La pared de piedra que está detrás es en honor a Gertrudis Piedra

El monumental y morroñoso letrero denominado «Una plaza es una plaza es una plaza» se encuentra en la entrada sur del Mercado de Abastos (o Plaza Cerrá como decíamos antes), un edificio dedicado a albergar puestos de mercado que antaño conoció mejores tiempos y que varias veces (estamos en la enésima reforma) se ha tratado de rehabilitar (de las drogas, supongo), según se cita en un cartel. Los locales tenemos poca confianza.

El título de la obra hace referencia al aforismo de Gertrude Stein («Una rosa es una rosa es una rosa») que aquí conocimos por una canción de Mecano, pero una escasez puntual de fierro morroñoso provocó el cambio. Y la pinta que tiene es que la canción de Mecano con la que finalmente tendrá cierto paralelismo será «Maquillaje». Hay quien dice que a rose by any other name would smell as sweet, que el nombre no importa, y lo cierto es que este mercado no se consigue ser un mercado ni poniéndolo en letras gordas en un letrero. El edificio sigue sin convencerse de que lo es; por más lavados de cara que se le den.

Mientras que en otras ciudades estos «mercados centrales», que se ubicaban muchas veces en edificios modernistas de lo más chulo (como fue éste), han recuperado su valor, a veces manteniendo su uso, incluyendo otras veces (o reconvertidos en) lugares de ocio, tapeo y cerveceo, nuestra Plaza Cerrá ha ido decayendo paulatinamente desde los años 80. Con la apertura de supermercados y el cambio de hábitos se fueron cerrando puestos de venta y últimamente quedaban pocos en funcionamiento. Se ha invertido mucho dinero en reformar el edificio, mejorar su accesibilidad y demás, pero es complicado atraer vendedores y clientes desde (casi) cero.

Además, en las fotos muy antiguas (1920) el «Mercado cubierto» lucía más bonito con sus arcos metálicos; poco a poco fue perdiendo la jermosura, a la vez que el centro (el interior de la muralla) perdía habitantes en favor de los nuevos barrios. Yo creo que esto tiene poco arreglo; espero equivocarme. Quicir, como siempre hago en este bló, pero esta vez para bien. Ni notas al pie con asterisquillos voy a poner.

El béisbol o baseball, un deporte born in the USA, es una especie de juego infantil (estilo el bote bolero o el aturgao), en el que el equipo que defiende lanza una pelota (a mala leche ma non troppo), mientras que el atizador que ataca tiene que golpearla con un palo, y -si atina- salir corriendo por un circuito cuadrado donde hay varias «casas» (creo que los chavales de ahora dicen «uve») que sirven de refugio para que no te pillen los del equipo contrario que han de recoger la pelota impactada.

El béisbol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Cuando lo ves en las películas parece un desenfreno, pero en realidad, los jugadores están casi todo el rato parados (en el sentido español del término) esperando que les toque hacer algo. De vez en cuando vas a lo de atizar con el bate a la pelota; y esto -aparte de ser malísmio pa la espalda- no es fácil, si lo quieres atizar con la contundencia requerida. Luego te toca correr un poquín, y hale, parado otra vez. Se acaba tu entrada y al rincón de pensar.

Es un poco lo del golf, el poquísimo ejercicio que haces es insano. Aparte de que, como cabe esperar en un deporte con palos y pelotas, te puedes llevar más de un golpe. Y luego están los traumas infantiles, de todos esos niños que jugaban el partido en el cole y el padre no pudo ir a ver cómo bateaba porque ese día tenía que salvar América de los extraterrestres comunistas mutantes, y al niño le hacía tanta ilusión que se le aparece Santa Claus y le convence de que lo importante es ser tú mismo.

Este juego procede de otro parecido, de origen británico, el críquet (aún más parecido al bote bolero) que nunca he practicado y que afortunadamente es casi desconocido en España. Y es casi desconocido a pesar de tener muchos más seguidores e el mundo que el béisbol… porque es una especie de deporte nacional en sitios como India y Pakistán. ¿Por qué a todos nos suena el béisbol? Porque en los USA es uno de los deportes más importantes, y como vimos en el párrafo anterior, nos lo meten hasta en la sopa en las películas. Así, los niños de hoy saben los que es un jonrán pero no quiénes fueron Blas de Lezo o Marcial Dorado. Como diría Unamuno, que jueguen ellos.

