Mas la granada es la sangre, sangre del cielo sagrado

Este árbol -que lucha por mantenerse vivo en un alcorque morroñoso- es un granado granadino, recién transplantado por una revista cultural de la alhambresca localidad. Se ubica en la Plaza del Corral de las Campanas, que es una zona histórica ya reseñada en esta bitácora, pues está al lado de la estatua de San Juan de la Cruz, y el propio árbol es un mensaje de homenaje a este personaje. Confiamos en que el clima abulense le sea propicio, y que no sea víctima de vandalismos ni sequías pertinaces.

San Juan de la Cruz (Juan de Yepes Álvarez, según su DNI) fue un fraile y poeta que destacó grandemente en ambas especialidades, tanto que la Iglesia le nombró santo y doctor (como a su amiga la Tere) y algunos de los más jrandes escritores le consideran como la cumbre de la poesía en nuestra lengua. Al igual que la carmelita, tuvo una vida muy movida; pasó múltiples vicisitudes (incluso por la cárcel), y se dedicó a escribir poesía mística* para pasar el rato (ya que la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo prohibía expresamente jugar al Minecraft y al WoW) .

Entre los lugares en los que habitó se encuentra la ciudad de Granada, donde desempeñó diversos cargos monasteriles. En ella escribió, además, algunas de sus mejores obras, como La noche oscura del alma. En agradecimiento, y para que nos acordemos del patrón de los poetas, como reza la inscripción, nos han plantado este simpático arbolito al que más le vale ganar altura cuanto ante, y aprovechan para hacer publicidad de la revista.

¿Durará más el árbol o la revista literaria? Difícil.

El Ávila Street Museum agradece este bonito detalle. Pocas veces podemos contar con un ser vivo fotosintético y no morroñoso -lo del alcorque no es culpa de los granaínos, seguro- entre nuestros monumentos.

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(*) La poesía mística es esa poesía que porque usté y yo sabemos que es mística, porque parece que tol rato se están refiriendo a otra cosa más carnal.

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El senderismo (también conocido como trekking, en su facción más prolongada) es un deporte que consiste en caminar por veredas, trochas, cañadas reales, vías interurbanas suficientemente iluminadas y en general por cualquier sitio, lo que importa es que lleves pinta de senderista. La distancia no es un condicionante; yo a veces he caminado kilómetros por los pasillos del carreful, tratando de encontrar tó lo que llevo en la lista de la compra, y eso no se considera senderismo. Por seguir acotando, cuando en el senderismo hay que trepar, se considera montañismo, que ya lo hemos explicao en el post anterior.

El senderismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Básicamente, porque no hay nada que ganar y sí mucho que perder: las gafas de sol, la navaja suiza (que te la dejaste donde paraste a merendar), los dientes o la vida. No exagero, la Sierra de Gredos tiene un amplio historial de senderistas que han dejado para siempre el senderismo allí arriba, o al menos las han pasao más putas que el que se tragó las trébedes. Por un cambio de tiempo. Por deshidratación y fatiga. Por meterse en ese río de aguas cristalinas. Por empiornarse* y llegar a uno de los casos anteriores**. También está el peligro de meterse por una zona donde estén cazando jabalíes y ser alcanzado por una bala perdida o por un jabalí cabreao.

Además, qué leches, es que caminar lo hacemos (casi) todos (casi) todos los días, pero el senderista se tiene que complicar la vida. Y llevar, como hemos dicho, pinta de senderista. Ropa de senderista. Palitos de caminar de senderista. Gadgets de senderista. Al principio bastaba con el morral y la bota de vino/cantimplora. Pero la cosa se fue complicando con toda un serie de productos… Para llevar comida o bebida senderística***. Para curarte las ampollas o pequeñas heridas. Para saber dónde estás. Para protegerte de las inclemencias del tiempo. Para sobrevivir a un apocalipsis zombie. Para poder realizar una cirugía intracraneal endoscópica.

Con el senderismo sucede como con el montañismo; si al principio fue un deporte asociado a las clases altas, que cantaban mientras se dirigían a montañas nevadas, actualmente se ha democratizado y lo practica gente de toda condición, que -por encontrar un denominador común- suele hacer gala de cierta conciencia ecológica, por lo que ya no es que no haya que dejar basuras, es que no hay que dejar ni huella de nuestro paso, y se valora ir observando e identificando -sin arrancar ni exterminar- las plantitas y los pajaritos que vamos viendo.

