De manera especial, les traemos un elemento de harte hefímero del Ávila Street Museum; un oso espatarrao que ha sido colocado provisionalmente en el jardincillo de San Vicente, al lado de la muralla. El bicho ha sido bautizado como «El Herradón-La Cañada» (qué pasa, los ingleses tienen a Paddington, que es otra estación de ferrocarril).
La figura se ilumina por la noche, lo que contribuye a difuminar sus facciones y realzar su fealdad. Por el día el oso está más apagado (me refiero a las luces, no a su estado anímico); aunque, por otra parte, el color blanco aporta invernalidad y volumen.
Acojona un poco
La primera vez que lo vi, pensaba que era un homenaje a Mitrofán, porque esa postura bien podía corresponder a una intoxicación etílica. Luego, dadas las fechas en las que estamos, me he parado a pensar si al oso, su profesor de gimnasia le ha ordenado hacer una figura de extensión pernil sobre el frío suelo, para comprobar su flexibilidad (son reflejos condicionados que tenemo los que cursamos gimnasia, en los 70, con profesores reciclados de Formación del Espíritu Nacional); el siguiente movimiento es tratar de tocarte las puntas de los pieses con los dedos sin cambiar la pose; en mi caso difícilmente pasaba de la espinilla. Pero vamos, relación con la Navidad, poquita.
Seor Arcarde, malamente (tra, tra) vamos a competir con Vigo si mantenemos iniciativas como ésta. Mantengo mi propuesta de cubrir la muralla de papel albal bien estirao y que por la noche brille cual supernova, reflejando la iluminación que ya tiene. Por el día nos puede servir para contactar con los extraterrestres.
«Ptérodáctilo mirándose el ombligo» es una escultura (creo) de fierro morroñoso ubicada en el Jurassic Park de Las Hervencias, no preciso más la ubicación porque es grande de narices y se ve desde a tomar por… desde Segovia, casi. Endeaquí doy las gracias a nuestro amigo @gbuenadicha por indicarme el título de esta hermosa hovra de harte, yo lo desconocía.
En mi opinión, el pobre bicho está preocupado porque no tiene rotonda. La figura -no me lo negarán ustedes- es absolutamente rotondista, un «personaggio in cerca de rotonda», que diría Luigi P.; no veo claro qué extraño avatar del destino ha terminado dando con ella en mitad de un parque herbáceo de concepto abierto, con estanque de patos, columpios y otros complementos.
Imaginad al pterodáctilo metido en un gigantesco nido rotondil, así como los de cigüeña, pero en talla XXL; sería el complemento ideal. Y ya si el pajarraco, perdón, reptilaco, ¿tampoco? ¿sauropsi…daco? diese vueltas, de vez en cuando, sería la leche. Propongo instalar la rotonda-nido* en la confluencia de las calles Vallespín, Tres Tazas y Travesía de Santo Domingo.
Dado que nadie sabe exactamente cómo era un pterodáctilo, el autor ha preferido hacer una elipsis sintética y dejar volar a la imaginación, al igual que el bicho ese surcaba los cielos cretácicos, o los torácicos, que ya no recuerdo de que época era.
(*) ¡¡¡¡ARCARDE!!!! La idea de poner una rotonda dedicada a las cigüeñas abulenses, reproduciendo alguna espadaña o campanario local (los Jerónimos, Santa Ana o el Carmen), la propongo enzerio. Si se hace bien, con una torre medianamente alta, hasta igual anidan deberdá; no haría falta mucho para convencerlas.
El engendro denominado «Verraco en Berrocal*» está en una rotonda de la Ctra de Burgohondo, calle que comienza rodeando la muralla por el lado sur y después coge la linde hasta llegar a la susodicha localidad y más allá. Se compone de una figura zoomorfa perpetrada a imitación de los verracos celtas (vean nuestro post anterior, del Ávila Street Museum), colocada en una peana del mismo material y rodeada de rocas recién exprimidas. El monumento no es nada postmedieval, como se puede ver. O mucho, según se mire.
Amo a ello. Por algún motivo**, nos olvidamos de santateresas y alguien pensó en crear un monumento que hojomenease a nuestro pedrusco artístico favorito, el verraco. Pero la combinación de esa escultura de piedra pulida surgiendo con una peana regular de entre los pedruscos irregulares…sobre un suelo de adoquín de barro cocido, es más que desacertada. Siendo misericordiosos, podemos decir que es una rotonda que, con elementos tradicionales (esto es, sin ser una modernez de fierro morroñoso), consigue provocar desconcierto y desasosiego al contemplador. Si somos justos, es horrorosa. Usando elementos que en otras rotondas hemos alabado por su acierto, pero juntos, y de esta manera, en nuestra escala de valoración Halon-Musk, quedaría un par de lugares por debajo del nivel de «improvisación cutre» y sólo uno por encima del «sujétame el cubata».