Y lo peor de todo, enigüei, es que uno de sus elementos, el bate de béisbol, se ha convertido en el arma del macarra por antonomasia, para hacerse el machote y agredir a los que piensan o sienten diferente, junto con eso que llaman «puño americano». Inmortalizado en películas como «La naranja mecánica», es el preferido por los amantes de la ultraviolencia ultra.

Como muestra de lo malo que es, una breve anécdota (mode Abuelo Cebolleta ON). En un partido informal de beisbol (jugado con los de mi clase en el parque/bosque de El Soto* con una pelota de tenis y una rama de fresno), me tocaba batear. A pesar de mi inutilidad, antes del 3º strike conseguí atizar a la pelota, por lo que solté el improvisado bate y salí corriendo hacia la primera base. Como no veía que cogieran la pelota, continué a la 2ª, y al pasarla y volver a girar ya más de cara hacia el punto de bateo vi que el partido estaba interrumpido y se estaba atendiendo a un jugador tendido en el suelo. Era uno de mi equipo que se había sentado -insensato- un par de metros detrás de mí, mientras yo fallaba los dos primeros lanzamientos, y al que había alcanzado en toa la cresta al lanzar el bate hacia atrás para salir corriendo, con el efecto acción-reacción que ello supone. No se presentaron cargos contra mí, puesto que se admitió mi alegación de que antes de atizarla había avisado que no se pusiera nadie detrás**. Lo siento mucho, Rafa, no volverá a ocurrir.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Sí, el día de fin de curso, con lo que ello conlleva.

(**) Por la cosa de la informalidad y la ausencia de elementos protectores, habíamos prescindido de la figura del catcher, ese señor agachao que se pone detrás del que lanza y le hace señas como en el mus.

Ni un Larreta sin su errata

En el 2008, ya con la crisis del ladrillo cogiendo velocidad, había que hacer un homenaje a un escritor exconocido, Enrique Larreta, argentino pero vinculado a nuestra ciudad. Probablemente esto tuvo que ser algo más imponente, de fierro morroñoso y con rotonda alrededor, pero el estallido de la burbuja descartó esos excesos y nos tuvimos que conformar con un soneto del insigne escritor grabado en una sencilla placa de granito. No hubo dinero ni para rectificar la errata del último verso. La placa se ubica, como no podía ser de otra manera, en la calle de la Vida y la Muerte (o de la criz vieja), que ya ha aparecido varias veces en estas páginas y también en este soneto de don Enrique.

¿Por qué este argentino escribió no sólo un soneto, sino su obra más famosa (La gloria de Don Ramiro), ambientada en Ávila? Pues esto tiene que ver con la fluctuante historia de aquel país, que a pesar de tener poco más de dos siglos, ha dado muchas vueltas. Al principio, cuando los españoles de allí guerrearon por su independencia con los españoles de aquí, renegaron de todo lo español de aquí para poder definirse como argentinos aquí y allí. Llegó un periodo de exaltación de los pueblos prehispanos, y hasta llegaron a adoptar modas gabachas por distinguirse de nosotros. Manda huevos.

Pero según avanzaba el siglo XIX sucedieron varias cosas. A diferencia de otros países americanos, que conservan muchos rasgos culturales anteriores a la conquista, en Argentina -como en EEUU*- todo lo nativo fue barrido para ganar terrenos para el ganado. No tenían mucho de lo que sentirse orgullosos. Luego, la llegada de inmigrantes de una Europa empobrecida (especialmente italianos, pero había de todo) comenzó a crear una amalgama cultural que transformó hasta el idioma, que evolucionó -especialmente en los barrios obreros y marginales- hasta conformar cosas como el ininteligible lunfardo, que es la base de lo que hablan ahora; o de esa manera de lanzar improperios, DENME MAYÚSCULAS MÁS GRANDES, que en Argentina ha alcanzado cotas jloriosas.