Por último, existe una variante del senderismo anterior al mesmo senderismo, relacionada con las peregrinaciones a lugares santos; que se sigue practicando y ha formado una especie de simbiosis con este deporte, intercambiando hábitos y practicantes. Es una moda que también desaconsejamos. No te vas a encontrar a tí mismo: tú ya estabas ahí. Y suele ser más bien una excusa para ponerse ciego a comer pulpo.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Empiornarse es meterse por una vereda en una zona rica en piorno, planta que crece descontroladamente y llega a «tapar» los antiguos caminos, creando marañas de arbustos cada vez más cerradas, por lo poco a poco te va dificultando el caminar, incluso hasta obligarte a dar la vuelta (y tropezar con las ramas bajas). En Gredos «empiornar» es sinónimo de «complicar».

(**) El GREIM cada vez tiene que rescatar a más senderistas que montañeros. Desde que se inventaron los tracks del gepeese, la gente se mete en sitios para los que no está preparada. Recuerdo un día, bajando del Morezón*** con un amigo, que nos encontramos con una familia entera, con los niños, la abuela, etc, y calzados con playeras. Me pregunta el cabeza de familia: «por favor, ¿para hacer la integral del Circo?». A ver… Es una ruta que bordea el susodicho accidente geográfico postglaciar cresteando por lo alto de las montañas. Tiene zonas complicadas y que acojonan bastante. Echas el día para hacerlo; eso, si sabes ir y tienes muchas piernas****. NO ES UN SITIO AL QUE VAS PREGUNTANDO, COMO A LA OFICINA DE TURISMO, Y MENOS EMPEZANDO AL MEDIODÍA.

Les indiqué el camino. Valoro la información y la libertad de elección.

(***) Los senderistas comemos cosas especiales. Frutos secos, barritas energéticas, fruta desconchilizada, geles protéicos carbohidráticos mutantes, y cosas así. Es para que se sepa que somos senderistas.

(****) Bueno, dos piernas, pero acostumbradas a triscar por los riscos con paso seguro.

Se ve que voy necesitando gafas

Santa Teresa en la Uni es una ENM (escultura no morroñosa) de las más nuevas de nuestra ciudad; se ubica en la zona de tardeo y esparcimiento sita frente a la entrada principal del Antiguo Colegio de Huérfanos Ferroviarios, hoy sede de la Universidad Católica de Ávila y alguna cosa más. Representa a nuestra copatrona (extraño, sí, otra estatua de Santa Teresa), que sujeta un libro con la izquierda y una vara de arrear ganado* con la derecha. Su mirada, sin embargo, no se dirige al libro, sino al horizonte, actitud muy propia del estudiante que lleva media mañana repasando el temario.

Sabido es que Santa Teresa no fue a la universidad. Que sepamos, cursó un módulo de FP, «Taller de Noviciado I», en el Convento de Gracia (como externa) antes de profesar -ya de monja monja- en el convento de La Encarnación. Pero seguro que a ella le habría gustado estudiar en alguna universidad de prestigio. Prueba de ello es que cuando le pillaron escapándose de Ávila, supuestamente a buscar el martirio en tierra de infieles, fue atrapada en Los 4 Postes, que no está en dirección a la morería, sino en la misma mismita ruta de… Salamanca. ¿Pretendía Teresa matricularse en Biofarmacia? Y lo que es más complicado saber, ¿le ponderarían las asignaturas del convento para la parte optativa de la EBAU?

Años más tarde, Teresa demostró que era no sólo una gran escritora, sino una impresionante gestora de empresas y proyectos, sin necesidad de cursar un MBA en Harvard. En fin, si a Paul Married le saltaron 3 cursos de derecho en la Cardenal Cisneros, el jefe de todos los cardenales no iba a ser menos: Pablo VI nombró doctora a Teresa (sin el paripé de «honoris causa» ni ná, doctora-tora**). En el Á.S.M. entonamos emocionados el Gaudeamous Igitur*** (metafóricamente hablando, que soy de las pocas personas del mundo con un rango vocal inferior a un semitono).

Por último, advertimos a los visitantes que el recinto universitario se encuentra cerrado fuera de días lectivos, así que no se molesten en ir a admirar este monumento un domingo, porque aquello está chapao. Aprovechamos también para felicitar a todas las Teresas que nos leen.

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(*) Los bastones de caminar son más cortos, y te apoyas en su parte superior. Los de arrear ganado son como el de Gandalf, un palo casi tan alto como tú, engrosados en la parte superior, que puedes usar de manera contundente contra algo.

(**) Si lo dices una vez más, doctora-tora-tora, te entran ganas de atacar Pearl Harbour.

