estado prohibidos -en las pruebas de ciclismo en carretera- pero ahora se están imponiendo (frenan mucho más que los de zapata), si bien han provocado lesiones por su perfil cortante. Ah, y un recordatorio para gente más pardilla que yo: después de bajar una cuesta frenando, los discos SE CALIENTAN MUCHO. No tocar, y cuidado al parar, con tu bici o la del de al lado, que no te rocen la pierna.

Continuamos esta nueva (y totalmente prescindible) sección con un nuevo deporte, el que más jloria internacional ha dado a los y las abulenses: el ciclismo. Básicamente, consiste en subirse en una bicicleta del tipo antiguamente denominado como de carreras* y liarse a dar pedales por la carretera. Sobre todo cuesta arriba, porque si vas cuesta abajo, pedalear no es tan necesario**.

El ciclismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. No sólo porque te puedes pegar un piñazo o ser atropellado por otro vehículo, es que además la postura no es buena, ahí con la chepa torcida y la próstata apretá***, pasando frío y calor (no hay término medio), y si llueve te mojas por arriba y por abajo (con las salpicaduras de la rueda o de otros vehículos). Para rematar, casi sólo ejercitas un par de músculos, pero es tan exigente en el consumo calórico que te puede provocar la pájara. A ver, en todos los deportes te cansas, o te pueden subir las pulsaciones a mil; pero en la bici, de repente, te llega un vacío existencial, una ausencia de energía absoluta que se complementa con la aparición de hambre canina y te convierte en una piltrafa humana. Por suerte, se pasa descansando y comiendo. Mucho.

Los riesgos son evidentes. Y no termina ahí; existe un peligro desconocido para los no iniciados; cuando el aficionao corriente cae en esa especie de secta que forman los globeros, comienza un proceso adictivo similar a la ludopatía: se empieza a gastar MUCHO dinero en una bici mejor. Amigo, que no te estás jugando el Tour por unos segundos, que tú sólo sales a dar una vuelta con los colegas de vez en cuando, pa qué necesitas una bici [mode Manquiña ON] profesional. Ojo, que no te da más seguridad ni resiste mejor las averías, no; a partir de un punto, los euros sólo se van en reducir unos gramos de peso y ofrecer una pizca menos de resistencia aerodinámica.

Esto de llevar bicis de calidad obliga a entender de marcas y modelos; tanto, que los ciclistas se reconocen entre sí como los perros; no se miran a la cara; se inclinan y olisquean la bicicleta del otro:

  • Ayer me di una vuelta con Eufrasio
  • ¿Eufrasio?
  • Sí, hombre, uno que sale con Hematocrito, Gaseoso y Huelepeos [inciso: son apodos reales]
  • No caigo…
  • Uno que lleva una Samsonait de germanio con cambios Maquiavello y portabotija Thermoflix…
  • Ah, sí, Eufrasio el Gafas****, sí, la Samsonait se la recomendó Chiappucci…

Como se ve, además de la bici, claro, está el apodo o «nombre de guerra», imprescindible si quieres ser alguien, y hay que ganárselo a través de años de entrenamiento. Si no tienes, se te asignará uno de oficio.

Para terminar con los riesgos, hay una palabra que va asociada a «ciclista» como las moscas a la mierda: doping. Dejando aparte los casos de los profesionales (de los que, recordad, los detectados sólo son la punta del iceberg), lo más triste es que entre aficionados tampoco es raro hacer tonterías como tomarse varias latas de bebida energética en una parada, para poder llegar un poco más acelerao al siguiente puerto o sprint*****. Manda huevos, sí.

Además, confieso, los ciclistas no somos buena gente. Ello procede de una peculiaridad: como es sabido, el que va delante se cansa más que el que va a rueda. Por eso, es un deporte en el que a veces no gana el mejor ni el más fuerte, gana el más astuto traicionero. El que iba disimulando «no puedo, no puedo», y al llegar a la meta, demarra y gana con insultante facilidad. A veces, entre profesionales, se dan situaciones inexplicables de ese tipo: ¿Cómo no se ha dado cuenta Fulanito de que Menganito, que iba todo el rato a rueda, le iba a ganar al sprint? Pues porque, como dice mi hermano, cuando vas a mil, no te llega suficiente oxígeno al cerebro.