Pero, como reacción. los argentinos cultos y de clase alta pronto buscaron crear una identidad refugio, algo propio a lo que agarrarse y considerar plenamente argentino. Y aquí se acordaron de que eran españoles de allí. Entonces se lanzaron a una pirueta mental que no deja de tener su gracia: decidieron que ¡ellosh eran muy españolesh y mucho españolesh! Y no sólo eso: eran los españoles que lo habían hecho bien, echando a los borbones y proclamando una república próspera (entonces lo era, algo de razón tenían). Y -junto con otros países de allí- dedicieron que iban a escribir la mejor literatura en castellano; de ese movimiento sale gente como Rubén Darío ¡¡¡que también vivió en un pueblecito de Ávila!!! (Navalsauz).

El momento fue tal que así

En esta búsqueda modernista de raíces donde aparece el señor Larreta. Agarra la pluma, se pone a escribir y decide ambientar su mejor obra en el momento cumbre de la historia argentina: ÁVILA POSTMEDIEVAL. Efectivamente, en el siglo XVI, Ávila no sólo muestra todas las esencias de Esp-p-paña, sino que además es próspera y tiene gente interesante y que escribe defrutamadre. Es lo que pudo ser y no fue; pasado ese momento todo se va al garete en España, y en Ávila todavía más abajo del garete. La gloria de Don Ramiro** es un tostón que pueden leer por la curiosidad de ver cómo un argentino de hace cien años veía a la Ávila de hace quinientos (ojo, que el joío se documenta, y lo del ambiente lo logra). Hubo hasta un intento de hacer una ópera con el argumento, pero no cuajó. No nos quedaba más narices que hacerle un homenaje; pobre hombre.

Enlace al mapa

(*) En las guerras de independencia norteamericana, muchas tribus indias lucharon con los británicos; no iban desencaminados en pensar que en eso de proclamar libertad y derechos humanos, los nativos no iban en el lote. En Argentina el episiodio es menos conocido (no rodaron películas ignominias como «La conquista del Oeste») pero igual de masacrante.

(**) Don Ramiro es tan abulense que vive y mora en el Torreón de los Guzmanes, sede actual de la Diputación Provincial de la Provincia; conformándose en antepasado literario de Chusma o Topamí.

El hockey es un deporte inventao juntando cachos de otros, como los pokemon nuevos. Fútbol, golf, patinaje, hípica, bdsm… Se trata de meter goles atizando a una pelotita (o pastilla) con un palo. Existe una modalidad de correr sobre HIERBA (el campo es el más grande), y se inventó otra que se juega en interior, sobre PATINES con ruedas. Luego está la más bestia, la que se juega sobre HIELO, con patines de cuchillas; en esta última modalidad, las leyes de Newton (inercia, aceleración, acción y reacción) forman parte de la diversión. Y finalmente, hay otra en la que se sustituyen los patines POR UN CABALLO. Esta versión es muy pija y como doy por hecho que los lectores de este bló no pertenecen a la nobleza, sólo la comentamos de pasada*. Yo solo he echao una pachanga en interior pero sin patines (ni caballo), incluso así es un deporte nefasto.

El hockey es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A ver, es que toma lo peor de cada juego: tienes que ir medio agachao todo el rato, mientras corres o patinas, una postura malísmia pa la chepa y las articulaciones; te puedes esnafrar (en especial, si vas subido a algo) y te puedes llevar pelotazos y golpes dolorosos; sobre todo los porteros, que realmente -ojo al dato- superan a los del balonmano en cuanto a insensatez.

La indumentaria del portero de hockey es todo un logro de la poliorcética: te tienes que disfrazar de barbacana; y juegas agachado o medio tumbao todo el rato. Tú que ibas a hacer deporte, y se te ve como al enano Gimli vestido con la armadura vieja de Aragorn frente a los trolls. Como pasa en balonmano, ya sería chungo estar ahí tratando de esquivar, pero es que te tienes que poner pa que te aticen sí o sí; y como las porterías son de gnomo, suele ser lo que pasa en el 99% de los casos. Que metan gol es casi un milagro que deberías agradecer.

Por supuesto, los jugadores de campo también sufren, eso de jugar atizando golpes con un palo se presta a accidentes (intencionados o no) de todo tipo. Y en el caso de la versión sobre hielo, además del portero, los bordes del campo también están fortificados, para resistir las embestidas de los jugadores. Ahí no sé muy bien qué es lo que se considera falta, pero tengo claro que el reglamento permite mucho más de lo que recomendaría un experto en prevención de riesgos laborales. Incluso el nombrado por la empresa.