(***) Como me aprendí tres o cuatro estrofas de la susodicha canción en las novatadas de mi colegio mayor, he de decir que el himno oficioso de la pompa universitaria es cualquier cosa menos solemne, más bien parece una broma algo socarrona de los de filología clásica.

Era evidente, después de la bici de montaña, el siguiente deporte que desaconsejamos es la montaña sin bici. Se le denomina con varios otros nombres, ya que existen varias modalidades montañescas (incluso para practicar dentro de casa), pero básicamente, el montañismo consiste en subir a cualquier sitio desde el que te puedas esnafrar desde una buena altura, de las de poder decir «pabernos matao» cuando bajas. En caso contrario, estás más cerca del trekking o senderismo de montaña. El «por donde cortamos» depende de lo tiquismiquis que sea el escuchante. Por ejemplo, ascender a la montaña más alta de la provincia de Valladolid, probablemente no sea considerado montañismo, y es porque el mayor riesgo es pasar de largo del montón de piedras que marca el lugar, si hay niebla, y terminar en la provincia de Segovia.

El montañismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Casi no tendríamos ni que escribir el post, vamos, pero por si queda algún romántico empedernido que considera que arriesgar tu vida en un los riscos es algo sano, vaya aquí nuestra advertencia. Por algo la gente mayor de los pueblos alrededor de Gredos, que mira que lo tienen al lao, nunca subía a lo alto de la sierra: «allí no se me ha perdido nada». No, tuvieron que ser los forasteros los que se empeñaron en trepar por paredes de piedra verticales*. Y recordamos una vez más la frase de Terry Pratchett: lo que te mata no es la altura, es el suelo.

El riesgo es evidente. A ver, es que raya el delito, que hasta la Guardia Civil ha creado grupos especiales cuya única finalidad es ir a rescatarnos (o lo que quede de nosotros), gente mu prepará que se juega la vida para que podamos presumir de que hemos subido por un sitio chungo. Porque esa es otra: hay montañas con un lado por el que se sube paseando (o en teleférico, incluso), que ya ves las vistas y te haces el selfie; pero no, tiene que ser difícil. Los propios montañeros de élite califican la dificultad de las trepadas con unos códigos especiales de números o letras, en plan rating de Standard & Poor’s, que Te Hacen Sentir Especial. «He subido una pared TD 7a+ IV cum laude«.

A veces la dificultad no radica en la verticalidad y ausencia de agarres, sino en el clima; y ya en sitios muy bestias, en la falta de oxígeno. Y si no, pues hay que inventarse el riesgo. Que si yo voy sin oxígeno. Que si yo voy en invierno. Que si yo voy sin sherpas. Como si quieres ir con tu suegra a cuestas, majete, a mí que más me da. Claro, pero luego hay que ir a buscarte si la buena mujer se lía a paraguazos contigo porque te has perdido.

Una gracia que tenemos los montañeros es protestar contra la masificación o la mercantilización de las montañas. Esto es: nos jode que EL RESTO DE GENTE SUBA A LAS MONTAÑAS. Nosotros tenemos derecho, claro. Desde luego, no me parece bien que haya atascos en las cimas de los Himalayas, ni que se llene de basura; pero la masificación bien entendida empieza por uno mismo.

Hoy en día, si tienes un poco de preparación física y MUCHO dinero, puedes subir incluso al Everest, contratando a los que saben. Pero claro, si hay un cambio de tiempo y la cosa se complica… shit little parrot. Más de una vez he visto a montañeros de élite quejarse «les ofrecimos a los sherpas nosecuantosmil euros, pero no quisieron subir a por Fulanito». A ver, majete, ya es la leche el riesgo que corren por su trabajo en condiciones normales, para que encima les pongas en la disyuntiva de «joer, con ese dinero, en mi país, tengo pa vivir un par de años… yo o mi viuda». Si no quieren subir, es lo que hay. Íbais al filo de lo imposible.

Por último, reseñar que el montañismo comenzó siendo un deporte elitista, de nobles y gente adinerada, que se iba a los Apeninos o a los Andes, para poco a poco irse transformando en afición estrella de hippies y perroflautas… con pasta, eso sí, que el material es caro y no conviene racanear en la cuerda o los anclajes de los que pende tu vida, o en la ropa que te protege de la congelación. También estamos algunos nostálgicos de los pasar un buen rato con amigos y comerte unos alcagüeses en la cima de alguna montaña, mientras te quejas de que los jóvenes son jóvenes y nosotros ya no.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) Como yo no soy sino hijo adoptivo de la sierra, tuve mi punto montañero. En mi primera ascensión al Almanzor, con un amigo cabra loca, nos quedamos enriscaos** , pero conseguimos llegar a la cumbre (de hecho, sólo podíamos seguir parriba, esa es la gracia de estar enriscao), y desde allí vimos un grupete que ascendía por una vía mucho más fácil (la que queríamos haber cogido). Menos mal, pensé que de allí no bajaba… En cualquier caso, el mayor peligro de ese pico -en verano- no es tanto caerse, sino que en las zonas de piedras sueltas provoques un pequeño derrumbe que te afecte a tí o a los que van debajo. Ahora, si te quieres caer, tienes lugares que antes de 200 metros no has parao de dar rebotes (en invierno, por la cara sur, probablemente más del doble, si hay hielo en buenas condiciones).

