El golf es una variante del gua* en el que se juega con un palo para no tener que agacharse. Un deporte de señoritos, vamos, y ahora es cuando llega el de «pues yo juego y soy de clase media». Claro, un juego que requiere mantener una dehesa de varias hectáreas en estado permanente de alfombra vegetal, uno de los más consumorrecursivos que se conocen, es un deporte normal. Si además se juega en un lugar donde Taranis no provee de humedad vivificante, raya el delito.

El golf es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Y voy a dejar aparte el rollo ecologista. Aparte de para el planeta, es malo para tu salud. Un partido normal supone ir caminando (opcionalmente, charlando de negocios) durante un par de horas, que bien, no haces ni el huevo; pero luego tienes que atizar a la pelota. En frío. Para la estructura corporal, es el equivalente de lo que para el estómago supone que recién levantao te tomes pa desayunar medio litro de Jagermeister con Cointreau. No hemos evolucionado para eso. Lo más leve que te dará es algo parecido al codo de tenista (codo de golfista, lo llaman aquí); y a partir de ahí, lo que quieras, sobre todo en la chepa y articulaciones superiores y juntas de la trócola.

Eso, si la pegas bien. Si tienes mal estilo, ya es el acabóse. Si cuando le das con los palos de llegar lejos, esa chuleta** resulta que pilla un poco más de suelo del que debería, las reverberaciones se te transmiten por el cuerpo como las ondas del puente de Tacoma. Eres lo más parecido al Coyote utilizando un artilugio marca ACME. Un peligro para tu salud y hasta igual para alguien que se cruce en tu campo de tiro. Porque esa es otra, recibir un pelotazo de golf también es bastante desaconsejable.

Finalmente, aquí recordaré el jermoso momento que se produjo cuando en Ávila, en tiempos postmedievales, se inauguró un campo de golf (no, no hablaré de a quién colocaron de jefe). Entonces se podía pasear por el caminito asfaltado por el que van esos cochecitos*** tan cucos que usan algunos jugadores para trasladarse de hoyo a hoyo. Y eso hicimos mi hermano, mi sobrino (tendría 5 ó 7 años) y yo. Paseando por allí, nos pusimos cerca de un jugador que iba a atizar a la pelota. Y se produjo la siguiente escena:

  • Sobrino: Mira, papá, va a tirar
  • Hermano: Chssst
  • Jugador (nos mira algo molesto)
  • Sobrino: Pero mira, papá, que va a tirar
  • Hermano: Caalla, hijo
  • Jugador (hace los movimientos preparatorios, visiblemente contrariado por la presencia de público)
  • Sobrino: No la ha pegado
  • Hermano: No, hijo, está ensayando, pero calla un poco…
  • Jugador (con gesto serio, finalmente golpea a la pelota… que va a un arroyito artificial que cruza el la calle, justo antes del green)
  • Sobrino: ¡Ha ido al agua!
  • Hermano: SCHSSSSHT (intenta llevarse a sobrino)
  • Sobrino: ¡PERO SI LA HE OÍDO, HA HECHO CHOF!
  • Jugador (se aleja en silencio pero hierve en ganas de asesinarnos)

Momentos como ese son reconfortantes, sí; pero no justifican la practicación de este mal llamado deporte.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Si no sabes qué juego es el gua, quedas condenado a escribir cien veces en la pizarra: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto».

(**) Los golfistas llaman así a cuando golpeas a lo bruto (fuera de la salida inicial, en la que se permite poner una especie de clavito elevador), y te llevas también lo que viene siendo una loncha de hierbajos.

(***) Lo de ir jugar al golf haciendo el recorrido en esos chismes motorizados ya es para [perdón, no usaré la lengua de Mordor aquí]

Turú turúDame más gasolina

La placa-relieve denominado «Hazaña del Reguetón Turutero» preside la entrada al Palacio de los Dávila, en la Plaza de Pedro Dávila (que los locales llamamos Plaza de la Fruta). Colocado sobre una puerta de enormes dovelas, y bajo una barbacana defensiva, representa al caballero Bartolo Dávila, el primero de su nombre, virtualizado en un avatar de escudo con yelmo (anticipo de «Los SIMS»), y rodeado de guerreros y trompeteros enemigos. Es una hermosa pieza de arte postmedieval que pasa algo desapercibida en esta majestuosa fachada (que tiene más historias). La de este relieve es de las más bonitas.