Finalmente, cuando hay una bronca, ya es el acabóse; recordad que los jugadores van armados con un stick contundente. En los partidos de de hockey hielo pofezioná, si no está cerca la 82nd Airborne Division, los árbitros suelen esperar a que termine la pelea para retirar los cuerpos y limpiar la pista de cachos de dientes y pulpa sanguinolenta.

Por todo esto, y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) No se llama «hockey sobre caballo», se llama polo**. Fue el refugio de la aristocracia cuando el tenis se popularizó. Por eso existe toda una línea de ropa pija dedicada a este juego, aunque sólo lo juegan cuatro gatos con apellidos compuestos y abolengo rancio. La federación tiene más camareros que socios.

(**) Proviene de «pulu», palabra de origen tibetano, pero creo que la mejor selección de la historia fue la de los mongoles***, que lo practicaban en las estepas de Asia con la cabeza de los enemigos de su horda. Pa lo que ha quedao…

(***) El campo tenía casi 10.000 kms de largo, llegaron a poner una portería en Polonia.

Huy, pues igual lo has rozao, ahora me bajo a ver

Excepcionalmente, hoy traemos ante vds. una muestra de arte conceptual efímero NPNM (No Postmedieval, No Morroñoso), algo a lo que los abulenses somos muy poco dados. Esta moderna escultura/happening se encuentra en la Calle de La Dama (ojo, porque en Ávila hay otra Calle de Las Damas, no se confundan; ésta es la que está por detrás del Archivo Militar, dentro de la muralla). Se compone de un gran hito de granito sobre cama de adoquines deconstruidos con topping de cono-baliza à la VLC.

Hay que reconocer que Dale, dale, que lo libras* es –per se– sumamente expresiva; si bien la función artística no termina de completarse; ya que no se ha querido despojar los elementos de su contexto; por ejemplo, colocándolo en una sala del antiguo palacio de exposiciones de la caja de ahorros (actualmente, Fundación Loli) o en el Centro de Interpretación del Misticismo (actualmente, ná). Aunque esto nos habría llevado a un situacionismo quizás forzado, quizás, quizás, quizás… No sabemos lo que opinaría Marcel Duchamp de este engendro. Y no hay manera de preguntarle. Ajo y agua.

El autor refleja con soltura naíf el atolondramiento y la precipitación con los que nuestra sociedad se desarrolla; un espaciotiempo dentro del cual unos y otros colisionamos, como hadrones despendolaos en el acelerador de partículas de la vida. Es verlo, y podemos oír el sonido de un impacto no elástico y desgarrador. Hay quien ha querido ver analogías con «El grito», de Munch; hay quien no, claro. Y estos últimos son más, todo hay que decirlo. En cualquier caso, esto es arte, y el que dijere lo contrario, miente.

Finalmente, la pieza ha sido galardonada por la «Fundación Destrozar Barreras» con el premio «Ahí les has dado» a los valores humanos. El jurado de este premio (diez o doce gafapastas culturetas, by the way) quiso resaltar la claridad con la que esta obra nos hace evocar escenas de nuestra vida pretérita al volante: saliendo del parking del after hours o del lovers’ lane con pocas luces y mucho alcohol. El único voto discrepante fue el de Juan Manuel de Parda, que calificó la obra como «una mierda woke-choque».

(*) Se propuso un título alternativo: «Cuidao con la marcha atrás, Nicolás», pero coincide con la última campaña del Ministerio de Sanidad para la prevención de embarazos no deseados.

Me encasqueta Supermon el marrón de desaconsejar el fútbol. Lo cual no sé si es bueno o malo. Porque lo entiendo poco. Pero las partes que entiendo creo que serán suficientes. Sepan ustedes que el fútbol o balompié —¿alguien dice todavía «balompié»?— es otro deporte inventado en Inglaterra. Qué perra la de los perfidoalbioneses con inventar maneras de sudar, jadear y restregarse con otra gente que no sean follar…

El fútbol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Veamos por qué. Para empezar hay que juntar a mucha gente. Dos equipos de once más, los más que recomendables, muñecos de recambio. Pero si no me hablo con tantas personas, ¿cómo monto una pachanga dominguera? Y encima han de ser personas con cierto fondo físico. Porque esa es otra. Un campo de fútbol —ah, no, no voy a picar— es una cosa jodidamente grande. Aguantar un partido entero —luego hablamos de lo que dura, que también tiene tela— corriendo pa’rriba y pa’bajo puede dejar al más pintado hecho un guiñapo babeante. Y eso sólo con las carreras que te pegas. No hablemos ya del cordial intercambio de patadas, codazos y tirones en el que acabas más perjudicado que un villano de película de Van Damme.