(**) Enriscarse es subir por un sitio por el que luego, cuando te toca bajar, ves que destrepar es mucho más complicado, te empiezan a temblar las piernas, y te quedas allí arriba bloqueado. Pasa mucho. Preguntádselo a los del GREIM.

Ayer mismo bromeaba en Twitter acerca de dar un único consejo relacionado con nuestra especialidad. Y, aunque el consejo de hacer caca en el trabajo me parece importante, voy a daros uno mucho más vital. Porque es sobre vuestra salud en el trabajo. Y esta mañana me he desayunado con esta salvajada que sucedió el martes en un call center.

Me toca ver muchas burradas sobre enfermedades y accidentes laborales. Me toca ver cómo hay personas que pierden la vida en el trabajo. Como este chico de 28 años que no se golpeó con un robot en la cabeza como da a entender la noticia: se le llevó por delante un robot cuyas medidas de seguridad estaban anuladas por la avaricia y el desprecio por la vida ajena de un empresario. Hace tres años de ello y la familia sigue la batalla judicial contra el terrorista patronal. Hace tres años de ello y el robot, me cuentan trabajadores de la planta, sigue teniendo las medidas de seguridad anuladas. O como la trabajadora de un centro especial de empleo aplastada por una máquina de planchado el año pasado.

Sin llegar a situaciones tan extremas, me encuentro con muchos casos en los que los empleadores —por la avaricia y falta de empatía propias de su condición— intentan por todos los medios «tapar» graves accidentes que, en caso de ser mínimamente investigados, pondrían en evidencia que se están pasando toda la normativa sobre prevención de riesgos por el arco del triunfo. Y que, encima, acaban siendo clasificados como enfermedad común con el consiguiente perjuicio para el trabajador afectado.

Todo ello con la complicidad de las putas Mutuas de Accidentes de Trabajo, otra cloaca infecta a la que estamos tardando en pegarle fuego quitarle competencias. Que ya me han venido varias trabajadoras de un mismo centro de trabajo —del que no daré el nombre, pero no os aconsejo buscar trabajo en un matadero de aves en Ávila, cof, cof…— con el mismo problema: quemaduras de segundo grado causadas por un agente químico de uso en el puesto de trabajo clasificadas como «enfermedad común».

Y así llegamos al consejo que os quería dar. Cuando sufráis cualquier accidente laboral —me da igual la gravedad, como si «sólo» os habéis torcido un tobillo— lo primero que tenéis que hacer —se ponga el jefecillo/encargado/cómitre de turno como se ponga— es llamar al 112. Espera que lo voy a poner más claro: LLAMAR AL PUTO 112. El jefecillo/encargado/cómitre de turno os dirá que qué exagerados sois, que eso es un arañazo y que vaya tontería. Ni caso. LLAMÁIS AL 112. Por qué la insistencia, Baku, os preguntaréis. Pues porque el 112 tiene obligación de informar de oficio a la Inspección de Trabajo de que se ha producido un accidente laboral. De esa forma os aseguráis de dos cosas. Por un lado, de que vuestra lesión no acabe considerándose «enfermedad común». Y por otro, de que la Inspección le echa un vistacito a las condiciones de seguridad en que se está realizando vuestro trabajo —por eso el jefecillo/encargado/cómitre se pone tan pesado con que no lo hagáis—.

Mando intermedio motivando a la plantilla.

Espero que haya quedado clarito. Buenos días.

Banda sonora recomendada
Que no falte el cartel explicativo (porque no entendemos el hebreo)

Continuando con eso de rescatar las cosas de los judíos y las judías del Barco (denominación de origen calificada), hoy llegamos a Sefarad el Jardín, una serie de pedruscos dispersos por donde estuvo un cementerio judío en nuestra capital. Se ubica, a ver cómo os lo explico, por debajo de la Calle de los Canteros, al lado de una especie de carril bici que hay ahí; por encima de La Encarnación. De hecho, es posible que los chalets de esa zona estén construidos sobre parte del cementerio, lo digo por si alguien ha visto Poltergeist.