Esta rivalidad se manifiesta ahora, además, en una práctica reciente, que consiste en colgar en la red nuestros entrenamientos, con lo que se establece una especie de competición para conseguir primeros puestos en los «segmentos» (cachos de carretera). Claro, aquí se puede hacer trampa: ir con una bici eléctrica, o ir en tu coche despacio, a una velocidad «creíble», sólo para aparecer en esas aplicaciones. También sirve para conversaciones del tipo «Mira a Claudio, el capullo, dice que no entrena y se ha metido 140 kms esta mañana, y por los puertos». Ah, casi se me olvida, menos mal a Claudio… Si quieres ser ciclista SIEMPRE tienes que quejarte de que este año has entrenado poco; «llevo pocos kilómetros…», «los días que puedo salir, hace malo…», etc.

Y hablando de las bicis eléctricas, aquí tenemos otra nueva fuente de conflictos, que ha dividido a los ciclistas en tres grupos: los que odian a los de las eléctricas, los que les envidian, y los que tienen una eléctrica. Reíros del cisma de occidente, esto está provocando enemistades enconadas. Y no está dicha la última palabra.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Antes sólo existían las «bicis» (a secas, sólo denominadas «de paseo» por los vendedores) y las «bicis de carreras«. En su momento se inauguró la subcategoría «bicis de carreras con cambios» pero pronto todas las bicis de carreras venían con cambios de marcha (3 ó 5 «piñones», que se decía), por lo que se omitía esa salvedad. Las bicis profesionales de verdaz eran las que tenían transportín para llevar mercancías, y dinamo para llevar luz; mucho antes de los del Jlovo.

(**) Sí, majos, hay masoquistas que siguen pedaleando cuando van cuesta abajo. Esa gente nunca es de fiar, esa es la primera señal de que os dejarán tirados en cuanto os vean flaquear.

(***) En caso de que tengas próstata, claro.

(****) El Gafas de verdad no se llama Eufrasio, sino Agustín «Tino» Jiménez, un abulense que no llegó a profesional, pero compitió en los años 70 en una especie de segunda división (llamada entonces «aficionados»), y su mejor resultado fue en la Subida a Arrate, de su categoría, en la que fue adelantando a todos los rivales menos a uno, al que no pudo pillar, a pesar de darlo todo… Pero al entrar en meta, todos le felicitaban. El otro era el motorista que abría carrera. Con la lluvia empapándole las gafas, pensaba que era un ciclista. Como para pillarlo… Pero gracias a eso, pulverizó el récord de aquella subida, de hecho lo hizo en menos tiempo que los profesionales; y su marca estuvo vigente décadas.

(*****) Los ciclistas nos pegamos un calentón para ver quién llega primero a cualquier cuesta o lugar emblemático. El caso más conocido es el de Eddy Merckx, que en una carrera esprintó en una pancarta del –entonces ilegal, pero existente, al revés que ahora– Partido Comunista.

Inauguramos hoy una nueva sección de Halón Disparado denominada «Deportes Desaconsejados». Para ello, y sin que sirva de precedente, pasemos a definir lo que entendemos por «deporte». Según el diccionario Güebstar, son deporte todas esas actividades asimilables a realizar un trabajo, de manera no remunerada*, sólo por el puro placer de humillar a un contrario y/o a nuestro propio cuerpo**. El deporte, por tanto, es una actividad del tipo «pintar la valla» de Tom Sawyer. Un autoengaño que nos infligimos con la excusa de cultivar cuerpo y espíritu, como si fueran un campo de patatas.

Dicho esto, cualquier lector (muy españó y mucho españó) de esta bitácora daría por hecho que, hablando de Deportes Desaconsejados, comenzFÚUUUMBOLaríamos por el fútbol, pero no, no vamos a comenzar por el dep¿FÚMBOL?orte rey. De hecho, como el ejperto en deportes que no soy, voy a empezar por el único en el que he estado federado y que, además, todo el mundo juega según las reglas que se fijaron ¡EN ESPPPAÑA! (sí, amijos***): el ajedrez. Y aquí os debo una explicación: si alguno de ustedes piensa que el ajedrez no es un deporte «porque no te cansas», os diré, desde la serenidad, que SÍ POR LOS COHONEH. Preguntad a alguien que juegue enzerio.

