Las olimpiadas son como los Juegos Reunidos Geyper* del deporte. Se inventaron en la antigua Grecia como una manera de reducir las tensiones entre las ciudades-estado, a base de realizar enfrentamientos de guerra simulada entre varones en pelotas (recordamos que «gimnasta» viene a signficar, etimológicamente, «el que entrena desnudo»). También suponían una tregua entre naciones; ese espíritu permanece hoy en día, y la política se queda al margen y JAHJAJAJAJAJAJA UNA POLLA. Mejor me callo.

Las olimpiadas son una manera de hacer deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos; al menos como están planteadas ahora. No sólo porque este año hayan incluido el breakdance (que ya sólo ello debería bastar), es que suponen pervertir el concepto de deporte. A ver, el deporte es sano (en pequeñas dosis), pero las olimpiadas fomentan el patrioterismo más que el deporte en sí**. Sólo es importante ganar una medalla y explicar que lo has conseguido únicamente gracias al esfuerzo. Que es una condición necesaria, sí, pero casi nunca suficiente.

Las olimpiadas comienzan con la adjudicación de una sede, a varios años vista. Éste es un proceso que combina corrupción y megalomanía a partes iguales. Bueno, no, predomina la corrupción. Si bien la cosa del trinque ya empieza cuando se preparan las candidaturas, la concesión dispara un pelotazo de construcción y urbanismo cipótico que suele dejar exhaustas las arcas del país/ciudad organizador, pero que nutre los bolsillos de un reducido grupo de gente. La propia elección de la ciudad organizadora ya implica enormes desembolsos para promocionar (guiño, guiño) la candidatura.

Una vez adjudicado el tema, a las olimpiadas se les coloca un traje que se llama ALTRUISMO (justo lo opuesto de lo que son). Comienza una campaña de desinformación para a) justificar o -preferiblemente- ocultar inversiones gastos; y b) convencer a la gente de los beneficios que supondrá para Nuestra Imagen Como País convertirnos en el Escaparate del Mundo por unos días; por lo que se solicita la colaboración ciudadana de todas las maneras posibles, en especial, como Voluntarios.

Mientras eso sucede, las excavadoras toman la ciudad, en sentido real y metafórico; pues a la fase constructiva se une otra destructiva para erradicar todo aquello que no es conveniente que se vea, de una manera que haría salivar a Goebbels. No exagero, preguntad a alguien que viviese la deportación de los habitantes de lo que luego fue la Villa Olímpica, con destino a El Prat de Llobregat y otros campos de concentración.

Hay un pequeño detalle que se realiza aparte de todo esto y a veces se descuida; a las olimpiadas van deportistas, y tienen que entrenar con ahínco (por lo mismo de antes, la Imagen del País es importante). Eso supone tratar de convencer*** a gente de que, por la milésima parte de lo que gana un fumbolista, tienen que destrozarse el cuerpo y perder la juventud para que se les vea un ratito; porque no tendrán otra oportunidad hasta los siguientes cuatro años. En los países pobres es más fácil; allí el deporte supone un modo de promoción social.

Por fin llega el de la inauguración, que comienza con una demostración (más o menos teatralizada) de cantar al mundo «los de mi pueblo somos la ostia, viva la madre que nos parió». Y empiezan las competiciones, y los medios nos saturan de tantos deportes que no se suelen ver por la tele, salvo en caso de accidente. Hay un montón, cada vez se añaden más para que haya más sitio donde trincar. También se valora que sean entretenidos, como el voley-playa femenino.

En resumen, las olimpiadas juntan a presidentes de federaciones, políticos narcisistas y un montón de gente sin escrúpulos en una barra libre de decisiones cipóticas no auditadas. Y también hay deportistas.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Millenials, los juegos reunidos (había varias cajas, 15, 25, 50 o cosas así) era un set de juegos de mesa sencillos y sin copyright (no penséis en el risk o el cluedo) que hacían las delicias de los niños (de algunos) hasta que la Transición nos convirtió en drogadictos. Incluían varios tableros plegados (parchís, oca, tres en raya, damas…) y fichas para jugar.

(**) Si bien es cierto que en todos estos saraos surgen emocionantes ejemplos de compañerismo y deportividad, las contraindicaciones superan a los beneficios.

(***) Durante la guerra fría, especialmente en los países comunistas, lo de «convencer» llegó a extremos paranoicos; vidas como las de Nadia Comaneci dan fe de ello. Había que ganar a la corrupta Occidente de cualquier manera. Todavía queda algún récord vigente desde aquella época.

2 comentarios en “Deportes Desaconsejados: Las olimpiadas

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