El poste de la luz creo que no forma parte del conjunto. Creo.

Sefarad el Jardín puede que se llame así porque anteriormente fuese «Sefarad el Cementerio», o porque consta de bonitos hitos de granito separados entre sí; la verdad es que con esta dispersión no tiene pinta de ser un cementerio, lo cual es de agradecer. Si juntas mucho los hitos y los pones bien alineados, entonces te queda como el cementerio de Arlington, que es un sitio muy triste. Aquí no, se han desperdigado así como al tuntún, diez o doce, y parece más un sitio en el que soltar al perrito a que haga sus cosas. Que no quisiera yo ser irreverente, pero se presta a ello. Igual provocamos la aparición de un Gólem de Praga o algo de eso… aunque si después de la que liamos con el cementerio musulmán no ha pasado nada, va a ser que las únicas maldiciones sobre Ávila son las que ya conocemos: la herencia recibida y la distancia a Madrid. El cementerio musulmán también estaba sefarao del centro, tirando para el lado contrario, no se fueran a mezclar los muertos con los nuestros.

Completa este jardín una especie de losa/rampa de lanzamiento, colocada partiendo de una acera de la C/Canteros, que no parece una lápida porque por el lao de allá vuela como un metro sobre el nivel del suelo (y está claro que por ahí se podrían escapar los zombies). No acabo de encontrar yo mucho sentido a esta especie de plataforma, ni el acabao, ni la concepción. Estéticamente, parece como que esto fuese a formar parte de algo más elaborado, y al final se terminó el presupuesto, apañando la cosa por debajo de donde habían descargao la losa de granito, tal y como quedó.

Vista desde arriba
Vista desde abajo

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La secuela de la entrada anterior no podía ser otra que ésta su secuela: lo de la bici de montaña, también conocida como mountanbai, MTB, y cosas peores. Básicamente, es lo mismo que el ciclismo de carretera -ir en bicicleta- pero con una máquina adaptada para ir por terrenos más escabrosos. La bici de montaña tiene ruedas más gordas (y con «tacos»), manillar más sencillo en forma de T, y vas sentao en una postura algo más elevada, amén de otras adaptaciones para la vida en el monte.

El bicimontañismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. Dado que se circula por terrenos más irregulares, los riesgos de caída son aún mayores que en el ciclismo de carretera, si bien decrece sensiblemente la posibilidad de ser atropellado por otro vehículo. Paralelamente, baches y pedruscos incrementan las vibraciones a las que se ve sometido el deportista, que repercuten en nuestra osamenta. Para mitigarlo un poco, al poco de nacer, se dotó a las bicis de amortiguadores; pero ya os digo yo que milagros tampoco hacen y su mantenimiento es complejo.

Los riesgos son evidentes. Además de esnafrarse, el ciclista de montaña corre el peligro -frecuentemente infravalorado- de que le suceda algún incidente o avería en mitad del campo, a veces en sitios sin cobertura, lo que convierte el más mínimo problema en algo más serio, sobre todo si entrena en solitario. A esto añadiremos la hostilidad de los mastines que cuidan las fincas, de los propietarios de los terrenos que atravesamos*, de la meteorología, de la naturaleza en general y del ganado suelto en particular.

Por supuesto, en esto del MTB hay grados. Desde el que prefiere circular -a cher pochible- por caminos rurales transitables, incluso asfaltados, al que trata de ir siempre por fuera de pista (a lo sumo, veredas estrechas y pedregosas) buscando entornos de máxima dificultad técnica. Hay gente pa tó. Lo que nos une es la rivalidad con los de carretera, que nos miran con aristocrático desdén «a los de los tractores» cuando nos cruzamos; se creen Induráin. Panda pringaos…

A pesar de estas diferencias, el mundo del mountainbai tampoco escapa a la tontería de gastarse dinero para tener una bici mejor. A diferencia de los de carretera, aquí la aerodinámica importa poco, y más que rebajar gramos lo que se pone de moda son, sobre todo, marcas y soluciones técnicas (a veces un tanto chorras, todo hay que decirlo). Que si ruedas hipergordas o de más diámetro. Que si tres platos; no, ahora un solo plato. Que si el amortiguador nosequé o la horquilla nosecuá. Bueno, algunos, como los frenos de disco, los han terminado heredando los de carretera (tan listillos como eran) no sin polémica**.