Entrada legítima de un defensa a un delantero.

Todo lo anteriormente mencionado hay que soportarlo durante, por lo menos, noventa minutos. ¡Noventa minutos! Se os va la pinza. Y espera, que aún es peor, se juega al aire libre. Noventa minutos trotando y recibiendo hostias en condiciones climáticas hostiles. Porque con calor es mala idea, pero con frío… Todavía recuerdo con rencor a mis profesores de «educación física» —«hostigamiento al flojo» habría sido un nombre más honesto— cuando nos hacían correr por el patio a 4 grados bajo cero hasta que la boca te sabía a sangre —probablemente porque estabas sufriendo una hemorragia pulmonar—.

Y no es solución ponerte de portero. ¿Habéis visto el tamaño de la portería? He tenido soluciones habitacionales más pequeñas. Vale, no tienes que correr tanto. Pero tus alternativas no son tampoco estupendas. Si no paras el balón, te corren a gorrazos los compañeros. Y si lo paras… ¿Sabéis la energía cinética que os puede transmitir un buen balonazo? Que eso es un cacho cuero duro inflado a alta presión y lanzado a cerca de 200 km/h.

Por todo esto, y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

Banda sonora recomendada

El voleibol, voley a secas, voley-ball o balón-volea es como jugar al tenis pero sin raquetas y con una red a mucha más altura. No tanto como la canasta de baloncesto, pero cuando lo jugamos señores bajitos el desarrollo del juego es como una cosa tontaina, de echarla paquí y pallí haciendo subir y bajar la pelota como cuando tiran globos gigantes al público de un concierto. Por contra, cuando hay gente alta, la cosa se pone violenta.

El voleibol es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. En este caso, es muy sencillo: está pensado específicamente para HACERTE DAÑO EN LOS DEDOS. NO SIRVE PA OTRA P**A COSA. Bueno, también te puedes esmorrar, si te lo tomas en serio, o recibir algún balonazo; pero lo fundamental es lo dicho. Los profes de gimnasia de mi generación gozaban haciéndonos sufrir, que luego volvías a clase de historia con los dedos hinchaos y te tocaba tomar apuntes agarrando el boli como los palillos chinos de comer.

Claro, tenía algo que lo hacía adictivo, y es que solíamos jugar chicos y chicas mezclados; algo que pasaba raramente en otros deportes de equipo. Era una trampa, sin duda. Las chicas que jugaban mal se dedicaban -sensatamente- a esquivar choques con el balón (y con nosotros), pero las que jugaban bien se tomaban cumplida venganza de los pelotazos que se llevaban de nuestros partidos de fúbol, atizando voleas con mala intención para que te machacases los dedos al intentar devolverla igual de fuerte, para quedar como un machote. Sin ser yo eso.

En muchos deportes ser alto viene bien, pero en el voley es fundamental; como he dicho, llegar a atizarla por encima de la red (y que vaya pabajo y con contundencia) es básico para la victoria; lo que implica que si eres bajito te vendría bien ponerte atrás, para recibir y centrar a los de delante. Pero el cabrón que lo inventó ya se olía la tostada, y diseñó un sistema de rotación obligatoria para que te tocase jugar hacer el ridículo en todas las posiciones.