Piensen cuando, dentro de 4000 años, alguien contemple esta rotonda (o lo que quede de ella), qué pensará de nosotros. Nada bueno, y con razón.
(*) Para los foráneos, un berrocal es un lugar campestre con mucho pedrusco asomando del suelo. Más de la mitad de la provincia de Ávila está petada de estos afloramientos cantosos; y forma parte de muchos topónimos y algunos antónimos, como La Alamedilla del Berrocal, Santa María del Berrocal, y otros. Hay pequeños berrocales incluso dentro de la ciudad.
(**) Parece ser que el motivo fue que en unas excavaciones cerca del río apareció un verraco, bastante deteriorado; y se decidió hacer una copia (el original -lo que queda de él- está en el Museo de Ávila).
Se dijo que Ávila es tierra de cantos y de santos, pero realmente Ávila es tierra de cantos y de verracos. Por ello, en el Ávila Street Museum no pueden faltar estas muestras de escultura mucho y muy prepostmedievales; que datan, como dice mi hija para todo lo que es muy antiguo, «de antes de internet» (lo que me incluye en la prehistoria). Son esculturas zoomorfas de las que desconocemos casi todo. Pero aquí llegamos nosotros para explicarlo. El que figura sobre estas líneas está en la plaza de Adolfo Suárez, al ladito de la muralla y del edificio anteriormente conocido como el Banco de España.
En primer lugar, no se sabe con certeza a qué bicho representan, algunos parecen toros, otros parecen cochinos-jabalíes. El nombre de verraco alude más a la actitud -estado de (mucha) predisposición a reproducirse- que al animal propiamente dicho. Por cierto, en el ambiente rural en el que a veces me muevo, el femenino de verraco sería «verrionda» o -más frecuentemente- «torionda». «Cachonda» se aplicaría -originalmente- sólo a la patrulla canina, pero es la palabra que más ha prosperado.
Lo siguiente, no se sabe para qué servían. Se han escrito muchas chorradas: que si para marcar territorios, que si como amuleto protector del ganado, que si relacionados con algún rito funerario… El caso es que en la ciudad tenemos muchos. Aquí va otra muestra, el adjunto al Palacio de los Verdugo.
Este parece más un toro.
Tenemos verracos hasta formando parte de los cimientos de la muralla (aquí se aprovechaba todo). En la provincia hay un montón; los más famosos serían los Toros de Guisando (QUE NO ESTÁN JUNTO AL PUEBLO DE GUISANDO: están entre El Tiemblo y San Martín de Valdeiglesias), donde dicen que se firmó el tratado que legalizaba la ruin usurpación del trono por parte de Isabel I de Castilla. También los hay por toda esta parte del reino, y en la zona colindante de Portugal. En el resto del territorio ex-celta, sin embargo, no se han encontrado verracos, se ve que eran un endemismo, como la salamandra de Gredos o el topillo nival.
Y aquí va la explicación. A ver, vosotros viajad en el tiempo miles de años patrás. Las poblaciones carpetovetónicas están allí tan felices, viviendo en castros, bajo el mando de su jefe tribal. Y este jefe está necesitado de hacer ver a su pueblo que es importante, necesita dejar para la posteridad alguna muestra de su poder omnímodo. ¿Y qué hace? Pues una rotonda con un chirimbolo en medio, lo que se ha hecho toda la vida. A falta de fierro morroñoso y otros materiales duraderos, se decide por el granito, abundante en este contorno. Mi teoría es, pues, que todos los verracos estuvieron en alguna rotonda o cruce de los caminos prerromanos, a la mayor jloria del líder. Lamentablemente, las rotondas no fosilizan bien, y sólo se han conservado los chirimbolos. Próximamente veremos un ejemplo moderno de este hecho.
Imaginad a un tío duro, antecesor de los Viriato, Indíbil o Satrústegui, delante de su tribu, leyendo su inflamado discurso de autobombo subido a un verraco y echando la culpa de todo lo malo a la herencia recibida. A mí es que se me ponen los pelos como escarpias.