Para terminar con los riesgos, los ciclomontañistas tendemos a sobreestimar nuestras capacidades. Para cruzar un vado o un arroyo («yo creo que no cubre»), para transitar por una zona empinada y pedregosa sin bajarse de la bici («yo creo que se pasa bien»), para atravesar por medio de vacas ¡y terneras! pastando («yo creo que son muy mansas»)… o para afrontar un cambio en la ruta («yo creo que por este camino seguro que vamos a dar a tal sitio, que desde allí ya conocemos la vuelta»)… Es algo que se cura con la edad, aunque no en todos los casos.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra recomendación.

(*) El tema de los caminos públicos que cruzan fincas privadas, y de las porteras de las fincas (que si se cierran mal, se escapa el ganado) es frecuente fuente de conflicto.

(**) Al principio no gustaban, han estado prohibidos -en las pruebas de ciclismo en carretera- pero ahora se están imponiendo (frenan mucho más que los de zapata), si bien han provocado lesiones por su perfil cortante. Ah, y un recordatorio para gente más pardilla que yo: después de bajar una cuesta frenando, los discos SE CALIENTAN MUCHO. No tocar, y cuidado al parar, con tu bici o la del de al lado, que no te rocen la pierna.

Chirimbolo no morroñoso

El Jardín de Mosé de León es otro de los pequeños* espacios inexistentes con dedicatoria existente** que pululan por nuestra ciudad. Se ubica entre la calle Telares y el lienzo sur de la muralla, justo por donde sale la Puerta de la Mala Ventura (que se ve en la foto, y es la salida más chiquitina de la muralla). Al parecer, por aquí se ubicaba una de las juderías de Ávila (antes de que los expulsáramos y/o pasáramos por la barbacoa). Para realizar el monumento que lo inmortaliza, extrañamente, no se ha empleado ni fierro morroñoso ni un bonito hito de granito: nos han colocao algo parecido a un urinario de acero inoxidable. Cosas veredes, amigo Sancho.

Mosé de León (como la cecina) era un sabio judío que pasó en Ávila buena parte de su vida, y que escribió un libro famoso del que casi nadie se acuerda, el Libro del Esplendor; en lengua hebrea, el Zohar. En el urinario, digo en el monumento conmemorativo, se ha grabado una cita de este libro, que les paso a mostrar por si alguno tiene interés. Es bonito lo que decía, el hombre este… Lo malo es que cuando te paras a leerlo, de pie al lado del chisme, parece que estás dedicándote al acto de miccionar.

Saneamientos Roca

El hito resplandece al sol, y entonces es cuando uno se da cuenta de que está ahí, porque el metaaal no está en una calle de mucho paso. Eso sí, cuando brilla, es que para pasar al lado te tienes que poner protector solar y gafas de esas de ver los eclipses. Al otro lado del arco que se ve al fondo no hay mucha cosa; una explanada donde antiguamente estuvo la iglesia de San Isidro, y donde menos antiguamente se ubicaba y celebraba, todos los viernes, el mercadillo (al menos la parte dedicada a indumentaria textil y otros zaleos). Ahora, a esa explanada salen los dueños de perretes que viven por el barrio a que hagan sus necesidades.

Para demostrar que es un lugar poco habitable, un cartel informativo expulsa a cualquier visitante que se haya perdido en este inhóspito lugar, redirigiéndole hacia otros sitios más atractivos. En el cartel se indica el tiempo estimado de llegada, suponiendo que se atine a dar con el camino correcto. No sé por qué, pero echo en falta la cabeza del gato de Cheshire apareciendo y desapareciendo, y diciéndonos eso de «no importa mucho el camino que tomes».

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(*) Su superficie no creo que pase de los 0’04 Bernabéus.

(**) Otro espacio de estos que están pero que no están es Plaza de la AECC. Se ubica en la intersección de las calles Virreina María Dávila, Jacinto Benavente y Fernando el Santo. La plaza tiene hasta la chapa identificativa sobre la fachada, encima de la sede de la benemérita asociación; pero hasta la propia asociación mantiene como su domicilio la dirección de C/Virreina María Dávila, 2. Ni en Google ni en la web de la AECC todavía no sale, polomeno a la hora de perpetrar este post.

La plaza AECC es maomeno lo amarillo. La vida sigue iguaaaal

Continuamos esta nueva (y totalmente prescindible) sección con un nuevo deporte, el que más jloria internacional ha dado a los y las abulenses: el ciclismo. Básicamente, consiste en subirse en una bicicleta del tipo antiguamente denominado como de carreras* y liarse a dar pedales por la carretera. Sobre todo cuesta arriba, porque si vas cuesta abajo, pedalear no es tan necesario**.