El voley, además, de entre todos los deportes con spin-off playero, es el que ha tenido más éxito: EL VOLEY-PLAYA ES DEPORTE OLÍMPICO, MANDA HUEVOS. Que no es sólo por eso que dijimos en su día, de que los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música (QUE TAMBIÉN). Es que en este caso el juego es lo de menos. Los espectadores voyeurs van al voley-playa a ver gente alta y guapa enseñando cacha, saltando y revolcándose sobre la arena, porque además las reglas obligan a jugar con camiseta sin mangas, a ellos, y con bikini-tanga a ellas. Todo está orientado a evocar surferos de Malíbú o garotas de Ipanema; de hecho, fijaos que en las retransmisiones se centran en sacar primeros planos de mozos y mozas. Es como ver «Los vigilantes de la playa» o cualquier realitichou de esos de ir medio en pelotas por una isla desierta.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

Escultor, si esculpes con amooor…

La escultura en relieve que traemos hoy al Ávila Street Museum es especial, porque está en la pared del Museo de Ávila. Por lo que el Street Museum muestra al Museum desde la Street. Hay dos relieves iguales; uno está sobre la puerta principal del edificio, y el otro en una entrada de la parte posterior, que es el que mostramos.

El Museo de Ávila* ocupa lo que fue el Palacio de los Deanes, un casoplón postmedieval de los más bonitos de la ciudad, con fermoso claustro y bucólico jardincillo incluidos. El cargo de Deán viene a ser como el vice-obispo; el segundo que más manda en la catedral (que está cerca). Tenía que ser un buen cargo y con pingües beneficios, no hay más que ver la sede. El cargo como tal creo que sigue existiendo, pero el palacio hace mucho tiempo que pasó a usos civiles.

Bueno, vamos con la pieza de hoy. El relieve muestra a dos angelitos (esto lo sé porque tienen alas y Batman no estaba inventao) sujetando lo que supongo es el escudo del Cabildo de Ávila, con los atributos propios de estas cosas. En la diestra tiene un castillete parecido al escudo de Ávila; el cimorro de la catedral, donde nuestra jran e injustamente denostada Doña Urraca** -primera reina europea de pleno derecho- utilizó uno de los primeros puntos de encuentro familiar del que haya noticia: desde allí mostró a su hijo Alfonsito para que el padrastro (y exmarido de facto de la reina, Alfonso de Aragón) pudiera comprobar su estado y seguir pasando la pensión; procelosos e interesantes tiempos en los que Ávila cambió de manos varias veces e incluso llegó a ser durante unos años parte de la separatista corona portuguesa. A lo mejor mi iberismo viene de aquella época…

Seguimos con el escudo en relieve. En diagonal, está cruzado por una cruz larga, que también puede ser bandera y bastón (la iglesa era muy de rogar a Dios y dar bastonazos a los demás); y luego hay varios animales de los que no me atrevo a aventurar género ni especie; pueden ser un león rampante, una estrella de mar mutante (tiene seis puntas, aunque también puede indicar el empleo de alférez o ser un emblema religioso) y abajo lo que podría ser un carnero pero lo mismo es oveja, cabra, muflón o rebeco. ¿Qué nos quiere decir este escudo? Seguramente habría que llamar a algún entendido en heráldica, pero ya os aviso que es gente que se enrolla un montón, hasta nombra a los colores de manera distinta por la cosa de hacerse el importante: gules, sinople, blanco roto, nude, rosa empolvado, etc.

A lo que iba: si pueden, visiten el Museo de Ávila. Es el complemento ideal al Ávila Street Museum, pero reconcentrao en un par de edificios. Además, a veces tienen actividades para niños y mayores (mi hija, de pequeña, fue a hacer una inocente actividad de manualidades y salió de allí con ganas de saquear la Acrópolis).

(*) El museo también ocupa lo que fue una iglesia románica (Santo Tomé el Viejo), en la misma plaza, que había sido garaje y taller de venta y reparación de automóviles; una muestra de cómo la aplicación de la Desamortización de Mendizábal resultó -en algunos casos- bastante desafortunada. Al menos, se mantuvo en pie y ahora el edificio es BIC; pero en el enlace anterior -da cosita- pueden admirar cómo combinan el románico y la junta de la trócola. En este anexo hay un mosaico romano mu bonito y varios verracos vetones de miles de años, que todavía están a la espera de que alguien diga para qué servían.

(**) El nombre científico de la urraca es Pica pica. Quésverdá, coñio.