En estos días de zozobra tuitera, con la red social del pajarito en manos de un señor con graves problemas de autoestima, me he creado una cuenta en Mastodon y, a medida que la he ido usando, me ha traído recuerdos de cosas viejunas que molaban muchísimo. Sí, estoy hablando de blogs. Y de Google Reader.
Voy a ponerme bastante abuelo cebolleta. Salga de aquí mientras aún está a tiempo, joven. Ah, ¿que se queda? Bueno, pues vamos a repasar un poco de Historia. Corría el año 2004 y este Camarada hacía ya algún tiempo que seguía y leía varias páginas web —¿se puede decir todavía «páginas web»?— con un formato de diario. Se les empezó a llamar blogs o «bitácoras». Algunas ya no están entre nosotros —como la de Escolar.net— y otras siguen ahí contra viento y marea —como La Página Definitiva o Microsiervos—. Cada día echaba un ojo a todas ellas y devoraba los nuevos artículos. Aquello era mandanga de la buena. Cómo molaría escribir una bitácora de esas…
Y, entonces, en abril de 2004 nos anunciaron en Microsiervos la aparición de los blogs de Ya.com. Qué guay, un blog sin tener ni idea de montar un blog. Y así nació el primer Halón Disparado. Que tenía esta pinta tan sobria y elegante —no como esas páginas chillonas de GeoCities— y que los maledicentes confundirán, con mala fe, con «cutre».
¿Reconocen alguna de las recomendaciones?
La experiencia era estupenda. Podías escribir esas cosas que siempre te andaban rondando la cabeza y publicarlas para que otros usuarios las leyeran y te contaran a su vez sus movidas. Pero, claro, los planes gratuitos de la época eran limitados y veías que, al ritmo que escribías y te leía la gente*, te lo ibas a fundir en cuatro días. Lo que me llevó a probar otros sistemas gratuitos como el de blogia.com, donde estuvo alojada la hermana cultureta de Halón Disparado: Calíope Furibunda. Se veía así:
Siempre en la vanguardia. Luego se pondrían muy de moda estas estéticas simples.
Total, que en poco más de un año aquello se quedó pequeño y me lancé a registrar un dominio propio y a aprender de qué iba aquello del WordPress. Nacía el segundo —y hasta el momento más exitoso— Halón Disparado, como fusión del anterior Halón Disparado y de Calíope Furibunda.
Entradas de blog que son prácticamente un tweet. Lo dicho, un vanguardista.
Aquello fue estar en el lugar apropiado en el momento preciso. Llegó la explosión de los blogs y nos encontramos en medio de toda la salsa. El blog recibió la inyección de un montón de colaboradores —Supermon, Bismillah, Los lunes al sol, Vardebedian, Vladimiro Carmañola, La madre de Whistler, Johnny Ibdil y, por supuesto, Ender— y se convirtió en un uno de los más leídos por aquellos años. Conocimos a gente interesante y acabamos forjando amistades duraderas con los autores de otros blogs. Apareció, entonces, una herramienta de Google que se convertiría en una simiente de red social: Google Reader.
Interfaz similar a Gmail y otros productos de la compañía.
Reader era un potente agregador de contenidos que permitía al usuario estar al tanto de las nuevas publicaciones en los sitios a los que estaba subscrito. De esta forma, podías estar al día de todas las novedades de tus páginas favoritas. Pero, además, te permitía compartir aquellas que quisieras con tus amigos y comentar las que ellos compartieran contigo. Tenías así en tu mano una combinación de medios y blogs hecha a tu medida y la interacción con personas con intereses similares, sin publicidad y sin que nadie eligiera los contenidos por ti.
Demasiado goloso para no intentar convertirlo en otra cosa, ¿verdad? Como esto va a acabar siendo un poco extenso, continuaremos con ello en una próxima entrada.
*Sí, queridos niños, en aquella época heroica los propietarios de blogs estábamos todo el día pendientes de no quedarnos sin espacio de almacenamiento y sin ancho de banda para servir páginas a nuestros lectores. Si tenías un poco de éxito, y tuvimos bastante, era bastante angustioso.
De mis paseos vespertinos, directo al Ávila Road Museum, viene hoy una construcción rotondera. Se ubica en la Avda de Juan Carlos I, que también es la N-501 Madrid-Salamanca, pero que originalmente fue la Carretera de Villacastín a Vigo y que también coincide ¡ole! con la N-110 Soria-Plasencia. O lo era, porque ahora que hay circunvalación ya no sé cómo va eso. Está a la altura de las entradas a las gasolineras que hay por allí cerca, y al tanatorio. Soporta bastante tráfico, por eso me dio miedo a meterme dentro a hacer la afoto.