Bartolo Dávila fue un aventurero que marchó a las Indias en busca de fortuna con algunos hermanos de Santa Teresa. Él todavía no era noble (entonces era llamado «Bartolo el de Ávila», sin más rimbombancias). Durante las guerras de conquista del Imperio Inca, Bartolo fue enviado a capturar al hijo de Atahualpa, lo que consiguió con arrojo y valentía. Al volver al campamento con el prisionero, cuando todos lo daban por muerto, pronunció su famosa frase «Aquí os lo traigo, Atahualpito», provocando el regocijo entre sus compañeros.

Al haber sido capturados sus reyes, en el Imperio Inca asumieron el poder los Administradores de Incas Colegiados, que reunidos en junta urgente decidieron -en primera convocatoria- contraatacar a las huestes castellanas. Varios guerrereros rodearon el campamento y comenzaron a hacer sonar sus trompetas, como ya hicieran los israelitas contra Jericó; pero éstos además, contaban con un arma secreta: individuos con extrañas pintas, tatuajes, gorras puestas patrás, cadenas de oro, e -importante- puestos de ayahuasca hasta las cejas, que comenzaron a cantar desafiantes sus invocaciones: «siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo, ninguna me pone pero…«. Esa misma noche, los castellanos abandonaron el campamento por la puerta trasera, hartos de semejante murga (enrólate, te dicen; verás mundo, te dicen…); pero Bartolo (en parte, porque había quedado algo sordo durante su empleo de artillero de la nao «Iberpistas») pudo resistir tres días sin rendirse, hasta que los cantores quedaron afónicos.

Este hecho sin precedentes le valió ser nombrado caballero, tomando como apellido topónimo ese Dávila, que arrejuntao y esdrújulo da más empaque. El escudo de los Dávila, aquí mostrado, muestra tres pares de roeles con el lema «Ter ad spherae» (Tres veces hasta las pelotas), que hace referencia a su aguante los tres días del episodio del reguetón. De vuelta a su Ávila natal, mandó construir un palacio con los más altos muros, que le aislaran de los ruidos, y sobre la puerta dejó constancia de su singular hazaña. Loor y Jloria a don Bartolo.

Más deportes de golpear pelotitas; aunque bueno, el badminton sería más bien un híbrido entre tenis y voleybol pero atizando a la snitch de Jarry Potter; una especie pelotilla emplumada. Sería un poco como la guerra de almohadas de este grupo de juegos. Su nombre parece implicar la existencia de algo llamado goodminton, pero todavía no lo hemos descubierto. Al parecer, Badminton es un sitio de Gloucestershire* donde se empezó a jugar.

El badminton es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. La cosa es como sigue:
a) Como el vuelaplumas ese no pesa nada, y se frena, para que pase a la otra pista tienes que atizarlo como si quisieras sacarlo de España.
b) Por las leyes de Newton, la energía ni se crea ni se destruye, toa la fuerza que pones en el golpe a algún lao tiene que ir.
c) Y ¿a dónde va la energía sobrante? Pues se puede manifestar afectando a articulaciones, tendones y músculos de la peor manera posible y cuando menos te lo esperes.

En resumen, el bantinton es lo más parecido a tratar de sacudir a esa mosca que ronda por la cocina y te tiene engorilao, con el trapo secamanos: lo más que vas a conseguir es romper cosas o hacerte daño.

En muchas casas -reconócelo- hay un juego de badminton barato, al que jugaste dos veces en el exterior, atando la red (incluida) a dos árboles (no incluidos). Pero el volador es de plasticucho (parece una especie de sputnik) y dista bastante de comportarse como uno de verdad; las cuerdillas de las raquetas se rompen si las miras mal, y el juego aburre y cansa, decidiéndose los puntos más por suerte que por intención; por lo que va al fondo de la estantería de arriba del trastero, y allí cría telarañas.