El rugby es otra variante del fúmbol inventada por estudiantes pijos británicos (ese tipo de pedantes despeinaos que se creen por encima de las leyes y algunos terminan de primer ministro). Echando un partido, les hizo gracia meter un gol corriendo con la pelota agarrada con la mano, por la cosa de transgredir. Posiblemente, en las reglas iniciales figurase correr con la chorra fuera y cantando el Rule Britannia; pero lamentablemente se eliminó esa norma. Como sucede con el badminton, lleva el nombre del lugar donde se inventó. Vds. saben ma o meno lo que es, se juega con un balón con forma de melón de Villaconejos y todo eso. No haría ni falta explicarlo, pero vamo a ello…

El rugby es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Es todavía más bruto que el balonmano, recientemente citado; con la única mejoría de que aquí no te pueden poner de portero (la portería llega desde lo alto de un palo hasta el cielo). Pero todo lo demás es peor, rayando en la delincuencia: los empujones, agarrones y placajes (eso de jugar “a ropa que hay poca” *) son suficientemente violentos como para asustar a los pardillos. Además, existe un lance propio de este deporte, las melés, que consisten en hacer el cabestro acuernando a los rivales, a ver quién es más bruto. De lo más edificante.

Para compensar la agresividad, los rugbistas han desarrollao una especie de religión pacifista (una puta secta, vamos). Ellos recitan sus mantras “el rugby es un deporte de brutos jugado por caballeros” y se ríen bebiendo cerveza -juntos los dos equipos, viva el tercer tiempo– cuando terminan el partido, molidos a golpes, y comentando -mientras se ponen el brazo en cabestrillo y hielo en los chichones- que estas cosas no pasan con el fútbol, qué deporte más noble y qué buen rollo hay. Les falta gritar “penitenciágite, hermanos» o «Jonah Lomu es mi Señor y con el nada me falta” mientras se flagelan con un látigo de siete puntas puestos hasta las trancas de Guinness.

Si el balonmano es un deporte germánico, el rugby es -obvio- muy británico. Luego, liaron a los gabachos para montar un torneo (pas d’œufs pa ganarnos, eh) y también exportaron este deporte a sus colonias, sobre todo del hemisferio sur (incluyendo Argentina). En la India no cuajó, ahí no son tontos y prefirieron el cricket. Pronto se convirtió en el deporte favorito de las islas del Pacífico, esa gente con cara de pachorra y pinta de muñeco Michelín que -por ello- se aficionaron al rugby (y al sumo japonés) de tal manera que parece parte de su folklore. A veces hasta hacen un line dance antes de empezar a jugar.

Y claro, esto sólo podía empeorar. Cuando los estudiantes de Harvard, EEUU, en su gap year, se pasaron por Oxford y Cambridge, se encontraron con un deporte que -con ese complejo de nuevos ricos sin tradición nobiliaria que tienen los yankis frente a los británicos- les deslumbró y decidieron adoptar para la Ivy League. Como suele pasar, no se enteraron bien de las reglas (ni se molestaron en pedirlas; pa qué, si semos el país más poderoso del mundo). Y aquello dio lugar al segundo deporte de este post: el FÚTBOL AMERICANO.

Nótese que lo llamaron fútbol, a secas (lo de “americano” lo ponemos nosotros pa distinguirlo). ES QUE NI SIQUIERA SE ACORDABAN DEL NOMBRE CORRECTO DEL DEPORTE. El hecho de no recordar -tampoco- una norma tan básica del rugby como que no se puede pasar la pelota palante con la mano, y que le da cierta gracia al desarrollo del juego, les obligó a retorcer el resto de reglas pa que aquello tuviese interés y no fuese un correcalles. Como consecuencia de ello, para sobrevivir a los partidos lo tienen que jugar vestidos de motorista con protecciones (estética de «los Ángeles del Infierno van al highschool», sólo les faltó jugarlo montados en la chopper y metiendo alguna regla del polo).

Aquí no hace falta que me justifique más, busquen ustedes “fútbol americano” y “lesiones cerebrales” a ver qué les sale. A pesar de la similitud (en el tipo de balón/melón) ese ligero cambio de reglas hace que este juego sea una batalla campal; el único jugador que se salva un poco es el jefecillo que distribuye el balón, llamado quarterback, que se libra de los golpes por la protección de su ejército de brutos… a no ser que fallen y se dé (no suele pasar) el lance conocido como sack, en el que un mostrenco hiperhormonado, capaz de mover sus más de 100 kgs a bastante velocidad, impacta contra él con la sana intención de lesionarlo de por vida.

