Ventana con dedicatoria

Una de las ventanas con más historia de Ávila, y puede que de Óbila, es la ventana que les traemos hoy al Á.S.M. Se encuentra en el mismo edificio del monumento anterior, el Palacio de los Dávila (aunque en Ávila hay mucha gente dávila), si bien corresponde a una época un poco posterior; siendo postmedieval en cualquier caso. Lo interesante de la puerta es la inscripción que figura debajo.

Donde una puerta se cierra, otra se abre

La misteriosa inscripción dice lo siguiente «Donde una puerta se cierra, otra se abre«, y hay varias explicaciones para la misma. La historia se enmarca dentro de las leyendas más jermosas de Ávila, como la del Santo Encuentro del Sepulcro de San Segundo o la Anunciación de la Subsede del Museo del Prado. Retrocedamos en el tiempo… Más… Un poco más…

Según algunos autores, hace referencia a un letrado abulense del Siglo de Oro, que tras unos comienzos titubeantes en el ejercicio del derecho, y en un ejemplo de superación increíble, alcanzó las más altas cotas de poder en la justicia del reino. Muy felices se las prometía nuestro caballero, cuando un ignominioso ataque sarraceno alcanzó el corazón de Castilla. Surgió la necesidad de buscar una solución a la crisis, que comprometía la posición del valido real, el Conde-Duque de las Azores; y se les ocurrió que nuestro justiciero era el indicado para dar la vuelta a la tortilla de Roncesvalles. Esto es, si en aquella ocasión los trovadores cantaron la muerte de Roland a manos de la morisma, cuando en realidad habían sido cuatro vascones cabreaos por el saqueo de Pamplona, aquí sería el cuento del revés. Desde la torre del homenaje, nuestro particular Turoldo echó la culpa a los vascones de la tropelía de los muslimes. Pero claro, el ardid no salió bien, y todos cayeron en desgracia, quedando nuestro caballero a veces a pan y agua (y ansí fue llamado). Sin embargo, cuando todo parecía perdido y se les cerraban todas las puertas, como al Cid al principio del Cantar, se produjo aquello que está escrito bajo la ventana, y nuevas puertas se le abrieron al caballero, en concreto, se le permitió ingresar en la Selecta Orden de los Caballeros de la Mesa Redonda Ibérica de las Chispas Ambarinas; sin duda, en agradecimiento por haber aparecido en aquel balcón explicando algo que ni él mismo se creía.

Pero según otros, la historia tiene distintos protagonistas. En este caso, en pleno postmedievo, las milicias de Ávila (que se ganaron su buen nombre en la Batalla de las Navas de Tolosa), estaban discutiendo quién sería su adalid. Felices se las prometía el Barón de Machús, seguro de ser el elegido, cuando sonaron clarines y trompetas, y el heraldo anunció que la elegida sería Teresa la Marquesa Tipití-Tipití-Tipitesa. Amarillo de ira (sí, amarillo), al ver que las puertas se le cerraban, el Barón mandó encargar un nuevo pendón que les identificase en la batalla, y retó en singular duelo a los partidarios de la Marquesa, saliendo vencedor de todas las justas y rompiendo varias lanzas a sus enemigos. Raudo y veloz, acudió a grabar la frase debajo de la ventana, para escarnio de sus rivales, a los que desde entonces llamaba «los de la Triste Herencia Recibida«, y todos le cantaron «Machús, Machús, Machús».

Y aún hay otras leyendas que explicarían esta inscripción, como la de un pobre maestro de escuela que no sabía de economía pero terminó siendo jefe del gremio de prestamistas y usureros, pero las dejaremos para otro día, ya que nuestros investigadores no se ponen de acuerdo.

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