En este deporte tenemos una muchacha que ha sido campeona de tó (ha estado mucho tiempo lesionada, claro, avisados estáis); lo que tiene bastante mérito, no tanto por pura estadística frente a otros países con muchísmios más practicamtes (que también), sino porque la pobre, en la fase de aprendizaje, no tendría jugadoras de su nivel con quien enfrentarse. Es como si Senegal tuviese un gran jugador de hockey sobre hielo, o como si el Vaticano tuviese la selección femenina campeona de olímpica de voley-playa.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Gloucestershire es un condado inglés que se pronuncia comiéndose varias sílabas, como con vagancia. Glósteshe. Es famoso también por una salsa para acompañar a varios platos ingleses, que tiene la ventaja de que mitiga los sabores originales, y el inconveniente de que, a cambio, aporta el sabor a salsa gloucester. Se perpetra juntando mahonesa, cosas agrias y… salsa Worcestershire (pr. guósteshe), todavía más horrible; no vamos a continuar con esta ensalsación anidada o recurrente de shires.

Como en Jólibud

El Soto es un bosque de ribera que riberea al río Adaja en su aproximación a la ciudad. Se ubica ma o meno en paralelo a la carretera AV-900 (Ávila-Burgohondo), desde el cartelillo de la foto; y después, un poco menos paralelo a la AV-P-401 (Ávila-El Fresno). Precisamente, el fresno es el árbol predominante en este bosquecillo. El bosque/parque tiene una longitud de casi 3 kms, pero una anchura que en algunos puntos es de poco más de un decámetro*.

Sin embargo, el monumento propiamente dicho que hoy celebramos es un conjunto de letras de ¡¡¡¡oh, yeah!!! FIERRO MORROÑOSO sobre peana de bloque de hormigón (pa qué tanto) rodeado de piedrecillas y esas otras cosas que echan en los alcorques, en plan jardín zen; que luce presuntuoso y adusto en la entrada principal de este espacio silvícola, en un claro ejemplo de schadenfreude. O de schwarzwälderkirschtorte, que todo puede ser.

Este cartelón es una verdadera metáfora de las intervenciones que año tras año, y desde que tengo edad de tener uso de razón (algo que no es inherente) se realizan en este espacio de esparcimiento. Materiales artificiales y poco adecuados, quiero-y-no-puedo, buenas intenciones y resultados pobres; es como los programas de «Murcia, qué hermosa eres»**, una serie de actuaciones superpuestas sin hilo conductor.

En el tema de lo que sería la conservación de la flora y la fauna, que la tiene, no soy experto y no sé cómo se podría mejorar, pero seguro que algo más se puede hacer, va habiendo fresnos muy viejos y hay zonas bastante degradadas. Y además, que esto se puede aprovechar de más maneras; por ejemplo, hay gente que entiende de pajaritos y te puede hacer un cartel de los que puedes ver y escuchar por allí; que la gracia de estos bosques mediterráneos es que hay muchas especies distintas.

Afortunadamente, lo que viene siendo la naturaleza se mantiene prácticamente sola. Poco más podemos añadir desde este bló. Que el bosque sea más grande, más accesible, más boscoso y más limpio. Y que los paseantes lo usemos civilizadamente (algo que se cumple en el 99% de los casos).

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(*) Es que el decámetro se usa poco, y me hacía ilusión. Hay un lugar en el que pasas entre una alambrada de espino y la procelososa e impenetrable vegetación que bordea al río, y realmente el sitio para pasar es como de un metro. El decámetro lo alcanza contando el río y los arbolillos al otro lado.

(**) Si no sabes cómo eran, joio millenial, suerte que tienes; luego os quejáis de ser una generación maltratada.

El pádel es una variante del tenis de reciente implantación, en la que se juega dos contra dos y siempre ganan los argentinos. Su principal virtud es que soluciona con ingenio uno de los principales problemas tenísticos del tenis, que es el de tener que andar todo el rato recogiendo pelotas por los alrededores de la pista* gracias a un cerramiento inspirado en el estilo feísta: eso de que tienes una tapia bonita y la rematas con somieres viejos. JODER, QUESBERDÁZ, LO PONE EN EL REGLAMENTO**. El resto son todo defectos. Por ejemplo, a la raqueta no puedes llamarla raqueta, hay que decir pala***. Y cosas así.

El pádel es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. A los desaconsejamientos que dijimos la semana pasada para el tenis añadimos que era el deporte favorito de J. M. Aznar. ¿Seguís pensando en jugarlo? También es agresivo para las articulaciones, y al estar constreñidos en una pista más pequeña y con paredes, es más fácil sufrir lesiones por los choques y raquetazos contra las mismas o con los compañeros (recordemos que siempre se juega a dobles).