El ciclismo es un deporte que, desde esta bitácora, desaconsejamos. No sólo porque te puedes pegar un piñazo o ser atropellado por otro vehículo, es que además la postura no es buena, ahí con la chepa torcida y la próstata apretá***, pasando frío y calor (no hay término medio), y si llueve te mojas por arriba y por abajo (con las salpicaduras de la rueda o de otros vehículos). Para rematar, casi sólo ejercitas un par de músculos, pero es tan exigente en el consumo calórico que te puede provocar la pájara. A ver, en todos los deportes te cansas, o te pueden subir las pulsaciones a mil; pero en la bici, de repente, te llega un vacío existencial, una ausencia de energía absoluta que se complementa con la aparición de hambre canina y te convierte en una piltrafa humana. Por suerte, se pasa descansando y comiendo. Mucho.

Los riesgos son evidentes. Y no termina ahí; existe un peligro desconocido para los no iniciados; cuando el aficionao corriente cae en esa especie de secta que forman los globeros, comienza un proceso adictivo similar a la ludopatía: se empieza a gastar MUCHO dinero en una bici mejor. Amigo, que no te estás jugando el Tour por unos segundos, que tú sólo sales a dar una vuelta con los colegas de vez en cuando, pa qué necesitas una bici [mode Manquiña ON] profesional. Ojo, que no te da más seguridad ni resiste mejor las averías, no; a partir de un punto, los euros sólo se van en reducir unos gramos de peso y ofrecer una pizca menos de resistencia aerodinámica.

Esto de llevar bicis de calidad obliga a entender de marcas y modelos; tanto, que los ciclistas se reconocen entre sí como los perros; no se miran a la cara; se inclinan y olisquean la bicicleta del otro:

  • Ayer me di una vuelta con Eufrasio
  • ¿Eufrasio?
  • Sí, hombre, uno que sale con Hematocrito, Gaseoso y Huelepeos [inciso: son apodos reales]
  • No caigo…
  • Uno que lleva una Samsonait de germanio con cambios Maquiavello y portabotija Thermoflix…
  • Ah, sí, Eufrasio el Gafas****, sí, la Samsonait se la recomendó Chiappucci…

Como se ve, además de la bici, claro, está el apodo o «nombre de guerra», imprescindible si quieres ser alguien, y hay que ganárselo a través de años de entrenamiento. Si no tienes, se te asignará uno de oficio.

Para terminar con los riesgos, hay una palabra que va asociada a «ciclista» como las moscas a la mierda: doping. Dejando aparte los casos de los profesionales (de los que, recordad, los detectados sólo son la punta del iceberg), lo más triste es que entre aficionados tampoco es raro hacer tonterías como tomarse varias latas de bebida energética en una parada, para poder llegar un poco más acelerao al siguiente puerto o sprint*****. Manda huevos, sí.

Además, confieso, los ciclistas no somos buena gente. Ello procede de una peculiaridad: como es sabido, el que va delante se cansa más que el que va a rueda. Por eso, es un deporte en el que a veces no gana el mejor ni el más fuerte, gana el más astuto traicionero. El que iba disimulando «no puedo, no puedo», y al llegar a la meta, demarra y gana con insultante facilidad. A veces, entre profesionales, se dan situaciones inexplicables de ese tipo: ¿Cómo no se ha dado cuenta Fulanito de que Menganito, que iba todo el rato a rueda, le iba a ganar al sprint? Pues porque, como dice mi hermano, cuando vas a mil, no te llega suficiente oxígeno al cerebro.

Esta rivalidad se manifiesta ahora, además, en una práctica reciente, que consiste en colgar en la red nuestros entrenamientos, con lo que se establece una especie de competición para conseguir primeros puestos en los «segmentos» (cachos de carretera). Claro, aquí se puede hacer trampa: ir con una bici eléctrica, o ir en tu coche despacio, a una velocidad «creíble», sólo para aparecer en esas aplicaciones. También sirve para conversaciones del tipo «Mira a Claudio, el capullo, dice que no entrena y se ha metido 140 kms esta mañana, y por los puertos». Ah, casi se me olvida, menos mal a Claudio… Si quieres ser ciclista SIEMPRE tienes que quejarte de que este año has entrenado poco; «llevo pocos kilómetros…», «los días que puedo salir, hace malo…», etc.

Y hablando de las bicis eléctricas, aquí tenemos otra nueva fuente de conflictos, que ha dividido a los ciclistas en tres grupos: los que odian a los de las eléctricas, los que les envidian, y los que tienen una eléctrica. Reíros del cisma de occidente, esto está provocando enemistades enconadas. Y no está dicha la última palabra.