Estas construcciones tenían una doble función. La pública: servían para el control del abastecimiento de agua a esta nuestra ciudad; se conservan otros casutes parecidos en las proximidades. Pensaréis que con una tapa de registro habría bastado, y es cierto… Es porque tenían otro cometido, éste menos público; o más, según se mire. El habitáculo era, realmente, un lugar donde irse a solazar en privado; un picadero, vamos; el equivalente a un motel in illo tempore. Como veis, estaba todo inventao.
En este caso, a diferencia de la Rotonda Inversa (o de la Ermita de la Virgen de las Aguas), el casute NO estaba ahí cuando se hizo la rotonda (habría sido problemático, ya que la antigua carretera de Madrid no tenía rotonda y se habría esnafrao tol mundo). Se encontraba en medio del campo por allí cerca.
Como detalle a destacar, cuando se trasladó, piedra por piedra, a la rotonda donde se ubica, se incluyó una roca asomada (hela en primer plano) para reforzar la sensación de que se hubiera respetado el entornillo de la caseta al construir la rotonda. Eso sí que es harte y no la chorrá esa de los jardines con pedruscos japoneses, a ver si aprendéis. Una joia piedra, es un esquema muy sintético que conviene utilizar poco, y utilizarlo bien, casi en plan poético, diría yo.
Con el nº 33 llega a nuestro bló uno de nuestros monumentos más entrañables: la fuente de la Sierpe, ubicada en el Jardín de San Antonio, en su esquina noreste (ma o meno), esto es, la más cercana a la clínica y/o a la iglesia. Es una figura muy reconocible por los locales, formada por un bicharraco de granito que -a veces- echa agua por el morro y otros orificios (lo que serían los ojos y oídos del bicho), la del morro se desliza por un acueductillo en una pieza del mismo material para permitir su aprovechamiento en el borde del pequeño estanque ovalado en el que está colocada. Antiguamente estuvo decorada con colores y todo.
Yo, de pequeño, desconocía que «sierpe» era otra forma de decir «serpiente», que cayó en desuso en época postmedieval; ambas evolucionaron del mismo latinajo (serpens, serpentis), como «cobra» y «culebra» (de colubra, colubrae). Porque para nosotros los abulenses, la palabra «sierpe» yo diría que significa solamente «la fuente esa vieja que hay en San Antonio».
En nuestro descargo he de decir que el reptil que se representa en la escultura, quizá por aparentar monstruosidad, no parece una serpiente; de hecho yo creo que ¡¡¡tiene patas!!! (al menos delanteras, véase la afoto) y su cabeza es poco culebrera, más parece de un cocodrilo o reptil similar; la cola sí que es cierto que se enrosca sobre ella de un modo más propio de los ofidios. Está claro que el autor (es del XVI, creo) quería acohonar al espectador.
El progreso yo creo que ha perjudicado al bicho y ya no es tan «famoso» como antes, cuando junto con el Lagarto de Sonsoles* eran los reptiles favoritos de la chavalería autóctona. Muchas veces ya no echa agua, y el estanquillo que la protege acumula mierda.
(*) El lagarto, lamentablemente, no forma parte del ámbito del Ávila Street Museum por estar ubicado en interior. Aunque, considerando un Á.S.M. sensu lato, podríamos sacar al que procesiona con los gigantes y cabezudos el día de la copatrona.
Vamos con otra rotonda con fuente. El Monumento al Saque de Touch corresponde a nuestro grupo de esculturas rotondiles no morroñosas, y se ubica en la glorieta Donantes de Sangre, en la confluencia de la Avda de Juan Pablo II con la Ctra de Burgohondo, que por esas cosas de la superposición cuántica de nombres de calles, un ramal de la Juan Pablo II y otro de la Ctra de Burgohondo se consideran también parte de la N-403 (antes, Toledo-Valladolid, ahora, Toledo-Adanero).
En la imagen se representa ese lance tan peculiar del rugby, el saque de touch, en el que los jugadores forman dos líneas perpendiculares a la de banda, y el que saca lanza el balón parriba y pallá, siendo legal -véase la escultura- que algún jugador se ayude de sus amiguetes para conseguir más altura, en una muestra más de que las reglas del rugby se las inventaron estudiantes ingleses borrachos que no respetaban las del fúmbol. Siempre se dijo que el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos, mientras que el rugby es un villanos jugado por cabestros*.