Por otra parte, las pelotas a veces rebotan mal en los somieres del cerramiento, y el jugador debe usar una técnica similar a la de tratar de espantar medio histérico a una avispa que te ataca; en esos lances los movimientos y giros del cuerpo son más bruscos que en el tenis, lo que facilita la aparición de tirones y desgarros. También se busca constantemente atizar un pelotazo al contrario como medio para ganar el punto. Por alguna extraña norma no escrita -otra diferencia con el tenis, donde esto está peor visto- el atizado debe responder siempre con una sonrisa «no pasa nada (ough), es un lance del juego», pero luego tratará de devolverlo, a ser posible, en los cojones.

Y para rematar las desanconsejaciones, el pádel favorece la aparición de problemas psicológicos. En cuanto entran en la pista, los jugadores se deslizan hacia una realidad distorsionada en la que se creen en posesión del Conozimiento Arsoluto y se sienten compelidos a abrumar con consejos técnicos al compañero. «Esa tenías que haberla dejado pasar. Esas, mejor córtalas. Al volear, tienes que adelantar el pie derecho y bajar el parietal izquierdo…» Así todo el rato. Se habla mucho; en el pádel, se celebra cada punto y se analizan los fallos propios y del contrario. Más que un juego, se convierte en una tertulia tóxica; es como si te metes en Estado de Alarma, Todo es mentira y El Chiringuito de Jugones, todo a la vez. Terminas apajolao.

Quizá por esto se explica la supremacía de los argentinos, tanto como jugadores como en su faceta docente. Que te dé clases un monitor argentino es lo más parecido a sentirse como Woody Allen en el psicoanalista: «Vos habés fashado esa bola porque no habés cambiado el grip para esmashar, y el aposho no ha sido correehto, pensá que no podés perder de vista la parábola que dehcriibe la pelota ni si su spin es dehtrógiro o levógiro. Tenés que soltaros más y dehar fluir el gooolpe». De hecho, yo me suelo sentir como el personaje de Larry Lipton en Misterioso Asesinato en Manhattan, y –true fact– mi estilo de juego es idéntico al de Larry en la escena de las cintas grabadas en la llamada telefónica al asesino.

La putada final del pádel es que es que tiene una curva de aprendizaje más rápida que el tenis; aquí es más fácil que parezca que sabes jugar, ya que no es tanto «tratar de dar un golpe ganador», sino de «devolverla y ya veremos». Esta -aparente- facilidad de juego fomenta la adicción y hace más fácil recaer en el vicio. No empecéis a jugarlo. Imediatamente, necesitaréis encontrar a otro pardillo que juegue peor que vosotros para poder aturullarlo a consejos. Es un como un timo piramidal.

Así ha invadido la península e islas adyacentes; pero yo creo que no se juega en otros países. Enzerio, yo creo que el pádel es como los premios Príncipe de Asturias, que aquí llamamos pomposamente «La Antesala de los Nobel», y si sales de Ehpaña te das cuenta de que realmente en el extranjero no lo conocen ni siquiera algunos de los premiados, como Carl Lewis.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Hay una excepción, que es cuando juegas con alguien tan burro que la saca. La pelota, de la pista, quicir. Entonces gritas a los de la pista de al lado «¡bolaaa!» para que paren y te la devuelvan. Así se hacen amistades.

(**) Alguna vez me han dicho que el pádel comenzó a jugarse porque uno se quiso hacer una pista de tenis, no tenía sitio en su parcela, puso una pared alrededor, se inventaron nuevas reglas, y con el tiempo se dieron cuenta de que era más divertido que el tenis. Y que las pistas reproducen saxtamente la de aquel visionario. Si non e vero, e mentecatto.

(***) La traducción de paddle es pala, sí, pero no la de cavar (shovel); sino más bien con la acepción de paleta, remo, incluso aleta; algo que te sirve para impulsar, golpear o mostrar (paleta de colores=colour paddle/palette). Yo al chisme de jugar sigo llamándolo raqueta, me parece más apropiado pero solo porque hay gente que me mira aún con más desdén cuando no la llamo pala. Es como lo de la bombona de oxígeno de los submarinistas (mimimimi es una botella). Pensad que, si se jugase fuera de España, un inglés tendría que pedir en la tienda «una paddle para el paddle«.

