Arrejuntamos hoy en un sólo post todos esos -mal llamados- deportes que consisten en echar carreras subidos a algún artilugio motorizado: coches, motos, camiones, retroexcavadoras, etc. Incluye también las carreras con cosas que naveguen o vuelen o yellowsubmarineen, así como cualquier engendro que aparezca en el futuro. Sobre todo, si Elon Musk toma parte activa en ello. Aparte del peligro, lo evidente es que el deporte realmente lo hace el motor, la persona solamente acciona los resortes. Y, opcionalmente, un comentarista calvo se desgañita por la tele.

El motorismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Y no me negarán que es de esos que no hace ni puta falta. Echar carreras subido a un ingenio mecánico es una manera de comprar muchos boletos pa matarte; de hecho sucede constantemente. Es un claro ejemplo de estulticia basado en un simple «no hay huevos pa…»; prueba de ello es que la participación femenina siempre fue -sensatamente- minoritaria. Sin embargo, cuando empezó a expandirse ese mantra machista de que las mujeres conducen peor, algunas se sintieron obligadas a desmentirlo participando en carreras*, y ahora ellas también reclaman su derecho igualitario a esnafrarse mortalmente.

Sin embargo, el peor problema derivado de estos antideportes es que se expanden culturalmente a la sociedad. Jóvenes y no tan jóvenes tratan de emular a sus ídolos apurando la velocidad en las carreteras convencionales, por más prohibido que esté**. Y somos mu tontos; que los coches y amotos «normales» salgan de fábrica pudiendo sobrepasar en MUCHO la velocidad máxima autorizada es algo inconcebible, pero que se mantiene por presiones de la industria. Sería difícil vender chismes sport gt turbo de merecientos caballos (sorry, que ahora pofin ya se va indicando en el sistema métrico) si sólo pudieran ir a 120, y con un dispositivo que limite a 50 al entrar en una ciudad, por ejemplo.

Como dato personal, mi única participación pseudocompetitiva ha sido montarme en un kart en una despedida de soltero. Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. Salí el último, pensando en ir a mi bola, pero en cuanto dan la salida y rugen los motores (bueno, ronronean, que eran karts) la adrenalina te domina; notas cómo Gollum le pide acelerar a Smeagol. En la segunda curva ya adelanté a un amigo por el interior, pasando por encima de dos de sus ruedas… Pues no pretendía dejarme sin sitio, ¡HOOBBIT MAAAALO! Afortunadamente, es difícil volcar con un cacharro de esos. Aunque van relativamente despacio, la sensación de velocidad es jrande, porque vas con el culo pegao al suelo; lo malo es que los baches y choqueteos le pasan factura a tus 33 vértebras (como pude certificar). Merecido me lo tuví.

Una de las canciones favoritas de mi madre siempre fue «Amigo conductor«, sobre todo desde que mi padre se esnafró -sobreviviendo al siniestro total- con un Renault Gordini, llamado «el coche de las viudas» porque tenía el motor detrás, y era más fácil tener un accidente cuando ibas solo y con el maletero (delante) vacío; tenía tendencia a que las ruedas delanteras, con poca carga, «flotasen» y perdieras el control en las curvas, QED.

En las motos el peligro es todavía mayor; estás en franca desventaja en la mayoría de los impactos. Que te juegues la vida para repartir pedidos a destajo y currando de falso autónomo es uno de tantos males del libeggalismo; que lo hagas por gusto, yendo a «curvear» por una carretera de montaña, es mu triste.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación

(*) Basta con esgrimir las estadísticas de los seguros de auto, pero la estulticia no es privativa de ningún sexo.

(**) En algunos países, las multas llevan un coeficiente de incremento basado en la declaración de la renta o en algún otro elemento de progresividad; eso aquí por ahora tampoco se plantea.

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