La fontana fue erigida para animar al Rugby Ávila Club, que, a pesar del interés de sus miembros, suele estar falto de vocaciones para configurar un equipo de peso (ya se sabe que los abulenses somos, por lo general, enjutos y canijos, algo que siempre ha lastrado nuestras posibilidades deportivas excepto para el ciclismo, el alpinismo y el curling).
(*) Por otra parte, y siendo justos, mientras que en el rugby, al terminar el partido, las aficiones de los dos equipos confraternizan en el «tercer tiempo» (es rara la excepción); en el fútbol, los antidisturbios (a caballo y con tanquetas) tienen que mantener separadas a las aficiones para que no se maten entre ellos.
Muy cerca del Monumento al Aleph, en la Calle Candeleda (o Plaza de San Jerónimo) el Ávila Street Museum se vanajloria en ofrecerles otro fermoso monumento literario: Las Puertas de Moria. Esta original representación del legendario mundo de Tolkien está realizada con piedras y elementos de mampostería postmedieval. Nota: ningún enano fue dañado durante la construcción del mismo.
Detrás de estas puertas se encuentran los restos de San Jerónimo (quicir, no los restos del santo, sino las ruinas del monasterio de San Jerónimo de Jesús, antes Colegio de San Gil, y después de la desamortización de Mendizábal, botellonódromo y pista de parkour)*.
Hasta hace unos años todavía podía leerse, en el recuadro del dintel, la inscripción en élfico (di amigo y entra) pero fue robada. Apareció durante unos días a la puerta de la sede local de UPyD (en lo que podía ser un postrer intento de captar afiliados), pero volvió a desaparecer; sin que hasta la fecha tengamos noticia de dónde puede estar. Se agradece cualquier información que pueda conducir a la recuperación de la misma.
(*) La espadaña también contiene varios nidos de cigüeña, en precario equilibrio.
Llegamos hoy a una rotonda que no podía faltar, la megarrotonda con la fuente más enorme y profunda de las que chorrean por nuestra ciudad. Se ubica en la Plaza del Descubrimiento, y es también conocida por ser aquella en la que se celebraban los triunfos de los equipos abulenses en las competiciones deportivas. Por ello se diseñó más como una piscina que como una fuente ornamental, su volumen embalsado daría para varios concursos hípicos*. Lo malo -precisamente por esas dimensiones- es que en tiempos de escasez hídrica se ha de vaciar, o de lo contrario la fuente contendría más agua que el resto de los reservorios de Ávila juntos.
El funcionamiento, pues, es el siguiente:
Si hay abundancia de agua y el tiempo no lo impide: hermosos y cambiantes chorros de agua surcan los aires, ora uno gordo en el centro, ora una corona de chorrillos alrededor.
Con agua pero tiempo problemático (viento, hielo, etc): se prescinde momentáneamente** de los chorros, y la fuente queda configurada como abrevadero de patos en su viaje desde las estepas del norte de Europa hacia Doñana.
Con dudas sobre las reservas acuáticas: se cancelan los chorros y el rellenado/filtrado de la fuente, con lo que sus aguas van bajando de nivel y adoptando un tono verdoso, a la vez que se van acumulando ex-patos y residuos arrastrados por el viento.
Sequía pertinaz: la rotonda se vacía y se convierte en un recinto circular, apto para celebrar corridas de toros o una nueva edición de Los juegos del hambre.
Sobre la otra actividad asociada a la rotonda, la de celebrar los triunfos de los clubes de la localidad, tiene la ventaja de que el aforo completo de aficionados cabe dentro de la fuente y de que, aunque el evento se produzca en pleno verano, la temperatura del agua desaconseja permanecer en la misma más de unos pocos segundos, con lo que en media hora todos están en su casa con catarro y las fuerzas de orden público les comentan eso de «mira que os lo habíamos avisao». Afortunadamente, la periodicidad de celebraciones es superior al ciclo largo del calendario maya, estando prevista la siguiente (victoria del Club de Arqueros en el XVI Memorial Mariano Légolas) para el 13 Baktún 57 Takatún, según los arúspices.
(*) Es un chiste de abulenses.
(**) Alguna vez no se ha hecho a tiempo, y les puedo garantizar que la combinación de viento y temperaturas bajas convierte la Plaza del Descubrimiento en Disney On Ice. Sucedía también en la Bragueta de Villatoro cuando era una fuente.