Conste que el fútbol americano no tiene una sección propia porque es, de los mencionados hasta ahora, el único que nunca he practicado como tal. Sí, al rugby he llegao a echar alguna pachanga, pero eso es porque (a diferencia del americano) aquí sólo se puede placar al que lleva el melón, y si juegas como en «la patata caliente» y lo relanzas -lejos, a ser posible- en cuanto te llega, te libras de ser embestido.

Por último, y sólo como nota exótica, en Australia apareció otro spin-off llamado «fútbol australiano». Digamos que se elimina ese «aura universitaria» del rugby en favor de IR HACIENDO EL MACARRA. Es como si las reglas del rugby las reescribieran para el chou de Rasca y Pica de los Simpson, sólo por la cosa de que lo jugasen exconvictos, como parte de su condena. Baste decir que en tiempos nos ponían en la tele, pero en plan risas, junto con «humor amarillo». A esto, ni que decir tiene, tampoco he jugado nunca.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación. Hoy innecesaria, si no se creen eso del deporte de caballeros.

(*) Lo explico porque creo que no se llama así en todas partes, consistía en -después de que alguien lo gritase- echarse todos encima de uno que estuviera despistao, formando un montón de niños, con el único objetivo de provocar la asfixia al de debajo del todo.

El cable es un sistema antirrobo postmedieval

En Ávila hemos sido pioneros en muchas cosas. Tenemos la primera catedral gótica de España (al menos, la primera en tener el proyecto visado). Tenemos el primer cristiano ejecutado por herejía (el obispo de Ávila, Prisciliano). Y tenemos la primera capital de España en ser gobernada por un partido con una X en el logo, bastante antes que Tuíter. Y, por supuesto, tenemos el primer códigio QR, que fue escrito por nuestra copatrona Santa Teresa. Se ubica en una pared de la Calle de San Juan de la Cruz (precisamente, su amigo del alma), en su confluencia con la Calle de los Gatos (en el Maps, Calle de Sor María de San José). Agradezco al camarada patrón del bló que me lo señalase, porque no me pilla a la altura de los ojos ni es pokeparada. En este caso, ser progre e ir todo el día ensimismado mirando al cielo tiene sus ventajas.

Como ustedes saben, la Tere era una señora que rompió moldes, y no se conformó con el papel secundario que la sociedad le tenía destinado. Aparte de abrir una nueva franquicia de conventos, púsose a escribir literatura mística como una posesa; tan posesa, que hubo quien se preguntó esa posesión no sería infernal o de algún otro tipo no homologado. Ella lo hacía bien y le salían los poemas con rimas y metáforas y todo eso, pero los inquisidores del XVI miraban todo con lupa; y el misticismo de Teresa o de Juan de la Cruz (nombre artístico de Juan de Yepes) tenía una manera demasiado carnal de hablar del amor divino*.

Con este miedo en el cuerpo, pronto Teresa buscó la manera de codificar los mensajes de manera que no fueran interpretados por los domini canes, y gracias a sus conocimientos de la cábala hebrea (tenía antepasados judíos) fue capaz de desarrollar un sistema cifrado para enviarse mensajes con sus hermanas. Uno de ellos luce aquí ante sus ojos, en un libro abierto con su firma ológrafa, que prueba su autenticidad.

El poema encriptado en este código dice lo siguiente:

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
estos bits, esta movida,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!

Muero yo porque no muero,
es más que amor, frenesí
de hiperenlace casero.
Cuando mi amor yo te di
puse un link en un letrero.

La inquisición es así,
para evitar que me encierre
ese insquisidor de allí
ahora estoy en un QR:
vivo sin vivir en mí
.

Además, como prueba de que entendía del tema, su biógrafa (Sor Restituta del Perpetuo Bucle), hizo constar que cuando a Teresa le preguntaron por la posibilidad de usar catena blocorum como tecnología de libro inmutable, abominó de ella y lanzó anatemas y prevenciones para que las Carmelitas Descalzas nunca cayesen en esa tentación. Amén.

Lamentablemente, todos estos avances tecnológicos se perdieron como lágrimas en la lluvia, a la muerte de nuestra paisana.

Enlace al mapa

(*) Juzguen ustedes:

El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

Quedeme, y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.