San Martín partiendo la pana

La escultura en relieve de San Martín, de época postmedieval, se encuentra presidiendo la entrada de la conocida como Casa del Caballo, antiguo Hospital de San Martín y Casa de Misericordia (aunque, hoy, la Casa de Misericordia de Ávila es otra); edificio adosado a la muralla en la Calle de San Segundo, muy cerca de la Puerta de la Catedral o del Peso de la Harina o de No sé qué cosas más. Es un poco complicada de ver, porque hay una acera amplia, está monopolizada por las terrazas de los bares que ahora ocupan el hospitalario edificio, y las jaimas que les protegen de las inclemencias.

San Martín (el del caballo) era un tal Martin (pronunciado «magtán») de Tours, y aunque parece que le va a cortar la cabeza al señor agachao, no; está partiendo su capa con él. Martin era un legionario romano/gabacho tan majo, que cuando vio al pobre que tenía frío, le dio la mitad de su capa. La otra mitad no, porque consideraba que debía al César lo que era del César. Gracias a cosas como éstas fue elevado a la santidad, para que se pudiera decir aquello de «A todo cerdo le llega su San Martín»; e incluso la palabra «capilla» podría tener que ver con la susodicha capa compartida.

San Martín fue enemigo dialéctico de un obispo de Ávila, Prisciliano, que finalmente fue ejecutado por hereje (ya sabéis que la rivalidad religiosa es todavía peor que la del fúmbol). A pesar de ello, como explica la inscripción que hay debajo, se le dedicó un edificio casi al lado de la sede de Tertuliano (la catedral de Ávila), si bien es cierto que habían pasado más de mil años y que nos habíamos inventado a San Segundo. Un tal Rodrigo Manso fue el promotor de esta vivienda de protección oficial (de los pobres).

Rodrigo Manso ahora tendría dos bares

Con el tiempo, a los abulenses se nos olvidaron las cosas, la identificación de los personajes; el edificio dejó de ser un hospicio, y la casa pasó a ser conocida como la Casa del Caballo. Cierto es que, mientras San Martín se da la vuelta para partir la capa con un mendigo algo deforme; el caballo parece continuar su camino, no siendo que San Martín se pusiera a partir por la mitad el resto de sus posesiones, e incluso terminase como el vizconde demediado aquel, de Ítalo Calvino.

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Continuamos con los deportes de atizar a pelotitas pequeñas con el rey de ellos: el tenis. Es un deporte con una historia larga y curiosa. La cosa es como sigue: los franceses medievales nos copiaron el frontón, pero separando a los contrincantes con una cuerda, y lo llamaron jeu de paume. Como todavía les parecía duro, en lugar de darle con la paume de la mano, se propuso jugar con guantes, luego con palas de madera y finalmente con raquetas. Siendo un juego de nobles*, no podían contar de uno en uno, como la plebe, así que se inventaron la FORMA DE PUNTUAR MÁS ABSURDA DE TODOS LOS DEPORTES; eso de 15, 30, 40… Sólo a un gabacho finolis se le ocurre esa insensatez.

Pero sigamos con la historia. Tras la revolución, en Francia la gente no quería perder la cabeza por el tenis, que habría desaparecido de no ser porque los ingleses adoptaron el juego, añadiendo su toque personal: jugarlo sobre pistas de hierba** y vestidos como para ir a tomar el té con Lady Crawley a Downtown Abbey un sunday afternoon cualquiera. Los campeonatos se convirteron en eventos sociales donde la gente iba dejarse ver con la pamela, en las gradas; que tampoco son graderíos normales; parecen los palcos del Royal Opera House. Siempre echo en falta a los abueletes de los teleñecos.

En España lo jugaban cuatro gatos; pero con los triunfos de Santana, Gisbert y Orantes llegó una fiebre de construir pistas públicas y -sobre todo- clubs privados y urbanizaciones, se popularizó, y aquello fue un sindiós; en todas las casas había raquetas. Se jugaba sin tener ni idea y con pelotas despeluchás; eso sí, aplaudiendo al rival cuando te hacía -por puro azar- un passing-shot en la línea, porque el tenis mantiene ese plus de qué señoritos semos. Patético. Hoy la mayoría de esas pistas languidecen, llenas de baches y con la red floja. Ahora los practicantes prefieren ese otro tenis que ustedes ya saben, del que hablaremos (también mal) la semana que viene.