Por todo esto y más, aquí queda nuestra desaconsejación.

(*) Antes sólo existían las «bicis» (a secas, sólo denominadas «de paseo» por los vendedores) y las «bicis de carreras«. En su momento se inauguró la subcategoría «bicis de carreras con cambios» pero pronto todas las bicis de carreras venían con cambios de marcha (3 ó 5 «piñones», que se decía), por lo que se omitía esa salvedad. Las bicis profesionales de verdaz eran las que tenían transportín para llevar mercancías, y dinamo para llevar luz; mucho antes de los del Jlovo.

(**) Sí, majos, hay masoquistas que siguen pedaleando cuando van cuesta abajo. Esa gente nunca es de fiar, esa es la primera señal de que os dejarán tirados en cuanto os vean flaquear.

(***) En caso de que tengas próstata, claro.

(****) El Gafas de verdad no se llama Eufrasio, sino Agustín «Tino» Jiménez, un abulense que no llegó a profesional, pero compitió en los años 70 en una especie de segunda división (llamada entonces «aficionados»), y su mejor resultado fue en la Subida a Arrate, de su categoría, en la que fue adelantando a todos los rivales menos a uno, al que no pudo pillar, a pesar de darlo todo… Pero al entrar en meta, todos le felicitaban. El otro era el motorista que abría carrera. Con la lluvia empapándole las gafas, pensaba que era un ciclista. Como para pillarlo… Pero gracias a eso, pulverizó el récord de aquella subida, de hecho lo hizo en menos tiempo que los profesionales; y su marca estuvo vigente décadas.

(*****) Los ciclistas nos pegamos un calentón para ver quién llega primero a cualquier cuesta o lugar emblemático. El caso más conocido es el de Eddy Merckx, que en una carrera esprintó en una pancarta del –entonces ilegal, pero existente, al revés que ahora– Partido Comunista.

El estilo es una forma de decir quién eres sin tener que hablar

Este hermoso relieve «Outfit medieval», que traigo ante vuesas mercedes benz, muestra a un hombre que posa mostrando orgulloso su vestimenta y otros complementos, en lo que podría ser uno de los primeros anuncios de moda masculina prêt-à-porter, y está esculpido en esa piedra de la que en Ávila vamos sobraos: el granito. Se ubica sobre la puerta principal de lo que antaño fue un palacio señorial y hoy es un hotel, justo en la Plaza de la Catedral. Según los cronistas, el modelo fue un tal Gonzalo Dávila, cuyo yerno, Paco Valderrábanos, dio nombre al palacio. Al parecer, Gonzalo regresó de la toma de Gibraltar bastante contento y cargado de regalos*. El resto del edificio ha sido completamente remodelado, aunque -aparte de la puerta- conserva otros vestigios prepostmedievales.

El caballero o doncel lleva puesto algo que podría ser un jubón, o no; mi conocimiento de la moda actual es tirando a escaso, como para entender de ropajes antiguos. El caso es que es una prenda corta que le permite marcar paquete, como a los chulos de piscina (nihil novum sub sole). En la diestra lleva una lanza de caballero, que según la wiki de The Legend of Zelda, otorga 13 puntos de daño y 40 de durabilidad. En la siniestra, con una pose del brazo un tanto extraña y chulesca, podría ser un pendón o un bolso de Chanel; me inclino por lo último, porque lo bambolea de manera un poco así como Taylor Swift cuando baila en fiestuquis.

Complementan el outfit diversos elementos que se muestran dispersos alrededor (el precio puede variar en función de si se compran conjuntamente o por separado): un yelmo, un escudo (dejo a los expertos en escudística su interpretación), una bandera musulmana y una especie de banner o filacteria con la inscripción “Non nobis Domine, non nobis. Sed nomini tuo da gloriam”, que traducido del latín quiere decir «No me gusta que me domines, aunque eso tuyo da gloria». Sin duda, en los eslóganes de la moda siempre se hace referencia a lo mismo.

Sobre el caballero, un arco de tres lóbulos, a medio camino entre el logo de Adidas y el de Gucci, enmarca la escena, que bien podríamos imaginar que se vería como la fachada de un cortinglés de la época. Es posible que se cambiase la leyenda de las filacterias según la temporada o con los cambios de modas y dinastías.

Enlace al mapa

(*) En aquel momento no se conocía el tabaco, pero seguro que algo pa fumar se trajo de allí el amigo Gonzalo, para posar con semejantes pintas.