El ajedrez es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es un juego frustrante. Cuando empiezas está bien, porque aprendes las reglas, juegas más o menos al tuntún, y si vas teniendo práctica, ganas algunas partidas a tus amigo. Ojo, si pasa mucho, dejan de jugar contigo. Pero luego, cuando te crees que sabes algo, llega un niño de 8 años o un abuelete medio ciego de 90 y te dan una paliza. Qué inyustisia.

Los riesgos son evidentes, y no sé por qué el ajedrez tiene tan buena prensa. El ajedrez es el juego de mesa pedante por antonomasia. Flota evanescente sobre los juegos de naipes, dados rúnicos o tableros coloridos; como si el resto de juegos de mesa fuesen cosa de frikis aburridos o abueletes tabernarios; y el ajedrez Es Para Gente Que Piensa, debería ser asignatura en el cole, te ayuda a ordenar la mente y el karma y la metempsicosis. Last but not least, no olvidéis a qué jugaremos nuestra última partida.

Si pasamos al nivel avanzado, qué vamos a decir, si los jrandes maestros están como una p##a regadera. Salvo alguna excepción, como el juerguista de Capablanca, viven para el ajedrez como monjes de clausura, y los que se salen de la secta terminan como Bobby Fischer. Estamos hablando de gente capaz de jugar contra varios rivales a la vez y a ciegas, gente que recuerda minoyes de posiciones (y de partidas enteras); menudo agobio de sinapsis y neutrotransmisores tiene que haber ahí dentro, como para que anide el alzheimer****.

Progresar en ajedrez implica estudiar mucho. Por ejemplo, es fundamental conocer las aperturas, esto es, los posibles primeros movimientos que se pueden hacer, en plan «si él empieza así, yo puedo responder así o asao». Cuantas más aperturas y en más profundidad conozcas, más ventaja tienes sobre el otro, porque jugando los primeros movimientos «de memoria», ganas tiempo y evitas «trampas»; jugadas aparentemente normales pero que si el otro sabe una respuesta concreta estás perdido, ya que en estos niveles, el más mínimo desliz suele ser decisivo.

De hecho es tan cruel, esto del ajedrez, que las partidas de nivel superior a principiante casi nunca terminan con el jaque mate; lo normal es que un jugador abandone cuando ve que va perdiendo; así de pringaos somos los practicantes de este deporte. Imaginad un partido de fútbol en el que un jugador sale corriendo con la pelota controlada y el equipo contrario, según lo ve, dice «bua, nos rendimos, que ya según vas, nos vas a meter muchos goles».

Además, el ajedrez moderno tiene otro problema. Ha pasado tiempo desde que Alfonso X decía que el ajedrez era juego más noble, porque no influye el azar (ni los penaltis no señalados). Pero desde que los ordenadores juegan mejor que nosotros, y -sobre todo- desde que hay maneras de enviar información vía pinganillo o satisfyer*****, las cosas han cambiado, y la sombra de la trampa planea sobre jugadores y torneos.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) El deporte profesional remunerado no es deporte. Es un trabajo, y de los de pasarse la Prevención de Riesgos Laborales por el forro.

(**) Cada vez hay más deportes de éstos de automachacarse el body, casi todos con nombres en la lengua de Mordor, que no pronunciaremos aquí.

(***) El ajedrez es un juego indio que nos llega vía invasión árabe. Al principio era un poco como el Risk (cada sitio tenía sus piezas y sus reglas) pero es la manera de jugar en la España del siglo XV la que se va a imponer para la posteridad. Que la pieza más poderosa sea la reina, y en el XV viviese Isabel la Católica, igual tiene algo que ver. Y el que está considerado como el primer gran maestro del mundo mundial, ya en el XVI, es el extremeño Ruy López.

(****) Al parecer, entre grandes maestros del ajedrez no hay casos de alzheimer.

(****) No es coña.