El tenis es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Como ejercicio deja bastante que desear, haces poco y malo. Exhibit A: existe una dolencia llamada «CODO DE TENISTA», de las más moñas que hay (como corresponde a su origen gabacho). Nadie dice «tienes espalda de repartidor de butano» o «tienes manos de envasadora de anchoas». Pero, ah, a Marichuli Mercadal le han diganosticado codo de tenista, la pobre; no podrá jugar ni al tenis ni lucir correctamente sus Heggmés, Lui Güiton ni Pgadas en unas semanas.

Alguien dirá que exagero, porque los tenistas profesionales parecen tíos cachas. A ver, están así porque hacen otros ejercicios de musculación, no por el tenis. De hecho, hasta los años 70 no era raro ver cómo los tenistas tenían descompensados los brazos; el de arrear a la pelota, el doble que el otro. Ahora lo corrigen a base de hacer pesas y cascársela con la otra mano. Sí, ellas también. Realmente, el tenis es más un desgaste de articulaciones (por los impactos y posturas) que un deporte.

También se pasa mal con el sol, como los partidos son largos, te retuestas; y cuando te da en los morros se ve fatal, estás con cara de mapache todo el rato (mirad a «Vamos Dafa» Nadal cuando termina Goland Gaggó). Y los partidos son largos porque -a nivel aficionado- te pasas la mayor parte del tiempo buscando pelotas. Por eso se tiende a pelotear despacito, para condurar el juego; si la das fuerte se termina el punto (sea por fallo, sea por acierto) y tienes que ir a buscar la pelota al quinto coño. Justo castigo a eso de usar un espacio donde pueden jugar diez u más (con canastas, porterías, etc) para jugar sólo dos.

Y, por el contrario, el tenis profesional es más duro pero antinatural. Los campeones de tenis los son porque sus padres, desde su más tierna infancia, contratan a un tío para que les enseñe. Aquí no existe eso de «un chaval que jugaba en la cancha de los suburbios y su talento fue descubierto por alguien». No, el tenis de verdad exige invertir mucho tiempo y dinero desde pequeñito. Machacar a un crío, que queda desprovisto de una educación normal -ya los veis, son todos unos niñatos consentidos- y se dedica sólo a eso, horas y horas cada día. Debería ser delito.

Finalmente, como otros muchos deportes, el tenis tiene un spin off playero***. Bueno, más que deporte es la puta manía de molestar al resto de playistas mientras atizas a una pelotita de goma con una raqueta o pala de madera/plástico, entre dos o más personas, al borde del agua, tratando de que no caiga a la arena. Se suele usar para entretener a los niños y que la gente te oiga contar en alto cómo va subiendo el récord de golpes. El desierto del Sahara sería el lugar ideal para jugar, pero, por lo que sea, nadie lo hace allí; con la de sitio que hay.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Irónicamente, en una cancha de Jeu de Paume se firmó el principio del fin de la nobleza borbónica. Sólo la de allí, desolé.

(**) Es un hecho que las pelotas botan mal sobre la hierba. Y que una pista de tenis de hierba sólo se puede mantener con el césped decente si tu clima es horrendo e -importante- si no se juega casi nunca en esa pista. Hasta en Wimbledon terminan viéndose las calvas. Las del césped, me refiero, no las de los Windsor y sus secuaces, que también.

(***) Los deportes playeros son al deporte lo que King Africa es a la música. Pronto hablaremos de ellos, así como del milenarismo.

Un puente muy cercano

Nuestro Puente BIC durante muchos años era el único que permitía cruzar sobre el río Adaja en bastantes leguas a la redonda; algo que nunca supuso mayor problema, porque el Adaja casi no lleva agua durante medio año, y durante el otro medio, sólo cuando llueve. Se ubica frente a la puerta occidental de la muralla (la Puerta del Puente), al lado de otro puente más moderno. El apelativo de Puente BIC no corresponde al boli de rebobinar las cintas del walkman, sino a que ha sido declarado BIC (Bien de Interés Cultural), tras un proceso relámpago, que comenzó siglos atrás. Esta resolución de la Junta de Castilla y León lo ha declarado monumento, y como artefacto callejero que es, pasa a engrosar las filas del Á.S.M con todos los honores.

Hay quien lo llama «el puente romano», y a lo mejor tiene algo de verdad*; es posible que ya se solicitase la declaración de Bicus Magníficus a Trajano. El caso es que la base del puente parece obra de la ingeniería romana premedieval; pero luego habría sido destruido durante la época de invasión musulmana (a lo mejor fue una riada o la falta de mantenimiento) y reconstruido tras la reconquista cristiana; por eso tiene piedras de distintos colorinchis y texturas.

El puente ya sólo se usa peatonalmente desde que se construyó, casi adosado al mismo, ese puente nuevo que citábamos (pero que también se ha quedado estrecho); al lado del cual nuestro Puente BIC queda así como con complejo de inferioridad. Por cierto, el puente nuevo tiene un defecto curioso: con las tormentas se inunda, pero no bajo sus arcos, por la crecida del río, sino POR EL LADO DE ARRIBA**; es único en su género. A los romanos no les pasaba, desde luego.

Al lado del puente hay otro engendro que ayuda poco a realzar la monumentalidad del puente, sobre el que ya hemos hablado alguna vez en esta bitácora; los restos de la antigua fábrica de algodón harinas de Ávila***, demolidos y convertidos en un extraño laberinto de rampas y escaleras sólo apto para hacer parkour y botellones (se ven las barandillas de la parte inferior del laberinto en la foto). Por último, diremos que el entorno del río en esa zona también da un poco de pena; se han realizado diversas intervenciones pero aquello no termina de parecer ni una ribera ni un ribero.

Enlace al mapa

(*) En España, a cualquier cosa vieja se le llama «puente romano», «calzada romana» o «merluza a la romana», sin mucho fundamento. Por eso lo explico, que aquí parece que es verdad la romanez inicial del puente.

(**) Pueden verlo aquí, a partir del seg 27, o en este otro vídeo tuiteresco.

(***) La fábrica se quemó el mismo día en el que se solicitó la inclusión del edificio -también- como BIC. ¿Casualidad, serendipia?

El squash es un deporte que básicamente consiste en tratar de jugar al frontón dentro de una especie de cabina de teléfonos*, con una raquetita jibarizada y una pelotilla de goma dura. Su principal característica es que sudas mucho. Si sobrevives. Durante un tiempo fue un deporte de yuppies**, el ideal para quemar energías con tus coworkers, sacudirte el estrés laboral inherente al cargo de Junior Brown-eater Consultant, presumir de camiseta sudada y tomarte unas cervezas. Hasta el nombre sonaba a pijo.

El squash es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Mucho. Cualquier médico, hasta el décimo dentista, ese insolidario que no recomienda lo mismo que los otros nueve, os dirá que es malísmio pa la salud. Es como meterte en una sauna finlandesa donde además te pones a bailar el kalinka en estilo techno trance house***. Se te ponen las pulsaciones a mil, y lo peor es que no te cansas tanto, quicir, una vez terminas el partidito y estabilizas la respiración y el ritmo cardíaco, estás como si tal cosa (aunque quizá te duelan cosas). Del squash, si sales vivo, sales con algo de sed, pero no con esa hambre canina postmedieval que consigues después de practicar ciclismo, natación o incluso fúmbol.

En mi caso (lo jugué, el siglo pasado) el squash, además, me proporcionaba (aparte de las ganas de beber cerveza) agujetas en el segmento central de cada uno de los glúteos (una zona muscular que yo no sabía que fuese utilizada para otra cosa aparte de sentarse), que no me ha pasado con ningún otro deporte, ni siquiera en otros deportes de raqueta o azadón.

También está la posibilidad de sufrir un raquetazo (el espacio es muy pequeño) o chocar con los compañeros o con -eso es lo más divertido- la pared de la cabina telefónica. El choque es muy estético para los que te vean desde fuera (normalmente, íbamos varios para ir rotando cada partido, porque si te tiras una hora seguida jugando, caes al suelo fulminado). Por suerte, yo creo que ha ido perdiendo adeptos hacia otros deportes raquetiles, que trataremos las próximas semanas.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Las cabinas de teléfonos, para los jóvenes, eran un invento que se ponía en las calles -cuando no había móviles- para poder llamar por teléfono desde fuera de casa. Consistía en una especie de armario acristalado que tenía dentro un teléfono construido con piezas del blindaje de los Panzer III y IV. Funcionaban con monedas, y los más modernos, también con tarjetitas de saldo recargable.

(**) Los yuppies eran los jóvenes recién graduados en la uni, que alardeaban de sus empleos con buen sueldo en oficinas de altostandin. Esto pasaba en los 80 y los 90.

(***) Estilo de baile que consistía en convulsionar mientras escuchabas ruido rítmico generado por ordenador, puesto hasta las cejas de drojas y colacao. Hoy estoy empleando muchos vocablos viejunos, sorry.

Estan clavadas dos cruuuuceeees*

El elemento monumental colectivo que traemos hoy al Á.S.M. lo hemos titulado con un vieja fórmula de juramento que ya no se lleva, y a los millenials ni os sonará. Con él, presentamos la ingente cantidad de cruces (también llamadas cruceros), fabricadas casi todas en nuestro Granito AbulenseTM, que se encuentran dispersas por toda la ciudad. No sabría decir cuántas tenemos, porque es difícil contarlas todas (algunas están en espacios privados). Pero hay un montón. Y tienen que ver con un examen.

Algunas pasan muy desapercibidas, otras destacan más

Los cruceros presentan caracerísticas comunes, aunque no siempre están presentes todas (o no se conservan). Una base escalonada, un pie o pedestal que a veces tiene una inscripción, y la cruz; a veces con más adornos, o sobre una columna, etc. La gran mayoría se construyeron en época postmedieval (sobre todo entre el mediados del XVI y el XVIII), aunque hay alguna más moderna. Los motivos pueden ser variados; pero generalmente tiene que ver con lo que sería la EBAU para entrar en el cielo, sobre todo a partir del concilio de Trento.

Cruz de Mosén Rubí, Cruz del Humilladero

¿Cómo es esto de la EBAU celestial? Pues bien, sabéis que para ganaros el acceso al paraíso, os ponderará la fe y los pecados (la ausencia de ellos, claro), al 60% / 40%, creo. A los que vengáis de colegios concertados o privados seguro que os han dado un empujoncillo con lo primero, pero claro, falta la otra parte, y eso es igual para todos… Para los de antes de la LOGSE, el examen nos lo realizaba Osiris con una balanza, pero viene a ser lo mismo.

Pero en Trento hubo un cambio de norma, y se decidió dar valor adicional a las optativas, para mejorar la nota, pudiendo llegar hasta el 14. Ojo a este número, que es importante. ¿Y cómo se consiguen esos puntos? Pues una de las posibilidades era ésta de «hacer buenas obras» (a modo de TFG), por lo que muchos alumnos decidieron sufragar la construcción de cruces, inscribiendo su nombre bien clarito para que se revisase en el momento oportuno. Veamos un ejemplo:

El Procurador García pagó esta cruz = +1.43 puntos

Gracias a este tipo de acciones, es más fácil estar entre los elegidos para entrar en el cielo. Os recuerdo que a pesar de lo que se diga en los medios NO HAY NOTA DE CORTE, ES UN NÚMERO DE PLAZAS LIMITADAS. Son 144.000, según viene publicado en el Apocalipsis. Teniendo en cuenta los que vamos siendo en el mundo, va a estar más jodido que entrar en Medicina en la pública. No es de extrañar que en España haya tantas, no hay pueblo que no tenga las suyas.

¿Y para que servían las cruces, una vez pagadas? Pues bueno, aparte de hacer bonito, se utilizan para realizar la procesión del Vía Crucis, que requiere 14 cruces (igual que los puntos máximos de la EBAU, que es otro via crucis). Por cierto, eso no sé si nos dará puntos adicionales, pero el Via Crucis más bonito del mundo es el de Ávila**, que se celebra alrededor de la muralla (se añaden cruces desmontables para la ocasión), la madrugada del viernes santo.

[no pongo enlace al mapa porque están repartidas por toda la ciudad, habría que hacer un mapa específico de cruceros]

(*) Si no conocéis esta canción, al menos lo bueno es que os queda mucho pa jubilaros.

(**) Esto no admite discusión, queda adoptado como dogma en el Á.S.M.